viernes, 16 de noviembre de 2012

Por Isabel Orellana

DESAHUCIOS: EL DRAMA HUMANO

Nada hay más cierto que cuando el drama humano asesta un duro golpe a
cualquier persona, bien en carne propia o a sus más allegados, se cercena de golpe
la insensibilidad y la tentación de mirar hacia otro lado. El temor y la sensación de
indigencia cuando nos tocan de lleno la dificultades y sufrimientos, hace temblar
los cimientos de la seguridad en la que cada uno haya podido vivir y la sensación de
vulnerabilidad siega de golpe todas las expectativas. Muchas familias en España sufren
el calvario de la incertidumbre. Ellas como tantos otros ciudadanos y ciudadanas se
embarcaron en un proyecto pensando que un día el sueño de contar con un techo propio
sería una espléndida realidad, aunque ello les costara algunos o muchos sacrificios.
Quien más quien menos pensaba en el futuro de sus hijos además de en el suyo propio.
Es legítimo luchar para procurarse el mayor bienestar posible.
Muchos no contaron con una crisis que ha ido llevándose por delante hasta lo
elemental para vivir, y lo que es más grave, y alcanza tintes supremos, ha segado vidas
arrastradas por la desesperación, el sentimiento más trágico que puede albergar el
corazón humano. Todos tenemos que hacer un ejercicio de reflexión acerca de lo que
está pasando, del techo al que nos pueden llevar ciertas aspiraciones a las que no resulta
fácil llegar sin pensar que nos estamos asfixiando en ellas. Digo esto pensando en
quienes se dejaron tentar por una cierta opulencia y adquirieron bienes que no podrían
pagar, que decidieron tener por pares vivienda, coches y demás; otros, simplemente
desearon que sus vidas discurrieran por veredas más halagüeñas de las que heredaron de
sus antepasados.
Se impone la reflexión en una sociedad que por un lado alienta y hace suyo
el consumismo y que, por otro, se sorprende y conmueve, protesta y se engríe ante
hechos como los que, por desgracia, están sucediendo. Los gobernantes y los que tanto
tienen que decir en este punto no deberían haber tardado tanto en tomar decisiones.
Los protagonistas de este calvario cotidiano nutren las agencias de noticias con sus
particulares tragedias que son protagonizadas por rostros concretos, con nombres y
apellidos. Dejan tras de sí estelas de dolor en sus allegados y la cicatriz en el resto de
los ciudadanos que sensibles ante el drama de los que sufren alientan con su espíritu
solidario la fe en el futuro, la fe siempre, pese a todo. La Iglesia, yendo más allá, desde
el primer momento se ha posicionado no sólo con su voz rotunda en defensa de los
débiles, sino preocupándose de paliar sus carencias, dándoles como dice el Evangelio,
hasta de lo que tiene aunque muchos pongan en solfa este aserto. Los que tienen en
sus manos la responsabilidad de solventar tanta falta de humanidad elemental deberían
tomar buena nota de ello, condenar la usura y el afán de enriquecimiento, entre otros.