DULCE TENTACIÓN, DIVINO TESORO
Si alguno de los lectores tiene curiosidad por
conocer el impacto que tiene la lectura de vidas santas en el mundo, asómese al
inmenso ventanal de la red. No tiene más que escribir en la barra de su
buscador el nombre de cualquier santo o beato que le venga a la mente y
enseguida obtendrá la respuesta. Seguro que le impresiona el resultado, porque
verá que son cientos de miles de páginas dedicadas a ellos. En conjunto, la
búsqueda de vidas de santos arroja cifras impresionantes: decenas de millones
de entradas en Internet. Son biografías que no están circulando como hojas que
se lleva el viento, sino que son consultadas, tomadas como elemento para la
reflexión, utilizadas en acciones educativas y apostólicas, y reproducidas
hasta la saciedad en todos los continentes a través de las redes sociales y por
cualquier otro medio, no sólo por creyentes sino también por los que se
declaran incrédulos, al punto de que es imposible cuantificar el número de sus
lectores. Hay que decir, además, que en la actualidad hay un revival de la vida santa, aunque muchos
no se hayan enterado. Por algo será.
De modo que en este nuevo Adviento que nos trae
aromas de eternidad, los motivos para la esperanza que siempre acompañan a los
creyentes en estas fechas se nutren también de esta realidad bibliográfica que
regresa con fuerza –si es que alguna vez se marchó– para volver a tocar el
corazón de quienes se dejen seducir por esta dulce tentación. Y no es difícil
quedarse atrapado por las grandes gestas de tantos hombres y mujeres de bien
que han alcanzado las más altas cimas del amor. Es algo que no sólo resulta
seductor, sino que a muchos les ha transformado la vida. Tal es el caso de san
Ignacio de Loyola. Un gran número de estos insignes seguidores de Cristo
nutrieron sus días de juventud con estas lecturas que les acompañaron en su
discernimiento. Santos como Teresa de Jesús, Benita Cambiagio Frassinello,
Marcelino Champagnat, Luís Gonzaga, Verónica Giuliani, Alfonso María de
Ligorio, Serafín de Montegranario, Rosa de Lima, Antonio María Claret, Juan
María Vianney, y Pablo de la Cruz, entre otros
muchos, se deleitaron con el devenir de quienes les precedieron en la gloria y
los tomaron como modelos para su acontecer.
San Felipe Neri aconsejaba siempre esta clase de lectura porque los
santos y beatos, como es bien sabido, constituyen un ejemplo genuino de
superación en su día a día, marcado por la heroicidad de la entrega y la
sencillez de vida. Son el signo elocuente de la grandeza del ser humano, hecho
a imagen y semejanza de Dios. Ponen de manifiesto la viabilidad de un
itinerario de indiscutible fecundidad para la propia vida, que se irradia al
resto de la sociedad y del mundo. Son motores del progreso de la historia; influyeron
en el devenir de su tiempo, modificaron estructuras, costumbres y modos de
pensar, consolaron y lucharon por los oprimidos sin desalentarse y en medio de
incontables dificultades y contratiempos portando en sus gestos de caridad el
amor de Cristo que sembraron por todos los rincones del mundo; sin duda, han
dejado una estela imborrable y de ello hay muestras fehacientes. Algunos han
sido contemporáneos nuestros, como Teresa de Calcuta, por tanto, no hay que
esforzarse por recordar el inmenso bien que ha prodigado y el impacto de su
acción que ha sido reconocida también en altas esferas. Al menos en estas
navidades, hagámonos este bien y compartámoslo con los demás. San Antonio María
Claret decía: «El bien que se puede recabar de la
lectura de un buen libro no se puede calcular, y siendo ésta la mejor limosna
que puede hacerse, ciertamente recibirá de Dios un premio centuplicado en la
vida eterna». Queda dicho.