miércoles, 6 de junio de 2012

Por Isabel Orellana


Festejos: entre lo profano y lo sacro. La débil frontera


 España, quizá uno de los países festivos por antonomasia del mundo, tiene sobre la base de sus celebraciones la conmemoración de un hecho de índole religiosa: de carácter mariano en la mayoría de sus poblaciones, o en honor de ancestrales devociones a santos y santas que antaño marcaron el acontecer de las gentes, además de la Semana Santa. Romerías, procesiones y ofrendas diversas perfuman la primavera de este privilegiado país.

Pero en estos tiempos que corren, la brecha que se fue abriendo entre estas hermosas costumbres de tinte claramente eclesial —y también cultural—, que no deben perderse, y el acento de quienes reclaman su uso para solaz recreo, sin mayores pretensiones, es cada vez mayor. Es innegable que la conmemoración de una efemérides es una perfecta excusa para potenciar otros intereses, legítimos, nadie lo pone en duda, como por ejemplo el turismo, muy conveniente para las arcas de la economía, pero también, y esto es lo que produce tristeza y preocupación, alejados cada vez más de la verdadera naturaleza de la fiesta. Expresiones de autoridades locales de ciudades con honda raigambre en la celebración de algunas de estas fechas significativas del calendario confirman un hecho que se puede constatar fácilmente. Un mandatario en reciente entrevista a una emisora de radio, expresaba: «al margen del hecho religioso…», y continuaba su exposición subrayando la importancia de la inversión económica realizada en el aspecto lúdico para la ciudad a la que representa. Este paréntesis verbal, que en muchos casos es una especie de «latiguillo», de un comodín, pone de relieve en qué lugar queda lo que ha originado la fiesta, los pilares sobre los que ésta descansa. Distinto es cuando el festejo tiene su origen en una decisión de carácter político. Esto es, la declaración de una fecha para ensalzar a un pueblo determinado con su cultura y trasfondo histórico, que de esas hay muchas en España, o algo similar sin relación alguna con lo religioso.

Y es que entre lo profano y lo sacro siempre ha existido una débil frontera, aunque el relativismo actual la endurece. Al hablar de ellos no aludo aquí a conceptos filosóficos, sino a la expresión de un hondo sentimiento que en lo que concierne a lo sagrado compartimos incontables personas que hemos recibido el don de la fe y para quienes la atribución de lo sacro tiene un referente inequívoco en ese Dios en el que creemos y por tanto está impregnado de espíritu religioso. En este sentido lo profano sería sencillamente lo que quede desprovisto de este contenido. No estoy diciendo que de las fiestas populares de raigambre religiosa haya que mantener la celebración cultual exclusivamente, y desterrar lo demás. Ni tendría sentido y además sería como predicar en un desierto, aparte de que hay valores innegables en el trasfondo de las fiestas simplemente de carácter social. Son integradoras, se convierten en vías de convivencia ya que aglutinan a familiares, acercan entre sí a los pueblos desde el respeto y la admiración, engrandecen la historia que han heredado… Eso por mencionar simplemente unos pocos aspectos. Todo eso es compatible con el espíritu religioso y los creyentes no debemos olvidarlo cuando participamos de esta clase de eventos siendo testigos del patrimonio espiritual que hemos recibido. La diversión y la devoción, aquella dentro de unos cánones de sentido común, no son contradictorias. No se trata de demonizar nada en concreto más que la actitud irresponsable humana que atenta contra los principios religiosos en los que creemos, lo que significa que hemos de ser activos en la defensa de la fe. Es un signo elemental de amor.

Mañana conmemora la Iglesia uno de esos días, que según el refrán, lucen más que el sol: el Corpus Christi, junto con el Jueves Santo y el Día de la Ascensión. Muchas localidades españolas engalanarán su asfalto con bellísimas creaciones compuestas por pétalos de flores para acoger al Señor que en distintos puntos será procesionado bajo palio. Es un momento para que los padres, a los que el Papa Benedicto XVI acaba de dirigirse nuevamente de Milán en el VII Encuentro Mundial de la Familia recordándoles que «evangelicen con la fuerza del amor divino», no desmayen en sus responsabilidades y sigan siendo fieles transmisores de la fe. Que enseñen a sus hijos desde pequeños el significado de estas procesiones y cultos que tienen lugar dentro de la Iglesia, infundiéndoles la devoción y el respeto en sus corazones, algo que siempre será para ellos inolvidable.