lunes, 10 de diciembre de 2012

Por Isabel Orellana

DULCE TENTACIÓN, DIVINO TESORO



Si alguno de los lectores tiene curiosidad por conocer el impacto que tiene la lectura de vidas santas en el mundo, asómese al inmenso ventanal de la red. No tiene más que escribir en la barra de su buscador el nombre de cualquier santo o beato que le venga a la mente y enseguida obtendrá la respuesta. Seguro que le impresiona el resultado, porque verá que son cientos de miles de páginas dedicadas a ellos. En conjunto, la búsqueda de vidas de santos arroja cifras impresionantes: decenas de millones de entradas en Internet. Son biografías que no están circulando como hojas que se lleva el viento, sino que son consultadas, tomadas como elemento para la reflexión, utilizadas en acciones educativas y apostólicas, y reproducidas hasta la saciedad en todos los continentes a través de las redes sociales y por cualquier otro medio, no sólo por creyentes sino también por los que se declaran incrédulos, al punto de que es imposible cuantificar el número de sus lectores. Hay que decir, además, que en la actualidad hay un revival de la vida santa, aunque muchos no se hayan enterado. Por algo será.

De modo que en este nuevo Adviento que nos trae aromas de eternidad, los motivos para la esperanza que siempre acompañan a los creyentes en estas fechas se nutren también de esta realidad bibliográfica que regresa con fuerza –si es que alguna vez se marchó– para volver a tocar el corazón de quienes se dejen seducir por esta dulce tentación. Y no es difícil quedarse atrapado por las grandes gestas de tantos hombres y mujeres de bien que han alcanzado las más altas cimas del amor. Es algo que no sólo resulta seductor, sino que a muchos les ha transformado la vida. Tal es el caso de san Ignacio de Loyola. Un gran número de estos insignes seguidores de Cristo nutrieron sus días de juventud con estas lecturas que les acompañaron en su discernimiento. Santos como Teresa de Jesús, Benita Cambiagio Frassinello, Marcelino Champagnat, Luís Gonzaga, Verónica Giuliani, Alfonso María de Ligorio, Serafín de Montegranario, Rosa de Lima, Antonio María Claret, Juan María Vianney, y Pablo de la Cruz, entre otros muchos, se deleitaron con el devenir de quienes les precedieron en la gloria y los tomaron como modelos para su acontecer.

San Felipe Neri aconsejaba siempre esta clase de lectura porque los santos y beatos, como es bien sabido, constituyen un ejemplo genuino de superación en su día a día, marcado por la heroicidad de la entrega y la sencillez de vida. Son el signo elocuente de la grandeza del ser humano, hecho a imagen y semejanza de Dios. Ponen de manifiesto la viabilidad de un itinerario de indiscutible fecundidad para la propia vida, que se irradia al resto de la sociedad y del mundo. Son motores del progreso de la historia; influyeron en el devenir de su tiempo, modificaron estructuras, costumbres y modos de pensar, consolaron y lucharon por los oprimidos sin desalentarse y en medio de incontables dificultades y contratiempos portando en sus gestos de caridad el amor de Cristo que sembraron por todos los rincones del mundo; sin duda, han dejado una estela imborrable y de ello hay muestras fehacientes. Algunos han sido contemporáneos nuestros, como Teresa de Calcuta, por tanto, no hay que esforzarse por recordar el inmenso bien que ha prodigado y el impacto de su acción que ha sido reconocida también en altas esferas. Al menos en estas navidades, hagámonos este bien y compartámoslo con los demás. San Antonio María Claret decía: «El bien que se puede recabar de la lectura de un buen libro no se puede calcular, y siendo ésta la mejor limosna que puede hacerse, ciertamente recibirá de Dios un premio centuplicado en la vida eterna». Queda dicho.

viernes, 16 de noviembre de 2012

Por Isabel Orellana

DESAHUCIOS: EL DRAMA HUMANO

Nada hay más cierto que cuando el drama humano asesta un duro golpe a
cualquier persona, bien en carne propia o a sus más allegados, se cercena de golpe
la insensibilidad y la tentación de mirar hacia otro lado. El temor y la sensación de
indigencia cuando nos tocan de lleno la dificultades y sufrimientos, hace temblar
los cimientos de la seguridad en la que cada uno haya podido vivir y la sensación de
vulnerabilidad siega de golpe todas las expectativas. Muchas familias en España sufren
el calvario de la incertidumbre. Ellas como tantos otros ciudadanos y ciudadanas se
embarcaron en un proyecto pensando que un día el sueño de contar con un techo propio
sería una espléndida realidad, aunque ello les costara algunos o muchos sacrificios.
Quien más quien menos pensaba en el futuro de sus hijos además de en el suyo propio.
Es legítimo luchar para procurarse el mayor bienestar posible.
Muchos no contaron con una crisis que ha ido llevándose por delante hasta lo
elemental para vivir, y lo que es más grave, y alcanza tintes supremos, ha segado vidas
arrastradas por la desesperación, el sentimiento más trágico que puede albergar el
corazón humano. Todos tenemos que hacer un ejercicio de reflexión acerca de lo que
está pasando, del techo al que nos pueden llevar ciertas aspiraciones a las que no resulta
fácil llegar sin pensar que nos estamos asfixiando en ellas. Digo esto pensando en
quienes se dejaron tentar por una cierta opulencia y adquirieron bienes que no podrían
pagar, que decidieron tener por pares vivienda, coches y demás; otros, simplemente
desearon que sus vidas discurrieran por veredas más halagüeñas de las que heredaron de
sus antepasados.
Se impone la reflexión en una sociedad que por un lado alienta y hace suyo
el consumismo y que, por otro, se sorprende y conmueve, protesta y se engríe ante
hechos como los que, por desgracia, están sucediendo. Los gobernantes y los que tanto
tienen que decir en este punto no deberían haber tardado tanto en tomar decisiones.
Los protagonistas de este calvario cotidiano nutren las agencias de noticias con sus
particulares tragedias que son protagonizadas por rostros concretos, con nombres y
apellidos. Dejan tras de sí estelas de dolor en sus allegados y la cicatriz en el resto de
los ciudadanos que sensibles ante el drama de los que sufren alientan con su espíritu
solidario la fe en el futuro, la fe siempre, pese a todo. La Iglesia, yendo más allá, desde
el primer momento se ha posicionado no sólo con su voz rotunda en defensa de los
débiles, sino preocupándose de paliar sus carencias, dándoles como dice el Evangelio,
hasta de lo que tiene aunque muchos pongan en solfa este aserto. Los que tienen en
sus manos la responsabilidad de solventar tanta falta de humanidad elemental deberían
tomar buena nota de ello, condenar la usura y el afán de enriquecimiento, entre otros.

jueves, 25 de octubre de 2012

Por Isabel Orellana

SANTOS, PESE A TODO Y A TODOS



En la festividad de Todos los Santos recordamos a quienes abrieron sus brazos de par en par a Cristo creyendo que eran llamados por Él e invitados a seguirle con sus debilidades, vacilaciones, miedos y dudas. Recordamos que todos estamos llamados a la santidad y que para recorrer este camino recibimos la gracia que nos basta. Ese elenco de hombres y mujeres, niños y ancianos que hicieron de su peregrinaje por este mundo una hermosísima epopeya de amor, salen a nuestro encuentro con sus vicisitudes particulares para mostrarnos que hoy, como siempre, la santidad es posible. En el pasado las hagiografías tendían a magnificar la vida de un dilecto hijo de Dios reflejando hechos a veces casi novelescos como por ejemplo resaltar el inesperado tañido de campanas que acompañaron el momento excepcional de un nacimiento, o la negativa a ingerir la leche materna todos los viernes en signo de penitencia, entre otras apreciaciones que no tienen fundamento. Con ello quería ensalzarse la santidad por vías equívocas ya que los signos extraordinarios no son requisito imprescindible para rubricar la santidad de nadie. Son gracias, bendiciones que Dios otorga libremente y que no todos reciben. Por fortuna esa tendencia literaria en la actualidad es inexistente. El rigor y la crítica se imponen a la hora de examinar la trayectoria biográfica de los que han entregado su vida a Dios. Y la realidad de la misma permite ver la santidad como algo factible y cercano por haber superado a fuerza de caridad, humildad y obediencia sus deficiencias, por haber hecho de la fe su baluarte, por haberse abrazado con gozo a la cruz. Se fortalecieron día a día en sus personales combates; eso es lo conmovedor, lo que edifica. Son una suma de gracia y de voluntad, algo accesible para cualquiera.



Muchos quedaron sorprendidos de una elección divina en la que jamás pensaron, viviendo ese hecho como un misterio, como un don que se derramaba sobre ellos a pesar de las debilidades que apreciaban en su acontecer. Otros se negaron a contemplar de antemano una opción de vida que conlleva una altísima dosis de generosidad como Andrés Fournet que se aventuró a decir que nunca sería ni religioso ni sacerdote, lo contrario de lo que fue su vida. En el camino todos sufrieron el duro envite de sus tendencias y tuvieron que hacer acopio de paciencia perseverando en la lucha ascética que iba a convertirlos en doctores de la vivencia de esa virtud opuesta al defecto que les dominaba. Francisco de Sales y Vicente de Paúl doblegaron su fuerte carácter. El primero, conocido como el “santo de la dulzura” fue ejemplo para el segundo que no dudó de que podría cambiar, si aquél lo había logrado. Alfonso María de Ligorio no se quedaba atrás en su enérgico temperamento y otros, en apariencia pusilánimes, eran portadores de admirable virtud, silenciosa, escondida, como la de Teresa de Lisieux o la de María Fortunata Viti a costa siempre de una ofrenda de sí mismos y de estar volcados en las necesidades de los demás. En no pocas ocasiones los santos y santas, beatos y beatas determinaron seguir el sendero de la santidad frente a la oposición familiar como Estanislao de Kostka, Kateri Tekakwitha y Juan Berchmans. También lo hicieron a pesar de las apreciaciones negativas ajenas que se cernieron sobre ellos juzgándolos poco menos que casos imposibles para la vida que iba a llevarlos a la santidad como José de Cupertino, Gerardo María Mayela, Juan María Vianney, Germana Cousin, Hermann Reichenieu, Pedro Donders y Josefa María de Santa Inés. Ellos, entre otros, tenían rasgos que el juicio humano, ramplón, equívoco, sesgado, consideró lejanos a los parámetros que debería poseer el santo. A la conciencia de sus imperfecciones que todos tuvieron, se añadían angustia, soledad e incomprensión de quienes les rodeaban dentro y fuera del convento, si era el caso, y tuvieron que lidiar con falsas acusaciones, pruebas y tentaciones de diverso calado suscitadas a veces por personas de su entorno. Hubo muchos a quienes no faltó la insidia del diablo. Pero lo que verdaderamente edifica es que en medio de los contratiempos y vicisitudes, de la gravedad de las circunstancias, no volvieron la vista atrás. Su personalidad quedó enriquecida al transfigurarse en Cristo para mostrar al mundo la fuerza que Él había impreso en sus características peculiares. Con gozo, felicidad y el sentido del humor, como el de Felipe Neri o Pier Giorgio Frassati, la intrepidez y el ardor apostólico sellando su espíritu, multiplicaron con creces los talentos que Dios les otorgó. Y ahí están clamando a los cuatro vientos cómo se materializa la promesa de Cristo, que ha venido para sanar a los pecadores, de dar a quien le siga el ciento por uno aquí en la tierra y luego la vida eterna.



miércoles, 24 de octubre de 2012

Por Isabel Orellana


LA FE, COMO EL AIRE QUE SE RESPIRA

 
No podemos vivir sin fe. Esta es una premisa y conclusión a la que cualquiera puede llegar fácilmente. Desde que comienza la jornada hasta que termina muchos de nuestros gestos compartidos con los demás están envueltos en la fe que hemos asumido como algo natural. Creemos muchas cosas sin haberlas visto, sin tener constancia fehaciente de que fueron exactamente del modo en el que otro las narra, sencillamente porque confiamos en su palabra. No vivimos desalentados ni temerosos de que puedan hacernos algún mal, no exigimos de antemano pruebas de nada, porque hasta de manera inconsciente nos fiamos de nuestros congéneres. La convivencia está fraguada en esta fe básica, fe natural, que impregna la cotidianeidad de todos y no requiere ningún esfuerzo suplementario. Pero este Año de la Fe que para los católicos se ha iniciado el pasado 11 de octubre impulsado por el papa Benedicto XVI alude a la virtud teologal, don divino y, por tanto, gratuito, que Él nos concede sin presionar lo más mínimo nuestra libertad. Ciertamente de nosotros depende la respuesta que queramos dar a esa gracia que penetra fácilmente en los sencillos y limpios de corazón porque no tienen dobleces, no viven esclavizados por la razón ni exigen contrapartida alguna a ese acto de fe que va cambiando paulatinamente sus vidas.

 
Esta fe, sin aditivos ni maquillaje alguno, desnuda de intereses y generosa, que se manifiesta en la pura dádiva de uno mismo, comienza a desentrañarse con la disposición a seguir la invitación de ese Dios que nos ha salido al encuentro, que nos ha elegido personalmente tocando nuestro corazón. Con este presupuesto, solamente hace falta apertura y disponibilidad y Él irá marcando la ruta que hemos de seguir. La fe se manifestará en todo su vigor creciendo exponencialmente, contribuyendo a que vivamos con las más altas expectativas, aún en medio de los contratiempos, de las dificultades, de la oscuridad, del dolor y del desamparo, etc., porque desasidos de todo, con la conciencia de indigencia, solamente hemos de esperar el cumplimiento de la voluntad de Dios en nosotros. Cuando hay disposición y apertura, hasta los que reconocen no poseer este don, se ponen a tiro de piedra, por así decir, haciéndose acreedores del mismo. Eso le sucedió, por ejemplo, a Edith Stein. Porque la fe en términos paulinos, es la garantía de las cosas que se esperan y ella la buscó denodadamente. La filosofía no le dio la respuesta, pero fue allanándole el camino, aunque el instante de ese encuentro personal con Dios, el fogonazo de luz que modificó para siempre su vida, fue la lectura de la vida de la gran santa castellana Teresa de Jesús. Otro doctor de la Iglesia, san Agustín, en el que Benedicto XVI se ha basado para proclamar este Año de la Fe, siguió un itinerario parecido. El estado de búsqueda no es un requisito imprescindible, desde luego, ya que muchos recibieron el don de la fe sin habérselo propuesto, pero por la forma inequívoca de su respuesta positiva ya ponían de relieve su estado de apertura y ausencia de prejuicios. La fe de la que hablamos nos insta al compromiso, se vivifica a través de las obras, ejemplos prácticos de nuestra forma de vivir el amor de Dios. De lo contrario, como dice el Evangelio, estaría muerta. El desarme de tantos argumentos que no llenan nuestros vacíos ni pueden dar respuesta a hondos interrogantes es un clamor que tiende puentes hacia la fe necesaria como el aire que respiramos. Benedicto XVI ha querido “dar un renovado impulso a la misión de toda la Iglesia, para conducir a los hombres lejos del desierto en el cual muy a menudo se encuentran en sus vidas a la amistad con Cristo que nos da su vida plenamente”. El pontífice nos ha recordado que la “puerta de la fe” está abierta. (Cf. Hch 14, 27).

sábado, 22 de septiembre de 2012

Por Isabel Orellana


TWITTER Y LA EVANGELIZACIÓN. USOS Y ABUSOS


Que las redes sociales acaparan desde hace un tiempo la atención de millones de personas en el mundo entero es algo más que sabido. La Iglesia conocedora del poderoso alcance que tienen estos medios de comunicación no ha dudado en tomarlos como fecunda herramienta apostólica para la Nueva Evangelización. Y ciertamente son fértiles en la difusión de la Palabra de Dios y ágiles al extremo, ya que cualquier noticia se convierte en dominio público y hasta llega ser trending topic de forma instantánea. Internet continúa siendo ese “prodigio” que ha dado la vuelta por completo a la comunicación en general. Pero la magia de la instantaneidad que circula por la red, a fuerza de precipitarse vertiendo de forma incontenible tal cúmulo de ideas que planean sobre la mente de los usuarios casi al ritmo de la respiración, corre el riesgo de diluirse y no calar en lo más hondo del corazón al modo como lo hace el agua que cae de forma mansa y persistente. Y la Palabra de Dios requiere sosiego, un espacio propio para poder impregnarse de ella, escuchar a ese Dios Trinitario que se dirige individualmente a cada uno de nosotros.

Qué duda cabe que si se trata de seguir en twitter a todos los que de forma esquemática opinan sobre un tema en concreto, por mencionar un ejemplo, y además se hace con un sentido de urgencia que parece que impele a estar de forma acompasada y en estrecho contacto con el potencial lector, los resultados tal vez no sean tan apetecibles como pudieran parecer a priori y de hecho son cuando se hace un uso adecuado de estos medios. Porque son indiscutiblemente valiosos, pero como todo en la vida, lo que excede de una atención que entra dentro del sentido común puede constituir hasta un problema para la salud. A ludopatias diversas se añaden ahora graves problemas derivados del mal uso de las nuevas tecnologías, la presión por estar al día, opinar, responder, examinar si hemos sido leídos, escuchados, narrar lo que acontece casi al instante, etc. No hay más que ver el gesto compulsivo de tantos jóvenes y adultos consultando el móvil del que no se puede prescindir. No es fácil mantenerse a salvo de afanes particulares que persiguen notoriedad, ni de acostumbrarse a exponer a la luz pública cuestiones que deberían afrontarse privadamente. Si alguien comunica su inquietud, estado de ánimo, angustia o dificultad personal sabe bien que al otro lado, en otros lugares, o incluso en pantallas cercanas de ordenadores y móviles siempre habrá alguien que se preocupe, que responda e incluso que rece. Pero el twitter no es sucedáneo de Dios. Él siempre nos escucha y nos responde; conoce lo que está dentro de nuestros corazones y nos recuerda que los que se sientan cansados y fatigados pueden ir a Él y los aliviará. Es formidable poder recurrir a las personas y saber que en ellas podemos tener amparo, pero nunca a costa de dejar en segundo plano a ese Dios del que no deberíamos separar nuestros ojos ni un segundo.

Acabo de concluir un santoral después de muchas jornadas de intensísimo trabajo, y el haber estado imbuida de los afanes de la vida santa más de un año, entre otras cosas, me ha vuelto a recordar que los santos y beatos de todos los tiempos dedicaron un tiempo ilimitado a la oración; de ella extrajeron la fuerza y obtuvieron incontables bendiciones que fueron esparciendo por doquier. Este hecho sobradamente constatado ratifica la idea que he esbozado en este blog.

sábado, 11 de agosto de 2012

Por Isabel Orellana


BIENES AJENOS Y CARENCIAS SOCIALES

Hechos por todos conocidos en los que un colectivo determinado ha juzgado que podría asaltar una serie de centros comerciales del Sur de España, trae a la memoria relatos, leyendas, series de ficción que calaron hondamente en una parte del pueblo ya que siempre ha sido mirada con benevolencia es supuesta justicia que se ampara en dar a los pobres lo que se les sustrae a los ricos.

Aparte del gravísimo riesgo que entrañan gestos populistas, en los que no voy a entrar aquí, procede comparar la conducta eficaz de entidades de la Iglesia, como Cáritas y de Ongs que trabajan en el completo anonimato cubriendo las necesidades básicas cotidianas de miles de familias en todo el territorio nacional desde el respeto y la generosidad, frente a la arrogancia y prepotencia de la que aquellos que entraron en los supermercados hace unos días, arremetiendo a quien se les pusiera por delante, como se ha constatado a través de los medios de comunicación.

Yendo al Evangelio, Cristo deja claro que la mano derecha no ha de saber lo que hace la izquierda. Esa discreción, por así decir, es una de las claves de la generosidad evangélica que no entiende de clases, edades, razas ni creencias. Además, un mandamiento enseña que no hay que codiciar los bienes ajenos y eso es lo que está implícito y explícito en la acción que da lugar a esta reflexión. Para quienes esgrimen la tolerancia como algo propio y la imponen por la fuerza, todo es válido. No quieren aceptar que cuando se derriba la frontera del respeto tan peligrosamente, todo atisbo de tolerancia ha muerto. A los que aplauden estos gestos, seguro que no les agradaría que lo que amasaron a costa de esfuerzo e inversión, vinieran otros a llevárselo sin más. El comercio se rige por unos parámetros en los que lógicamente tienen preeminencia los beneficios. Nadie abre un negocio con el ánimo de arruinarse. Pero no es este el lugar para recordar estos y otros aspectos bien conocidos por todos.

Pero sí conviene traer a colación nuevamente algo básico: que sin respeto, sin orden, sin aceptar la diferencia, tomándose malamente la justicia por la mano, no se erige un pueblo, ni se resuelven los problemas. Las entidades y colectivos que prestan cotidiana asistencia a los desfavorecidos –que por desgracia, no cesan de crecer–, dilatan milagrosamente las provisiones que otros les hacen llegar de forma generosa. Dice el Evangelio que por los frutos los conoceremos.   Esta cadena de solidaridad puesta en marcha espontáneamente en tantos momentos en cualquier lugar del planeta, y que en España está mereciendo galardones públicos como el que ha recibido Cáritas, no se fundamenta en la fuerza bruta. Pone de relieve la caridad de muchas personas que en incontables ocasiones actúan como la viuda del Evangelio: dan de lo que tienen para sobrevivir. Y lo hacen de manera absolutamente desprendida, sin demagogias, sin esconder intereses espurios que nada tienen que ver con el acto caritativo en sí mismo, como esos que tienen alcance político –seamos claros y aceptemos el trasfondo de esos gestos vandálicos– y llenan de esperanza el corazón de los nuevos pobres.

Los cristianos debemos saber que no existe anexo en el texto sagrado que refiera cuando se debe respetar los bienes de otros, ni dice que haya que arremeter contra ellos porque hay personas que padecen necesidades. Tampoco enseña que debamos tomarnos la justicia por nuestra mano, ni que nos erijamos en jueces de nadie. Para eso están los gobiernos y sus leyes, y en países democráticos todos tenemos la opción de decidir en las urnas. La verdadera solidaridad, y es lo que importa destacar ahora, se sustenta en algo más hondo que un acto de índole meramente social. El verdadero amor, de los que brota la compasión y piedad hacia el prójimo está sosteniendo el edificio de la historia constantemente porque no se limita a dar lo material, sino que es donación de uno mismo. 

domingo, 15 de julio de 2012

Por Isabel Orellana

FIDELIDAD Y RUTINA


La fidelidad, tomada en la segunda acepción que contempla el Diccionario de la Real Academia Española (DRAE) como “Puntualidad, exactitud en la ejecución de algo”, y la rutina que la DRAE define en segundo lugar como “Secuencia invariable de instrucciones que forma parte de un programa y se puede utilizar repetidamente”, están relacionadas. Y en determinadas situaciones, bien orientadas, pueden constituir un baluarte contra esos hábitos que impiden nuestro crecimiento personal y espiritual. Veamos.

Fidelidad y rutina, siempre en los sentidos expuestos, están insertas en la conducta cotidiana. Todos los seres humanos ensartamos nuestro acontecer con pautas que hemos aprendido desde pequeños: hábitos de higiene y comportamientos sociales, por ejemplo, se van completando a medida de que pasan los años con ciertas costumbres y prácticas que en muchos casos pueden dominar a la persona y convertirse en manías. Una de las características de la personalidad del gran filósofo alemán Immanuel Kant era su escrupulosa observancia. Su programa diario estaba sujeto de forma tan estricta que pautas de su regular conducta tuvieron hasta una repercusión social. En efecto. Su puntual paseo que se producía invariablemente a la misma hora le servía a sus vecinos para tener a punto sus relojes. El pensador llegó a un grado de “fidelidad” en esta “rutina” que se había impuesto, que era incapaz de modificarla.

Como todo en esta vida, cuando se sale de los cauces del sentido común, y son las cosas, tendencias, hábitos, costumbres, etc., los que nos dominan, no estamos simplemente ante un síntoma de que algo va mal. Es evidente que acomodarse en la rutina no es bueno. Y si en esa fidelidad, estos es, “regularidad” ante ciertas pautas a las que se ha acostumbrado, alguien percibe una resistencia interna a modificarlas, porque se han anclado en su día a día de forma tan pesada, la “enfermedad” que deteriora el progreso humano y espiritual está en marcha. La rutina destruye el amor humana y espiritualmente. Porque la rutina con este sesgo negativo expuesto no es más que egoísmo, ya que quedarse inmerso en la mera costumbre por intereses particulares, negarse a cambiar es mirarse a uno mismo. Y eso asfixia a cualquiera.

Pero no todo está perdido. Por fortuna, toda persona es mucho más que sus tendencias, sus pensamientos, sus hábitos… Tiene la potestad, porque Dios se la ha concedido al crearla, de ponerse por encima de ellos. Y esta polarización de conceptos, como la fidelidad y la rutina, encierran en sí mismos todo un potencial cuando nos valemos de ellos y los encauzamos debidamente. No es un gesto de astucia, es la determinación a luchar contra todo aquello que minimice nuestra vida. Y podemos conseguirlo con la gracia de Cristo.

Podemos ser regulares, fieles y rutinarios –dicho esto siempre en el sentido expuesto en esta reflexión– en lo que vaya a hacer de nosotros mejores personas, y el abanico de posibilidades es inmenso. Desde la mirada puesta en Dios, al que cada día podemos unirnos con mayor intensidad, pasando por la ruptura de la rutina cuando nos acercamos a las personas con las que convivimos, las que conocemos, y las que pasan por nuestro lado, y la búsqueda incesante de todas las posibilidades que se nos han concedido de crecer en el amor a todos los niveles. Ese es un extraordinario potencial para ser rutinarios y fieles, pero en no ceder al chantaje de nuestras emociones e intereses personales, a no dejarnos engañar por la idea de que si dejamos la puerta abierta a otras costumbres, entonces vamos a perder algo de nuestra hegemonía, etc. Hay “sufrimientos” que nos imponemos nosotros mismos.

A ceder en nuestros hábitos cuando hay otros que se nos presentan que son mejores o que convienen dentro del ámbito convivencial en el que nos movemos, se le llama abnegación, espíritu de sacrificio, capacidad de donación, afán de cubrir a los demás… Por tanto, la idea es aprovechar la tendencia a ser rutinarios y fieles en nuestras personales exigencias, para trocarlos y dirigir esas fidelidades y rutinas a la búsqueda del mayor bien.

martes, 10 de julio de 2012

CAMPAMENTO ALORA, MARTES

"PARA NACER ES NECESARIO MORIR"
Con este lema hemos comenzado el segundo dia de campamento aquí en el Santuario de las Flores, Álora, los chicos de catequesis de infancia y juventud de la parroquia de San Juan y San Andrés de Coín.
Desde esta mañana nos hemos puesto en manos del Señor;

Entre Tus manos está mi vida, Señor.
Entre Tus manos pongo mi existir.

Hay que morir, para vivir.

Entre Tus manos yo confío mi ser Si el grano de trigo no muere, si no muere solo quedará, pero si muere en abundancia dará un fruto eterno que no morirá.

FOTOS DEL MARTES

lunes, 9 de julio de 2012

CAMPAMENTO DE ALORA, LUNES

Hoy lunes hemos comenzado el campamento de jóvenes de nuestra parroquia de San Juan y San Andrés, nuestros chicos ya disfrutan de numerosas actividades, aunando el tiempo de ocio con el de oración para que no olviden que tal y como reza nuestro lema de este año, nuestra familia es la Iglesia.


jueves, 5 de julio de 2012

Por Isabel Orellana


EQUIPAJE IMPRESCINDIBLE






Cuando llega el verano, todos queremos que sea diferente, inolvidable, cumplir los propósitos que hemos fraguado, aprovechar el tiempo para dedicarlo a esos quehaceres o acciones que no hemos podido llevar a cabo, etc. En medio de todo ello, el ajetreo del equipaje, ¿qué es lo imprescindible?, ¿qué podemos o debemos dejar?, etc.



Pero en este vaivén, cuántas veces se olvida que Dios, que no se va de vacaciones, está ahí presente, a nuestro lado (aunque parezca ocultarse a los ojos de los incrédulos), esperando que le dediquemos alguna mirada, simplemente por amor. Lo que quiero decir es que quizá lo esencial en el equipaje se queda fuera, justamente lo que nunca debería faltar, eso que para todos es gratis ya que hemos sido creados con la potestad de extraer lo mejor de nosotros mismos, lo máximo. De modo que a manera de sugerencia, ahí van sencillas propuestas para que este verano, que se va acercando a su ecuador, sea simplemente maravilloso, porque la felicidad no está en el tener sino en el dar.



-                 Agradecimiento. Ser agradecidos por el don de la vida, por la familia, por todo lo que tenemos a nuestro alcance, incluidas las vacaciones, si es el caso. Pero si no hemos podido emprender ningún viaje, ni dejar un espacio para el merecido descanso, agradezcamos igualmente a Dios la posibilidad de entregar lo que tanto nos agrada y a lo que humanamente tenemos derecho. Pensemos que hay personas que pudiendo disfrutar de vacaciones, deciden ponerlas al servicio de otros en acciones solidarias, voluntariado, etc. Ahí están las misiones pastorales que llevan a cabo los párrocos de zonas turísticas sin concederse un instante de respiro, todo con el fin de asistir, alentar y animar a todos los que se acercan a sus parroquias. Ser agradecidos por la salud. Y aunque ésta no sea boyante, podemos ser testigos para otros por nuestra alegría, por la fortaleza y la conformidad con la situación que nos haya tocado vivir. Las secuelas de lesiones, ciertas enfermedades y circunstancias de limitación cuando se asumen con gallardía y los gestos de fortaleza de quienes las padecen son visibles en lugares públicos (playa o piscina, por ejemplo) pueden tocar hasta el corazón más insensible. Y si alguien es dado a quejarse sin mucha razón, seguro que no olvidará el ejemplo que ha tenido delante.



-                 Atención. En cualquier lugar hay alguien que nos necesita más que el móvil. Puede que se trate de una persona con quien nunca más volveremos a cruzarnos, que tal vez porta en su mirada la herida de la soledad y el miedo. Si fijamos nuestros ojos en el móvil, perderemos la oportunidad de conocerla, de ayudarla, de enriquecernos con su presencia. En la era de la comunicación por antonomasia, no vivamos aislados, no nos separemos de los demás. Demos importancia a lo que verdaderamente la tiene.



-                 Espíritu conciliador. Siempre es tiempo de caridad. Y ésta es próxima. De modo que hay que huir de las discusiones que franquean la entrada al resentimiento. No existe la verdad absoluta. El otro puede tener su parte de razón. Reflexionemos antes de responder con inconvenientes bien sea a nuestros allegados o a otros más lejanos. No dar paso a las críticas mordaces. Y un consejo importante: Olvidarse de programas y lecturas que animan al cotilleo, y que hacen de nosotros personas intransigentes, intolerantes, chismosas. Seamos compasivos.



-                 Generosidad. Ayudemos a todo el que esté a nuestro alrededor combatiendo el egoísmo y la pereza. ¿Hemos agradecido el esfuerzo de las personas que han hecho posible nuestro descanso, que disfrutemos con una sabrosa comida…?, ¿tomamos la delantera para sorprender a quienes nos sorprenden con su generosidad todos los días? Si no es así, ¿a qué esperar?



Y no hay que olvidarse del Evangelio, ni de dedicar al menos unos minutos de oración al día. El silencio como virtud es absolutamente saludable. Hablemos con Dios que Él siempre nos escucha. Termino con un proverbio de Fernando Rielo: “Quien más ama el bien sabe que es poco lo que puede hacer”. Descansen y sean felices.

miércoles, 6 de junio de 2012

Por Isabel Orellana


Festejos: entre lo profano y lo sacro. La débil frontera


 España, quizá uno de los países festivos por antonomasia del mundo, tiene sobre la base de sus celebraciones la conmemoración de un hecho de índole religiosa: de carácter mariano en la mayoría de sus poblaciones, o en honor de ancestrales devociones a santos y santas que antaño marcaron el acontecer de las gentes, además de la Semana Santa. Romerías, procesiones y ofrendas diversas perfuman la primavera de este privilegiado país.

Pero en estos tiempos que corren, la brecha que se fue abriendo entre estas hermosas costumbres de tinte claramente eclesial —y también cultural—, que no deben perderse, y el acento de quienes reclaman su uso para solaz recreo, sin mayores pretensiones, es cada vez mayor. Es innegable que la conmemoración de una efemérides es una perfecta excusa para potenciar otros intereses, legítimos, nadie lo pone en duda, como por ejemplo el turismo, muy conveniente para las arcas de la economía, pero también, y esto es lo que produce tristeza y preocupación, alejados cada vez más de la verdadera naturaleza de la fiesta. Expresiones de autoridades locales de ciudades con honda raigambre en la celebración de algunas de estas fechas significativas del calendario confirman un hecho que se puede constatar fácilmente. Un mandatario en reciente entrevista a una emisora de radio, expresaba: «al margen del hecho religioso…», y continuaba su exposición subrayando la importancia de la inversión económica realizada en el aspecto lúdico para la ciudad a la que representa. Este paréntesis verbal, que en muchos casos es una especie de «latiguillo», de un comodín, pone de relieve en qué lugar queda lo que ha originado la fiesta, los pilares sobre los que ésta descansa. Distinto es cuando el festejo tiene su origen en una decisión de carácter político. Esto es, la declaración de una fecha para ensalzar a un pueblo determinado con su cultura y trasfondo histórico, que de esas hay muchas en España, o algo similar sin relación alguna con lo religioso.

Y es que entre lo profano y lo sacro siempre ha existido una débil frontera, aunque el relativismo actual la endurece. Al hablar de ellos no aludo aquí a conceptos filosóficos, sino a la expresión de un hondo sentimiento que en lo que concierne a lo sagrado compartimos incontables personas que hemos recibido el don de la fe y para quienes la atribución de lo sacro tiene un referente inequívoco en ese Dios en el que creemos y por tanto está impregnado de espíritu religioso. En este sentido lo profano sería sencillamente lo que quede desprovisto de este contenido. No estoy diciendo que de las fiestas populares de raigambre religiosa haya que mantener la celebración cultual exclusivamente, y desterrar lo demás. Ni tendría sentido y además sería como predicar en un desierto, aparte de que hay valores innegables en el trasfondo de las fiestas simplemente de carácter social. Son integradoras, se convierten en vías de convivencia ya que aglutinan a familiares, acercan entre sí a los pueblos desde el respeto y la admiración, engrandecen la historia que han heredado… Eso por mencionar simplemente unos pocos aspectos. Todo eso es compatible con el espíritu religioso y los creyentes no debemos olvidarlo cuando participamos de esta clase de eventos siendo testigos del patrimonio espiritual que hemos recibido. La diversión y la devoción, aquella dentro de unos cánones de sentido común, no son contradictorias. No se trata de demonizar nada en concreto más que la actitud irresponsable humana que atenta contra los principios religiosos en los que creemos, lo que significa que hemos de ser activos en la defensa de la fe. Es un signo elemental de amor.

Mañana conmemora la Iglesia uno de esos días, que según el refrán, lucen más que el sol: el Corpus Christi, junto con el Jueves Santo y el Día de la Ascensión. Muchas localidades españolas engalanarán su asfalto con bellísimas creaciones compuestas por pétalos de flores para acoger al Señor que en distintos puntos será procesionado bajo palio. Es un momento para que los padres, a los que el Papa Benedicto XVI acaba de dirigirse nuevamente de Milán en el VII Encuentro Mundial de la Familia recordándoles que «evangelicen con la fuerza del amor divino», no desmayen en sus responsabilidades y sigan siendo fieles transmisores de la fe. Que enseñen a sus hijos desde pequeños el significado de estas procesiones y cultos que tienen lugar dentro de la Iglesia, infundiéndoles la devoción y el respeto en sus corazones, algo que siempre será para ellos inolvidable.