Festejos: entre lo profano y lo sacro. La débil
frontera
España, quizá uno de los países festivos por antonomasia del
mundo, tiene sobre la base de sus celebraciones la conmemoración de un hecho de
índole religiosa: de carácter mariano en la mayoría de sus poblaciones, o en
honor de ancestrales devociones a santos y santas que antaño marcaron el
acontecer de las gentes, además de la Semana Santa. Romerías, procesiones y
ofrendas diversas perfuman la primavera de este privilegiado país.
Pero en estos tiempos que corren, la brecha que se fue abriendo
entre estas hermosas costumbres de tinte claramente eclesial —y también
cultural—, que no deben perderse, y el acento de quienes reclaman su uso para
solaz recreo, sin mayores pretensiones, es cada vez mayor. Es innegable que la
conmemoración de una efemérides es una perfecta excusa para potenciar otros
intereses, legítimos, nadie lo pone en duda, como por ejemplo el turismo, muy
conveniente para las arcas de la economía, pero también, y esto es lo que
produce tristeza y preocupación, alejados cada vez más de la verdadera
naturaleza de la fiesta. Expresiones de autoridades locales de ciudades con
honda raigambre en la celebración de algunas de estas fechas significativas del
calendario confirman un hecho que se puede constatar fácilmente. Un mandatario
en reciente entrevista a una emisora de radio, expresaba: «al margen del hecho religioso…», y
continuaba su exposición subrayando la importancia de la inversión económica
realizada en el aspecto lúdico para la ciudad a la que representa. Este
paréntesis verbal, que en muchos casos es una especie de «latiguillo», de un
comodín, pone de relieve en qué lugar queda lo que ha originado la fiesta, los
pilares sobre los que ésta descansa. Distinto es cuando el festejo tiene su
origen en una decisión de carácter político. Esto es, la declaración de una
fecha para ensalzar a un pueblo determinado con su cultura y trasfondo
histórico, que de esas hay muchas en España, o algo similar sin relación alguna
con lo religioso.
Y es que entre lo profano y lo sacro siempre ha existido una débil
frontera, aunque el relativismo actual la endurece. Al hablar de ellos no aludo
aquí a conceptos filosóficos, sino a la expresión de un hondo sentimiento que
en lo que concierne a lo sagrado compartimos incontables personas que hemos
recibido el don de la fe y para quienes la atribución de lo sacro tiene un
referente inequívoco en ese Dios en el que creemos y por tanto está impregnado
de espíritu religioso. En este sentido lo profano sería sencillamente lo que
quede desprovisto de este contenido. No estoy diciendo que de las fiestas
populares de raigambre religiosa haya que mantener la celebración cultual
exclusivamente, y desterrar lo demás. Ni tendría sentido y además sería como
predicar en un desierto, aparte de que hay valores innegables en el trasfondo
de las fiestas simplemente de carácter social. Son integradoras, se convierten
en vías de convivencia ya que aglutinan a familiares, acercan entre sí a los
pueblos desde el respeto y la admiración, engrandecen la historia que han
heredado… Eso por mencionar simplemente unos pocos aspectos. Todo eso es
compatible con el espíritu religioso y los creyentes no debemos olvidarlo
cuando participamos de esta clase de eventos siendo testigos del patrimonio
espiritual que hemos recibido. La diversión y la devoción, aquella dentro de
unos cánones de sentido común, no son contradictorias. No se trata de demonizar
nada en concreto más que la actitud irresponsable humana que atenta contra los
principios religiosos en los que creemos, lo que significa que hemos de ser
activos en la defensa de la fe. Es un signo elemental de amor.
Mañana conmemora la Iglesia uno de esos días, que según el refrán,
lucen más que el sol: el Corpus Christi, junto con el Jueves Santo y el Día de
la Ascensión. Muchas localidades españolas engalanarán su asfalto con
bellísimas creaciones compuestas por pétalos de flores para acoger al Señor que
en distintos puntos será procesionado bajo palio. Es un momento para que los
padres, a los que el Papa Benedicto XVI acaba de dirigirse nuevamente de Milán
en el VII Encuentro Mundial de la Familia recordándoles que «evangelicen con la
fuerza del amor divino», no desmayen en sus responsabilidades y sigan siendo
fieles transmisores de la fe. Que enseñen a sus hijos desde pequeños el
significado de estas procesiones y cultos que tienen lugar dentro de la
Iglesia, infundiéndoles la devoción y el respeto en sus corazones, algo que
siempre será para ellos inolvidable.