viernes, 15 de mayo de 2009

Por Isabel Orellana

" Lo mas importante "

JUGAR CON LA VIDA



Se veía venir, porque sembrando vientos sólo se pueden cosechar tempestades. Las casas se comienzan siempre por los cimientos, y no por la techumbre. Pero tocante a la vida, por desgracia, así ha sido. Jugando al despiste, y como quien no quiere la cosa, desde hace décadas se viene banalizando la sexualidad. Dejando las puertas abiertas y el campo abonado con incontables desmanes, hemos llegado a la ley del aborto, sin apenas cortapisas. Siento infinita tristeza.

Hace algunos años quedé prendada de las tesis de un autor que me parecía estaba defendiendo al hombre. Aún hoy día, sigo creyendo que hay elementos de innegable valor en las tesis éticas que propugna. El problema es que están dirigidas al nacido. El no nacido, y eso lo descubrí cuando estaba a punto de finalizar el texto en el que trabajaba sobre su pensamiento, no entraba en ellas. Uno de los argumentos demoledores es eliminar el problema, aún cuando no se haya presentado, para evitar males mayores. Así, entre otras “lindezas”, en una entrevista concedida al prestigioso periódico alemán Spiegel, este pensador sostenía que para evitar malos tratos, lo mejor es que los niños no hubiesen nacido. Tremendo argumento, ¿verdad? Hemos eliminado de un plumazo la responsabilidad personal, entre otras cosas. Naturalmente, consideré entonces que si los fundamentos de esa ética tenían ese cariz, lo demás se caía por su propio peso. Disuelto el derecho a la vida, todo lo que pueda decirse queda completamente desprovisto de valor.

Traslademos este planteamiento a la ley del aborto. Antes de que se cree un problema, esto es, antes de que haya niño en camino, su eventual llegada al mundo es problemática, de modo que se cercena y no hay más que decir. Que ya viene en camino. Bien, en ese caso, siempre habrá razones para justificar su desaparición. Porque con el eufemismo “interrupción voluntaria del embarazo” no se puede enmascarar la gravedad de la muerte que, de tantas formas distintas, se inflige a una criatura, negándosele el derecho elemental a vivir. No se trata de condenar a nadie. No se pone en duda que haya personas y familias que tengan ciertos problemas. Incluso que tengan miedo a enfrentarse a un acontecer ligado al sufrimiento de un ser querido. Nada de ello justifica impedir que una vida llegue a su término. Que una criatura pueda reír y llorar; equivocarse y rectificar; alegrarse y sufrir; crecer, respirar, ser un genio o un ignorante, hacer el bien de mil formas distintas…, pasar por la tierra aferrado a la increencia, o caminar en aras de su destino hacia otra vida en la que afortunadamente el raciocinio humano no tiene nada que hacer. Cualquier ser humano es único e irrepetible.

Las autoridades tienen la obligación de poner los medios para paliar lo que está en su mano. Para ayudar a que florezca la vida; no a conceder prebendas envueltas en sudarios. Claro que ciertas medidas no agradan a ese segmento de la sociedad adormecida con los efluvios de una existencia atrapada por la comodidad y la invitación tendida para eludir los problemas. Teniendo la sartén por el mango, se legisla y condena a miles de criaturas a no ver jamás la luz. En España, durante el pasado 2007, nada menos que 500 vidas concebidas en adolescentes menores de 15 años se han malogrado a conciencia, 6000 más corresponden a menores de 18 años. Y en total, la escalofriante cifra asciende a 112.000 seres humanos. Un auténtico genocidio. Mientras tanto, muchos se “entretienen” en discutir la entidad de la criatura examinando el concepto de persona.

Hay grupos establecidos, órdenes religiosas, personas de a pie, que se ofrecen para hacerse cargo de estos seres eventualmente condenados a morir. Pero los medios de comunicación no les dedican espacio, o no el que debieran. Como tampoco se da a conocer suficientemente la abnegación y sacrificio de tantos padres que habiendo tenido hijos que nacieron enfermos, no los cambiarían por nada de este mundo. Eso no vende.

Una adolescente no es una niña que está en edad de jugar con muñecas. Pero, aunque vaya saliendo de la niñez, es inmadura. Y cuando la inmadurez y el sexo como genitalidad se alían, la vida es un juego. Lo peor es que este peligrosísimo juego se realiza con la connivencia de muchas familias, algunas, por cierto, católicas declaradas. O, al menos, eso es lo que dicen. El aborto como la eutanasia se defiende a ultranza porque siempre hay motivos para justificar lo injustificable. Hace años me pregunto si muchos padres saben lo que hacen sus hijos fuera de casa: sexo, botellón, drogas, locura al volante fin de semana tras fin de semana, si realmente saben a lo que se exponen… Mejor pensar que no han tomado conciencia real del riesgo que correr al no poner cota a tanto desenfreno. Porque sí no fuese así, impresiona ver hasta qué punto han declinado la alta responsabilidad que han contraído al traerlos a este mundo. Cuando llegan las tragedias, entonces se vierten lágrimas a raudales. Pero ya no hay solución.

La educación a tiempo, llenar de luz la vida de un adolescente que tiene un futuro prometedor para tantas cosas, el pudor, el respeto a la propia dignidad, palabras desconocidas en el vocabulario de muchos jóvenes, es la asignatura pendiente de una educación que en la mayoría de las ocasiones es permisiva, tolerante y mediocre al extremo. Querer es poder. De modo que siempre estamos a tiempo de cambiar el rumbo y dirigir adecuadamente nuestras vidas.

No hay comentarios: