lunes, 10 de diciembre de 2012

Por Isabel Orellana

DULCE TENTACIÓN, DIVINO TESORO



Si alguno de los lectores tiene curiosidad por conocer el impacto que tiene la lectura de vidas santas en el mundo, asómese al inmenso ventanal de la red. No tiene más que escribir en la barra de su buscador el nombre de cualquier santo o beato que le venga a la mente y enseguida obtendrá la respuesta. Seguro que le impresiona el resultado, porque verá que son cientos de miles de páginas dedicadas a ellos. En conjunto, la búsqueda de vidas de santos arroja cifras impresionantes: decenas de millones de entradas en Internet. Son biografías que no están circulando como hojas que se lleva el viento, sino que son consultadas, tomadas como elemento para la reflexión, utilizadas en acciones educativas y apostólicas, y reproducidas hasta la saciedad en todos los continentes a través de las redes sociales y por cualquier otro medio, no sólo por creyentes sino también por los que se declaran incrédulos, al punto de que es imposible cuantificar el número de sus lectores. Hay que decir, además, que en la actualidad hay un revival de la vida santa, aunque muchos no se hayan enterado. Por algo será.

De modo que en este nuevo Adviento que nos trae aromas de eternidad, los motivos para la esperanza que siempre acompañan a los creyentes en estas fechas se nutren también de esta realidad bibliográfica que regresa con fuerza –si es que alguna vez se marchó– para volver a tocar el corazón de quienes se dejen seducir por esta dulce tentación. Y no es difícil quedarse atrapado por las grandes gestas de tantos hombres y mujeres de bien que han alcanzado las más altas cimas del amor. Es algo que no sólo resulta seductor, sino que a muchos les ha transformado la vida. Tal es el caso de san Ignacio de Loyola. Un gran número de estos insignes seguidores de Cristo nutrieron sus días de juventud con estas lecturas que les acompañaron en su discernimiento. Santos como Teresa de Jesús, Benita Cambiagio Frassinello, Marcelino Champagnat, Luís Gonzaga, Verónica Giuliani, Alfonso María de Ligorio, Serafín de Montegranario, Rosa de Lima, Antonio María Claret, Juan María Vianney, y Pablo de la Cruz, entre otros muchos, se deleitaron con el devenir de quienes les precedieron en la gloria y los tomaron como modelos para su acontecer.

San Felipe Neri aconsejaba siempre esta clase de lectura porque los santos y beatos, como es bien sabido, constituyen un ejemplo genuino de superación en su día a día, marcado por la heroicidad de la entrega y la sencillez de vida. Son el signo elocuente de la grandeza del ser humano, hecho a imagen y semejanza de Dios. Ponen de manifiesto la viabilidad de un itinerario de indiscutible fecundidad para la propia vida, que se irradia al resto de la sociedad y del mundo. Son motores del progreso de la historia; influyeron en el devenir de su tiempo, modificaron estructuras, costumbres y modos de pensar, consolaron y lucharon por los oprimidos sin desalentarse y en medio de incontables dificultades y contratiempos portando en sus gestos de caridad el amor de Cristo que sembraron por todos los rincones del mundo; sin duda, han dejado una estela imborrable y de ello hay muestras fehacientes. Algunos han sido contemporáneos nuestros, como Teresa de Calcuta, por tanto, no hay que esforzarse por recordar el inmenso bien que ha prodigado y el impacto de su acción que ha sido reconocida también en altas esferas. Al menos en estas navidades, hagámonos este bien y compartámoslo con los demás. San Antonio María Claret decía: «El bien que se puede recabar de la lectura de un buen libro no se puede calcular, y siendo ésta la mejor limosna que puede hacerse, ciertamente recibirá de Dios un premio centuplicado en la vida eterna». Queda dicho.