sábado, 11 de agosto de 2012

Por Isabel Orellana


BIENES AJENOS Y CARENCIAS SOCIALES

Hechos por todos conocidos en los que un colectivo determinado ha juzgado que podría asaltar una serie de centros comerciales del Sur de España, trae a la memoria relatos, leyendas, series de ficción que calaron hondamente en una parte del pueblo ya que siempre ha sido mirada con benevolencia es supuesta justicia que se ampara en dar a los pobres lo que se les sustrae a los ricos.

Aparte del gravísimo riesgo que entrañan gestos populistas, en los que no voy a entrar aquí, procede comparar la conducta eficaz de entidades de la Iglesia, como Cáritas y de Ongs que trabajan en el completo anonimato cubriendo las necesidades básicas cotidianas de miles de familias en todo el territorio nacional desde el respeto y la generosidad, frente a la arrogancia y prepotencia de la que aquellos que entraron en los supermercados hace unos días, arremetiendo a quien se les pusiera por delante, como se ha constatado a través de los medios de comunicación.

Yendo al Evangelio, Cristo deja claro que la mano derecha no ha de saber lo que hace la izquierda. Esa discreción, por así decir, es una de las claves de la generosidad evangélica que no entiende de clases, edades, razas ni creencias. Además, un mandamiento enseña que no hay que codiciar los bienes ajenos y eso es lo que está implícito y explícito en la acción que da lugar a esta reflexión. Para quienes esgrimen la tolerancia como algo propio y la imponen por la fuerza, todo es válido. No quieren aceptar que cuando se derriba la frontera del respeto tan peligrosamente, todo atisbo de tolerancia ha muerto. A los que aplauden estos gestos, seguro que no les agradaría que lo que amasaron a costa de esfuerzo e inversión, vinieran otros a llevárselo sin más. El comercio se rige por unos parámetros en los que lógicamente tienen preeminencia los beneficios. Nadie abre un negocio con el ánimo de arruinarse. Pero no es este el lugar para recordar estos y otros aspectos bien conocidos por todos.

Pero sí conviene traer a colación nuevamente algo básico: que sin respeto, sin orden, sin aceptar la diferencia, tomándose malamente la justicia por la mano, no se erige un pueblo, ni se resuelven los problemas. Las entidades y colectivos que prestan cotidiana asistencia a los desfavorecidos –que por desgracia, no cesan de crecer–, dilatan milagrosamente las provisiones que otros les hacen llegar de forma generosa. Dice el Evangelio que por los frutos los conoceremos.   Esta cadena de solidaridad puesta en marcha espontáneamente en tantos momentos en cualquier lugar del planeta, y que en España está mereciendo galardones públicos como el que ha recibido Cáritas, no se fundamenta en la fuerza bruta. Pone de relieve la caridad de muchas personas que en incontables ocasiones actúan como la viuda del Evangelio: dan de lo que tienen para sobrevivir. Y lo hacen de manera absolutamente desprendida, sin demagogias, sin esconder intereses espurios que nada tienen que ver con el acto caritativo en sí mismo, como esos que tienen alcance político –seamos claros y aceptemos el trasfondo de esos gestos vandálicos– y llenan de esperanza el corazón de los nuevos pobres.

Los cristianos debemos saber que no existe anexo en el texto sagrado que refiera cuando se debe respetar los bienes de otros, ni dice que haya que arremeter contra ellos porque hay personas que padecen necesidades. Tampoco enseña que debamos tomarnos la justicia por nuestra mano, ni que nos erijamos en jueces de nadie. Para eso están los gobiernos y sus leyes, y en países democráticos todos tenemos la opción de decidir en las urnas. La verdadera solidaridad, y es lo que importa destacar ahora, se sustenta en algo más hondo que un acto de índole meramente social. El verdadero amor, de los que brota la compasión y piedad hacia el prójimo está sosteniendo el edificio de la historia constantemente porque no se limita a dar lo material, sino que es donación de uno mismo.