martes, 15 de diciembre de 2009

Por Jose Luis Arranz

NUNCA SERÁ NAVIDAD


Estamos ya muy próximos a la gran fiesta anual de la Navidad. Se palpa en el ambiente, en las calles, en los saludos y en el gasto inusual, pese a la crisis, que en estos días hacemos, incluso a costa de endeudarnos para presentar a propios y extraños una mesa exageradamente repleta de ricos manjares, muchos de los cuales irán al día siguiente a parar al cubo de la basura por la imposibilidad material de gastarlos todos y por su carácter de alimento muy perecedero. Y todo esto, repito, a pesar de la tremenda crisis que ensombrece nuestro día a día.
A partir de ahora repartiremos también a diestro y siniestro felicidades: a los amigos, a los menos amigos, a los simplemente conocidos, a los vecinos con los que el resto del año no tenemos el más mínimo contacto...en estos días sacamos nuestra mejor y más fría sonrisa-dentífrico y la repartimos por igual, dejándola caer donde primero nos pilla. Pero queda bonito eso de desearnos felicidades en estas fechas que se avecinan, sintamos o no en el interior de nuestro corazón la necesidad de que ese deseo de felicidad se convierta en realidad, que ese es otro cantar.
Sabemos que la palabra Navidad es una contracción de Natividad, que significa Nacimiento. Es decir, que estamos esperando la siempre agradable y buena noticia del nacimiento de un niño, y en este caso, del Niño Dios.
Y alrededor de ese nacimiento –que no olvidemos que se produjo en una cueva, sin más calor que el que producían los cuerpos del buey y de la mula y sin más alimentos que los pocos que llevaron los pastores, que no sería demasiado porque generalmente las alforjas de un pastor no tiene alimentos sobrados ni mucho menos, y menos aún para tener que compartir-- es donde hemos formado toda esa parafernalia de fiestas, música, consumismo, gastos, luces y felicitaciones por doquier.
Desde ya, las ONG’s, las cadenas de televisión, los grupos de cristianos más o menos comprometidos y otros colectivos, están recogiendo alimentos para que la noche de Navidad no se quede nadie sin su cena de ¿fiesta?. Y eso se hace en memoria del nacimiento del Niño.
Es decir, que los demás días del año, como no nace el Niño, las familias más necesitadas no tienen derecho a alimentarse igual que los demás. Sólo un día al año, y eso por ser Navidad. Y eso porque ese día nos nace el Niño Dios, ese Hijo de Dios que pasando el tiempo se verá obligado a señalarnos al ver nuestra falta de buena voluntad que: “Siempre que lo hacéis por uno de mis hermanos más pequeños, por Mi lo haceis”, porque los creyentes hemos olvidado en gran medida que Cristo vino para todos y, sobre todo, para los más necesitados, esos mismos necesitados que en estos días miran –-en muchos casos sin entender—nuestras manos repletas de alimentos para nuestras familias, mientras que para ellos solo queda, si acaso, un “Felicidades, hermano; que Dios le ampare”.
Y no hablo solo de los alimentos del cuerpo, que en muchas ocasiones no les son tan necesarios porque de alguna forma cuentan con ellos. En muchos casos, ese alimento que esperan es, simplemente, una muestra de cariño, una sonrisa dada desde el corazón, una cercanía sin interés, unas palabras de aliento, el calor de una brazo sobre los hombros, un acompañarles hasta la próxima esquina, un compartir con ellos siquiera unos minutos de nuestro “precioso” pero mal gastado tiempo... y tantas otras cosas como podemos ofrecer a Cristo a través de nuestros hermanos. Y nosotros, al mismo Cristo que se acerca a nosotros, le decimos simple y llanamente “felicidades hermano; que Dios el ampare”.
Y eso por muchas veces que nos repita desde nuestra conciencia, que es como decir desde nuestro propio interior: "Tuve hambre y me disteis de comer; sed y me disteis de beber; frío y me abrigasteis...” Y nosotros, conociéndonos como nos conocemos y sabiendo como somos y como nos comportamos, aún tendremos el valor suficiente para preguntarle “¿Cuándo hicimos por ti todo eso...?” Yo me imagino que la mirada que Cristo nos lance en esos momentos debe ser todo un diccionario de tristeza y de soledad, y que podría decirnos: “Nunca, hijo, hermano; nunca, a pesar de que te lo repetía todos los días”.
¿Seremos capaces de mirarle a la cara y decirle, como le dijo Pedro “Tu lo sabes todo, tu sabes que te quiero”? ¿Cómo le demostramos ese cariño del que presumimos?
Algo falla aquí. O, como dice el refrán castellano, “una cosa es predicar, y otra dar trigo”.
¿O será que falla el mismo Dios?
Pero no; Dios no nos falla. Aquí lo que falla es que los cristianos deberíamos celebrar la Navidad todos los días del año. Mientras en nuestro corazón no nazca el Niño cada segundo de nuestra existencia; mientras miremos con recelo a los demás y andemos más guiados por la envidia que por la caridad; mientras no veamos a los demás como hermanos; mientras en nuestro corazón no atesoremos solo la verdad de Cristo, nunca será Navidad.
Y todo esto sin despreciar los bienes que el mismo Dios nos ha dado. No se trata de hacernos nosotros iguales a ellos sino de hacer a ellos iguales a nosotros, que parece lo mismo pero hay un abismo imposible de cruzar entre ambas frases, aunque parezcan simplemente un juego de palabras.
Si Dios nos ha dado unos bienes más o menos cuantiosos, son para que los disfrutemos, para que vivamos según nuestras posibilidades, para que gocemos y para que al final de nuestra vida, cuando nos pida cuentas, podamos decirle: “Diez talentos me diste, y yo he ganado para ti otros diez”.
Y esos talentos, sin duda, se ganan dando amor en el sentido más amplio y más genérico de la palabra.
O como dice San Pablo en una de sus cartas a los corintios: “Si no tengo amor, nada soy”.
¿Tenemos amor? ¿Somos capaces de administrarlo, según nuestra capacidad, entre los más necesitados? Entonces es Navidad todos los días del año.
Pero si no es así, siento decirlo pero nunca, nunca, NUNCA será Navidad.

Por Isabel Orellana

" Las cosas importantes "

MENSAJES SUBLIMINARES EN TIEMPOS DIFÍCILES


A nadie se le escapa ya que la Iglesia católica está atravesando una época difícil. Al menos en España, las críticas y cortapisas tienen vías distintas. A veces son explícitas y otras están envueltas en el oropel televisivo y cinematográfico. Algunos guionistas, de los que no se pone en duda su brillantez e inteligencia, manejan con maestría unos diálogos dirigidos a capturar la pasividad de un público fervorosamente entregado a la película o a la serie televisiva. Ha sucedido recientemente con la taquillera “Ágora”. Pero como no hay nada nuevo bajo el sol, este ejemplo es simplemente eso: una pequeña muestra en un arte que hace años superó el siglo de vida. Y como no me he propuesto insertar una lista, ni siquiera breve, de films recientes que han puesto en solfa creencias compartidas por millares de personas, lo dejo aquí.

Pero lo cierto es que conviene asomarse a la gran o a la pequeña pantalla pertrechados por una crítica constructiva. No es oro todo lo que reluce. En estos momentos hay varias series televisivas que cuentan con miles de seguidores. La audiencia crece día en día. Dos de las producciones se exhiben en la primera cadena de TVE y se da la circunstancia de que el ideario que subyace en ellas –ideología, si lo prefieren–, es similar. Por no decir que es la misma. ¿Casualidad, coincidencia, o más bien, clara intención de “adoctrinar” al público? Que cada uno lo juzgue. Pero hace unos días, en una de estas exitosas series se tocó el tema de la Primera Comunión de un niño, el hijo de una de las protagonistas. Naturalmente, de forma muy fina, vamos a decir, pero clara y nítida como la luz del día, el guión subrayaba eventuales errores de un pasado en el que la formación religiosa pudo no convencer a todos. El temor al infierno y la afirmación de que podrían ser desterrados a él los niños que no hicieran la Primera Comunión, se mezclaba hábilmente con el valor de la libertad y la autonomía en las decisiones; también con la justicia. Un mundo justo sería ese en el que cada uno pudiese elegir lo que quiere hacer cuando crezca, en ese momento en el que se considera tiene lucidez para tomar ciertas determinaciones. En una palabra, se ensalzaba la inocencia del niño haciendo ver que estaba siendo mal dirigido. Ciertamente habrá sucedido así en muchos casos. Pero no en todos, y ese es el problema de lanzar a los cuatro vientos afirmaciones con vocación de infalibilidad. Es una verdad, pero a medias. Y ya sabemos lo que dice un dicho popular, que no hay mayor mentira que una verdad a medias.

No voy entrar en discusiones bizantinas, que a nada conducen, respecto a la capacidad de un niño para tomar ciertas decisiones. Por experiencia me consta que hay niños que actúan con una madurez y resolución que ya quisieran para sí muchos adultos. Desde sacar adelante a los miembros de la familia ante la imposibilidad o la falta de la madre o del padre, hasta defender con su vida la fe. No hablo de épocas pasadas. Eso está sucediendo también hoy día. No aceptemos mensajes subliminares tan fácilmente, que lo mismo intentan vendernos un coche haciéndonos creer que es el único y el más indicado para nuestra clase de vida, que invitarnos a negar lo que brota de lo más hondo de nuestro corazón. Una cosa es seguir profundizando en las formas más adecuadas de trasladar la fe y otra abandonar al niño, dejarlo en un mundo en el que prima o intenta imponer una visión única en la que fe y los valores encarnados en ella son inexistentes.

Es un error creer que la fe es dañina, retrógrada, que discurre al margen de la realidad. Si por realidad se entiende la defensa de un punto de vista que está vacío de trascendencia, ¿con qué ropaje se cubrirá la vida de una criatura cuando en ella hagan acto de presencia las contingencias de su personal devenir? Y estoy hablando ahora en términos prácticos, eso que tanto se lleva. Pero hay infinitamente mucho más que decir a otro nivel, y tengan por seguro que un niño no tiene dificultad en captarlo, quererlo y amarlo, digan lo que digan los demás.

viernes, 27 de noviembre de 2009

Por Isabel Orellana

" Las cosas importante "

OTRAS FORMAS DE MIRAR LO QUE NOS RODEA



Decía el pensador español Fernando Rielo que “nada debe negarse a un ser humano que desea impartir un bien del cual se juzga poseedor, porque no es lícito frustrar el deseo de alguien de hacer el bien. Primero, porque tiene el deber de hacerlo. Segundo, porque dignifica a la persona. El bien no es un ente abstracto, es bien concreto; luego en términos concretos y reales siempre dignifica”.

Esta certeza late no sólo en el espíritu de la Asociación Juventud Idente, que fue una de las fundaciones que Rielo puso en marcha, sino que alienta el sentir de las diversas entidades, en total dieciséis, que, junto con ella, el pasado día 25 de noviembre participaron en la Muestra de Voluntariado universitario malagueño. Un acierto debido al excelente quehacer de un equipo de profesionales de la UMA que nos ofrecieron la oportunidad de compartir en la Facultad de Ciencias de la Educación tantas ilusiones y esperanzas con los incontables alumnos y alumnas que se acercaron a los diversos stand. Todos tenemos que felicitarnos, porque una vez más se ha puesto de manifiesto que el voluntariado sigue siendo un valor en alza. Muchos jóvenes mostraron su anhelo de compartir parte de su preciado tiempo para mitigar las deficiencias que padecen tantos colectivos desfavorecidos; para ayudarles en cualquiera de los ámbitos que se les ofrecían, fuesen sociales, sanitarios y educativos.

La conciencia de la propia indigencia es uno de los signos del voluntariado. El rostro de un niño, de un anciano, de un enfermo o de cualquier criatura necesitada nos interpela. Si no hemos padecido determinadas carencias, podríamos llegar a sufrirlas o tal vez las tenemos muy cerca. Sea como fuere, nadie está libre de la dificultad que nos acecha cotidianamente disfrazada de soledades, temores y de tantas debilidades y contratiempos. A fin de cuentas, el devenir cabalga entre contingencias. Por eso, un ser humano que se sabe igual a otro no sólo comprende sus deficiencias, sino que se preocupa por ellas, le sale al encuentro y le ofrece lo mejor de sí sin esperar nada a cambio, consciente de que recibirá siempre mucho más de lo que dé. Destierra de su vocabulario las expresiones que el pesimismo y la desidia cincela en quienes no están dispuestos a darse por entero a los demás: “total, como no vamos a conseguir nada”; “esto no hay quien lo arregle”, etc. Y conocedor de que su labor jamás caerá en saco roto, aunque simplemente sea una gota de agua en un océano, el voluntario genuino nunca se detendrá. “Las gotas, recordará, también horadan las piedras”. Nada será igual en su vida cuando de verdad se ha entregado a la tarea de allanar el drama ajeno. Ya no podrá contemplar el mundo de la misma forma. Porque el sufrimiento de otros habrá espoleado su conciencia y le habrá prohibido mirar para otro lado.

Un cierto misterio, hermoso y desafiante en medio de la fiereza del dolor, envuelve la acción altruista del voluntario. La generosidad es único lema, derecho y deber que no pospone porque el tiempo no se detiene y sabe que ha de rescatar los corazones maltrechos de los afligidos, incentivar la vivencia de los valores universales, sonreír y llorar con esa criatura a la que la vida le ha privado de la salud, alimento, compañía, ternura y cariño. La gratitud del receptor de una acción solidaria es un preciado obsequio que el voluntario custodia fuertemente en su interior. Le conmueve y le impresiona poderosamente saber el alcance que su modesto quehacer tiene en la vida de otros, cómo le quieren, le estiman y le recuerdan, de qué modo se ha quedado apresado en su corazón.

Una vez más he de decir que lo que llega y conmueve poderosamente es lo que nos cambia la vida. La rutina, la búsqueda de sucedáneos que se han desvanecido incluso antes de la resaca, no conducen a ningún lugar. Son paisajes yermos donde la mirada no halla asiento porque nada tiene que atrapar. Sólo el amor restaura y dignifica. Es el motor que mueve el mundo, el artífice de la felicidad. Si de verdad creemos que hay más dicha en dar que en recibir, que nadie ni nada nos lo arrebate. Actuemos. Es un acto libre de la voluntad; está en nuestras manos.

lunes, 16 de noviembre de 2009

Por D. Jose Ignacio Munilla

El aborto tiene muchos “cómplices”



Buscar titulares de impacto, suele tener el riesgo de la simplificación caricaturesca. Lo hemos comprobado en el modo en que nos fue servida la noticia de las declaraciones del Secretario de la Conferencia Episcopal Española, referente a la responsabilidad de los políticos católicos en la votación de la Ley del Aborto. Esa misma sensación la he tenido yo al leer en un titular, las siguientes palabras puestas en mis labios: “Quien apruebe la Ley del Aborto estará en situación de complicidad de asesinato”. Ciertamente…, es así… Pero, las afirmaciones tienen un contexto explicativo que no puede ser ignorado.

La mujer no es la única responsable

La doctrina moral católica aborda la cuestión de la responsabilidad moral en los actos en que hay una cooperación con el mal. La culpabilidad no recae exclusivamente en quien realiza materialmente el mal, sino también, en mayor o menor grado, en aquellos que han cooperado con él. En el caso del aborto: aquellos que han incitado, o incluso, presionado para que la mujer aborte; el médico y el personal sanitario que realiza la operación; el dueño de la clínica abortista que se enriquece con el “negocio”; la clase política que ha dado amparo legal a la eliminación de la vida inocente…

La responsabilidad moral del político

La vocación política tiene la finalidad de buscar el bien común, poniendo un especial énfasis en la defensa de los más débiles. Como es obvio, cualquier legislación proabortista es totalmente contradictoria con esta vocación política. Es un absurdo que existan más respaldos legales para acabar con la vida humana, que para ayudar a sacarla adelante.
Así se entienden las declaraciones que hemos realizado los obispos: Los políticos católicos que voten a favor de una ley del aborto, se colocan en una situación de total y abierta contradicción con su fe (además de legislar contra natura, esto es, de forma contraria a su propia vocación política).
Tampoco estará de más recordar que existe una complicidad por “omisión”, es decir, por dejación de las responsabilidades políticas. Me refiero al caso de aquellos que, aunque no voten a favor de una ley del aborto, no cumplen con su obligación moral de derogarla cuando posteriormente alcanzan el poder.

Acordémonos de Mandela

Sorprende comprobar las reacciones producidas ante este posicionamiento de la Iglesia. Parece como si el problema estribase en una agresión de la Iglesia hacia la clase política… Sin embargo, lo único cierto es que los agredidos son los niños a los que no se les permite ver la luz, por la única razón de que no son “deseados”.
No olvidemos que Mandela pasó veintisiete años en la cárcel porque pensaba (y no se callaba) que los negros son iguales que los blancos. Nosotros afirmamos que los niños que están en el seno de sus madres, tienen la misma dignidad que los que están fuera… No sé si tendrán que pasar otros veintisiete años para que una afirmación tan “atrevida” pueda ser expresada públicamente, sin caer por ello en el ostracismo… ¡¡Cómo nos duele a todos que nos recuerden nuestras responsabilidades morales!! Sin embargo, como dijo Jesucristo: “La Verdad nos hace libres”. Y yo añado: “¡aunque escueza!”

Por Isabel Orellana

" Las cosas importantes "


EXTRAÑO ASOMBRO

Hay sorpresas colectivas que llaman la atención. Sobre todo, cuando se crea una disociación interna y se aceptan con plena naturalidad unas consignas, denostando otras. El tema tiene que ver con el derecho y el deber de la Iglesia a recordar el compromiso que han contraído con ella los católicos. Muchos, para variar, se han rasgado las vestiduras al conocer las declaraciones que el Secretario General y portavoz de la Conferencia Episcopal Española ha efectuado recientemente para que no haya duda de la conducta que ha de seguirse en torno al controvertido y gravísimo tema del aborto. Quisieran que la Iglesia apoyara sus tesis, que diese vía libre para que cada cual seleccionase lo que le conviene y le agrada. Y pudiese rechazar sin problemas –no sé si de conciencia siquiera, o simplemente como manifestación verbal, opinable–, lo que no encaja con su visión. Digo esto porque una gran parte de los críticos no sancionan las indicaciones de la Iglesia porque les vaya en ello su vida. Lo hacen, simplemente, porque la crítica ha anidado en sus corazones. Porque se han acostumbrado a erigir barreras y a convertirse en censores de esos mismos que critican. Es lo que toca en una sociedad transgresora, que se deja llevar por el relativismo y el hedonismo.

En el ámbito puramente civil, las entidades mercantiles, bancarias, culturales, académicas, los centros comerciales, sociedades y cualquier asociación aunque sea de barrio, por mencionar algunas de las incontables que existen, tiene sus consignas. Y si alguien quiere pertenecer a ellas, debe acatarlas. Es tan sencillo como eso. Nadie está obligado a formar parte de un colectivo determinado a regañadientes. Para afiliarse, convertirse en cliente habitual, si es el caso, y formar parte de un entidad, comercio, asociación, institución, sociedad, o colectivo determinado no se le ocurriría exigir o poner como condición a los responsables del mismo que cambiasen el aspecto concreto que no le interesa. Y eso lo comprende y lo sabe todo el mundo. Si realmente desea vincularse a un grupo, o a frecuentar un lugar, buscará el que se ajuste a sus ideas.

¿A quién se le ocurre decirle a otra persona: me gusta mucho tu padre, tu madre, tu hijo, etc., y a continuación le añade el consabido “pero” para indicar a continuación lo que le cambiaría para que fuese de su agrado? No creo que el interfecto se lo consintiera. Estoy segura de que nada de esto que se ha dicho, a vuela pluma, cause asombro. Es lo natural. El mismo derecho que ampara en una sociedad democrática a cada persona para que pueda elegir libremente lo que quiera, lo tiene quien se mantiene firme en sus principios.

Cuando se trata de la Iglesia, ¿cuántos pretendientes surgen a cada paso con el afán de modificar lo que en sí mismo es inmodificable? Los que quieren llevar el gato al agua son legión. A éstos les diría que no se preocupen tanto por esa Iglesia a la que no aman; que no se esfuercen en alzar la voz; que no pierdan su preciado tiempo empeñados en contra-argumentar lo que está escrito en el Evangelio, y lo que es custodiado por la Tradición y el Magisterio. Esto no es una anarquía. No tenemos como consigna el “todo vale”. Lo que Cristo pide a los que le seguimos es que nos neguemos a nosotros mismos y que tomemos la cruz. De ese modo, y no de otro, podemos ir tras Él. Lo que nos pide es que amemos a nuestros semejantes como Él nos amó; como nos amamos a nosotros mismos. Que demos la vida por ellos porque son nuestros hermanos. Que defendamos al débil, al necesitado, al enfermo, al desvalido; que devolvamos bien por mal; que no nos cansemos de hacer el bien; que perdonemos las ofensas; que no nos dejemos llevar por la crítica … Si alguien no quiere acatar esta forma de vida, puede, libremente, volver sus ojos en otra dirección. Pero que no se le olvide: la Iglesia siempre tiene sus puertas abiertas.

lunes, 26 de octubre de 2009

Por la Diocesis de Malaga

ÁGORA - FILM DE ABENÁMAR

1. «ÁGORA: HIPATIA», UN MENSAJE IDEOLÓGICO QUE HUELE A PODRIDO, "La Razón", 7 octubre 2009.

2. Jorge-Juan Fernández Sangrador, Director de la Biblioteca de Autores Cristianos, HYPATÍA Y LA PASIÓN POR LA VERDAD, (ABC Editorial, 14 octubre 2009).

3. Juan Orellana, Director del Departamento de Cine de la Conferencia Episcopal Española, ÁGORA, LA NUEVA PELÍCULA DE AMENÁBAR.
1. «ÁGORA: HIPATIA», UN MENSAJE IDEOLÓGICO QUE HUELE A PODRIDO, "La Razón", 7 octubre 2009.

El cine es un maravilloso medio para contar la Historia, pero tiene sus limitaciones: a veces, las ambiciones excesivas pasan factura. Los realizadores de «El Código da Vinci» pretendieron convertir a Magdalena en diosa y se pasaron. Amenábar pretende, nada más y nada menos, contar una historia a partir de la cual «el mundo cambió para siempre». Y se ha vuelto a pasar cuatro pueblos más. La película tiene tantos mensajes ideológicos que es imposible meterlos en dos horas y, al mismo tiempo, mantener un ritmo entretenido, interesante y espectacular.

El cine requiere medir las secuencias, los silencios, los tránsitos y, sobre todo, un guión que mantenga la atención del espectador. Es una pena, porque la película contaba con todos los mimbres: un gran director, una generosa producción, una preciosa actriz, un maravilloso decorado y una perfecta ambientación.

Pero lo que pretenden es inyectar en una pastilla los siguientes mensajes: primero, que las religiones generan odio y violencia. Segundo, que el cristianismo es la más talibán de todas y la que empezó. Tercero, que existen dos mundos, por una parte, el de la filosofía y la ciencia, contrapuesto e incompatible con el de la religión. Cuarto, que el cristianismo al principio fue misericordioso, pero la jerarquía eclesiástica y la Iglesia son por definición intolerantes y fundamentalistas. Y, sobre todo, hay dos mensajes más que son especialmente queridos por la película y por toda la explosión de libros y propaganda que estos días se vienen haciendo: el cristianismo es la causa de la caída del Imperio Romano y de la desaparición de la sabiduría grecolatina. Además, es el culpable de la subordinación y dominación de la mujer por parte del hombre. En fin, Alejandría e Hipatia son el símbolo de una civilización grecorromana basada en la filosofía, la ciencia y la libertad, hasta que llegó el cristianismo y comenzó la oscura Edad Media. Demasiado para una sola película. Y la cosa continúa porque, según declara el director, «es increíble cómo se parece a la situación actual».

¿Es casualidad que desde julio hasta el estreno de la película se hayan publicado más de cuatro biografías sobre Hipatia, paradigma de las cuales es la de Clelia Martínez Maza, financiada por la Dirección General de Ciencia y Tecnología. Más de 10 novelas, ejemplo de las cuales es la escrita por el hermano de Carmen Calvo, ex ministra de Cultura, además de multitud de estudios de historia sobre la época. Y todo ello con el mismo mensaje. Que todo salga al mismo tiempo no puede ser casualidad. Una vez más, nos encontramos con un ataque ideológico perfectamente orquestado, del cual, por cierto, Amenábar suele ser pistoletazo de salida, como lo fue en el caso de «Mar adentro» con la eutanasia.

Ahora la cosa va directamente contra la religión y particularmente contra el cristianismo. Lo malo de la trama que cuenta la película es que es mentira desde el principio hasta el final. Forma parte de la estrategia de reescribir la Historia a la que es tan aficionada nuestra izquierda. Hipatia no fue asesinada siendo una joven tan hermosa como Rachel Weisz, de 38 años, sino que murió en el año 415 y tenía 61. No fue famosa por sus dotes de astronomía por más que en la película se empeñen terca y cansadamente, atribuyéndole haberse adelantado a Kepler más de mil años; sino porque era una «divina filósofa» platónica, en palabras del obispo cristiano Sinesio de Cirene –única fuente coetánea que se conserva sobre ella–, a la que llama en sus cartas «madre, hermana, maestra, benefactora mía». El citado obispo, a quien en la película se le hace traidor y cómplice en el asesinato de la filósofa, murió dos años antes que ella, así que es imposible que tuviera nada que ver con su muerte. Ella fue virgen hasta el final, pero no vivió la castidad como ha dicho la protagonista, que se ha declarado feminista radical, «para ser igual que un hombre y poder ejercer una profesión con plena dedicación». Lo hizo porque, coherente con su filosofía, ejercía la Sofrosine, es decir el dominio de uno mismo a través de las virtudes entendidas como el control de los instintos y las pasiones.

Hipatia nunca fue directora de la Biblioteca de Alejandría, ni ésta fue destruida por los talibanes cristianos. La biblioteca fue incendiada por Julio César, saqueada junto con el resto de la ciudad por Aureliano en el año 273, y rematada por Diocleciano en 297. Es verdad que en el año 391 fue destruido lo que quedaba del templo del Serapeo después de la destrucción por los judíos en tiempos de Trajano, y también el repaso que le pegó Diocleciano, quien, para conmemorar la hazaña, puso allí su gran columna, razón por la cual los cristianos lo destruyeron, ya que él era el símbolo de las persecuciones que sufrieron durante trescientos años. Pero lo que allí quedaba de la biblioteca era tanto como lo que restaba en otros sitios. El paganismo siguió existiendo en Alejandría hasta que llegaron los árabes. Y el neoplatonismo siguió floreciendo, hasta que lo recuperó el renacimiento cristiano. Por cierto, que yo sepa, su más brillante exponente se llamaba San Agustín, coetáneo de Hipatia.

«Ágora: Cirilo»
La historia de Hipatia ha sido objeto de manipulación por todas las tendencias ideológicas, desde la Ilustración hasta el feminismo radical más reciente. Para algunos, como Voltaire, «desde la muerte de Hipatia hasta la Ilustración, Europa está sumida en la oscuridad; la Ilustración, al rebelarse contra la autoridad de la Iglesia, la revelación y los dogmas, vuelve a abrir la iluminación de la razón». En la última versión feminista de Úrsula Molinaro, Hipatia es la campeona del amor libre, a pesar de que en realidad era virgen. La conclusión es que de la verdadera historia de Hipatia se pasa a la leyenda de Hipatia, que se convierte en la leyenda del Crimen de Alejandría, cuyo protagonista principal es el obispo Cirilo.

La película de Amenábar recoge casi todos los ingredientes de esta leyenda: Hipatia es símbolo de mujer libre que representa el fin de la cultura grecolatina y el comienzo del oscurantismo cristiano, asesinada por unos fanáticos talibanes cristianos al mando del obispo Cirilo.

¿De dónde surge esta leyenda? El primero que narró el crimen fue Sócrates Escolástico en el siglo V, un letrado al servicio del patriarca de Constantinopla Néstorio, enemigo del patriarca de Alejandría Cirilo. Pero la atribución directa a este último de la autoría del asesinato fue cosa del escritor pagano Damascio, que escribió la «Vida de Isidoro», que es una apología del paganismo durante el final del siglo V y principios del VI.

No obstante, la auténtica leyenda surge con la obra de John Toland en 1720. Éste era un irlandés, hijo ilegítimo de un sacerdote católico, que se hizo protestante y posteriormente activo militante del ateísmo en la Gran Logia de Londres. Después vino Voltaire; después, el historiador Edward Gibbon, quien, para argumentar su tesis acerca de que el cristianismo es la causa interna de la decadencia del Imperio Romano, utiliza la leyenda de Hipatia y declara a Cirilo responsable de todos los conflictos que estallaron en Alejandría en el siglo V. Más tarde llegarán las versiones románticas de Leconte de Lisle y otros, y finalmente el feminismo radical, para el que Hipatia fue la primera mártir de la misoginia propia del cristianismo. Todos los autores citados, y alguno más, tienen una cosa en común: son masones reconocidos.

Una de las grandes mentiras de la historia que se quiere propagar es que la mujer fue libre en Grecia y en Roma hasta que llegó el cristianismo y la sometió la sujeción del hombre; a esta idea también contribuye la película. Lo cierto es que en Grecia la mujer era considerada una cosa más de la casa, y en Roma, no era una «sui iuris», es decir, titular de derechos, sino que era considerada «capiti diminutio», como un niño o un incapacitado y, por tanto, estaba sometida a la tutela o la «manus» del padre o del marido. Por el contrario, fue el cristianismo el que consideró al hombre y a la mujer iguales en naturaleza, pues ambos son hijos de Dios y hermanos en Cristo; y prueba de ello es que las primeras manifestaciones de mujeres libres autodeterminándose, pese a la voluntad de sus padres o del estado, fueron las primeras mártires cristianas víctimas de las persecuciones romanas, tales como Inés Ágata o Cecilia. Y precisamente la explicación fundamental en torno al odio a Cirilo está en esta cuestión. Independientemente de que la carta de San Pablo a Timoteo no refleja precisamente una visión emancipada de la mujer, no es creíble que Cirilo la impusiera como literalidad a cumplir, porque es precisamente Cirilo quien más ha exaltado en la historia de la humanidad la condición femenina, pues a él se debe la expresión «Theotokos», palabra griega que significa madre de Dios.

El personaje del que hablamos, al que la película presenta con caracteres parecidos a Bin Laden para luego dejar en letras la explicación de que a ese «energúmeno» que ustedes han visto la Iglesia católica lo hizo Santo y León XIII lo declaró doctor de la Iglesia, efectivamente es San Cirilo de Alejandría. Él fue el que derrotó a la herejía Nestoriana en el Concilio de Éfeso del 431. En esencia, la disputa consistía en si María era madre de Cristo o madre de Dios. De la respuesta a esta cuestión surge algo muy importante: la doble naturaleza divina y humana en una persona llamada Cristo. Cirilo consiguió que se convocase un concilio en Éfeso, puesto que era el lugar donde vivió sus últimos años la Virgen María, y logró que la Iglesia declarase el primer dogma mariano de la historia: María, Madre de Dios. Hasta aquel momento nadie en la historia había conseguido colocar a un ser humano mujer por encima de cualquier hombre. Éste es el personaje que en el fondo persigue la leyenda de Hipatia; curiosamente, Beltrand Rusell comienza su «Historia del pensamiento occidental» con una irónica semblanza de San Cirilo diciendo: «El motivo principal de su fama es el linchamiento de Hipatia». Todo esto huele excesivamente a podrido.


2. HYPATÍA Y LA PASIÓN POR LA VERDAD
Jorge-Juan FERNÁNDEZ SANGRADOR,
Director de la Biblioteca de Autores Cristianos
(ABC Editorial, 14 octubre 2009)

Sócrates, nacido a finales del siglo IV en Constantinopla, cuenta, en el libro séptimo de su Historia de la Iglesia, lo que le sucedió a la hija de Theon, Hypatía de Alejandría, que, habiendo hecho acopio de gran erudición, superaba con mucho a los filósofos de su tiempo; platónica según la escuela de Plotino, instruía a numerosos estudiantes. Y por su ciencia, autoridad, prestigio y modestia, comparecía en instancias de la administración pública; de ahí el que, a la par que respeto, su proximidad a las autoridades levantara suspicacias. En efecto, la envidia, por un lado, y el hecho, por otro, de verla conversar frecuentemente con Orestes, prefecto imperial, enfrentado con Cirilo, el obispo, dio pie a que se hiciera circular, entre los cristianos, la especie de que era ella la que impedía la reconciliación entre ambos, cosa que Sócrates califica de falsa acusación.

A resultas del bulo, un tal Pedro urdió, junto con un grupo de hombres enardecidos, la conspiración que había de acabar de modo execrable con Hypatía. Arrastrada hasta la iglesia conocida como Kaisarion, despojada de sus ropas, la despedazaron y sus miembros fueron arrojados después al fuego. Según Sócrates, no fue poca la deshonra que esto trajo al patriarca Cirilo y a la iglesia de Alejandría, pues actos así no son propios de cristianos. Mas nunca se pudo probar que Cirilo fuera responsable de aquella muerte horrenda.

Sobre Hypatía han escrito también Damascio, Hesiquio, Suidas y Focio, pero merece la pena leer, sobre todo, lo que Sinesio de Cirene, su discípulo, dice de ella en las afectuosas epístolas que le envía.

Entre otras cosas, porque, en una de éstas, se conservan las únicas palabras de Hypatía que han llegado hasta nosotros: «Hubo un tiempo en que yo servía de provecho a mis amigos -escribió él- y tú me llamabas «el bien de los demás» -decía ella-». Espigando entre las antedichas misivas, se puede adivinar el cariño que el obispo de Tolemaida le profesaba: «Aun cuando uno se olvide de los muertos en la mansión de Hades, yo, incluso allí, me acordaré de la querida Hypatía».

De no ser por el modo en que fue asesinada, Hypatía habría pasado discretamente por la historia de la filosofía, pues lo poco que escribió fueron meros comentarios de tratados compuestos por otros:

Tolomeo, Apolonio y Diofanto. De igual modo, su padre, Theon, es apreciado en la historia del conocimiento únicamente por lo que ha transmitido y glosado, no por lo que haya aportado de primera mano.

Esta falta de originalidad es propia del final de la Escuela de Alejandría, cuyos miembros son calificados por Ferrater Mora de «epígonos» de los grandes maestros de la antigüedad. Por ello, cuando se habla de los «últimos helenos» no hay que interpretarlo en sentido romántico, sino en el de que son los últimos cultores de un modo de entender el helenismo, devotos que se resistían a aceptar que el cristianismo fuese capaz de inyectar savia nueva a paradigmas que periclitaban.

De la vitalidad intelectual de la nueva fe rinden cumplido testimonio los abundantes escritos legados a la posteridad. Un ejemplo de ello, sin ir más lejos, por contemporáneo, es el de Cirilo de Alejandría, cuya producción literaria es amplísima. Diez volúmenes del Migne contienen dieciocho tratados y numerosos sermones, epístolas y cartas pascuales. Cabe igualmente hacer mención de la turbina intelectual que era la lúcida mente de Orígenes, cuyas especulaciones, en el siglo III, están a disposición de quien se atreva a adentrarse en su ingente obra.

Puede decirse que el ejercicio sistemático de la teología, al menos tal como se entiende hoy, nació en Alejandría. A ello contribuyó, en buena medida, el hecho de que el cristianismo hallara, en el platonismo, la filosofía que habría de surtir de adecuadas categorías a quienes trataban de articular un discurso que, apoyado básicamente en la revelación divina, aspiraba a mostrarse asequible a la razón humana, lo cual no sucedió de la noche a la mañana, pero el iter seguido en Alejandría hasta lograr una bien trabada relación entre sagrada escritura, filosofía y teología, constituye un hito en la historia del pensamiento.

Ahora bien, desconoce el meollo de la actividad intelectual quien piense que el alumbramiento de ideas y nuevos sistemas de interpretación de la realidad acaece de una manera aséptica, equidistante, pacífica y sin tensiones. Y menos en Alejandría. En la Historia Augusta, se tilda, a los habitantes de Egipto, de presuntuosos, irritables, jactanciosos, frívolos, ávidos de novedades, epigramáticos, levantiscos, propensos a la injuria, entre otras cosas. Y los antiguos denostaban también en esos términos a los pobladores de la gran metrópoli, capital por antonomasia de la cultura, Alejandría. La verdad es que daban pie a ello, pues del rifirrafe pasaban a la revuelta ciudadana en un instante; no en vano se acuñó una expresión que definía bien el carácter de aquellas gentes: furor alexandrinus. Y quizás por eso anidó allí, de forma incomparable, la sabiduría, la cual, apasionada como es, había de encontrar una digna morada en sus escuelas, no por estar atenidas a un eclecticismo inopinado, sino precisamente por ser ardorosas.

Las recreaciones artísticas de lo que aconteció en aquella sociedad, a lo largo de su ajetreada historia, suelen dejar insatisfecho a quien las contempla, pues hacen gala innecesariamente de tópicos infundados.

Un ejemplo. El año pasado, en Madrid, se exhibieron piezas helenísticas y romanas, que, provenientes del delta del Nilo, habían sido rescatadas del fondo del mar. Los textos de los paneles explicativos eran de este estilo: «El cristianismo acabó con las delicias de Canopo», «bajo la presión de los cristianos», «responsables de la destrucción del Serapeo», «estos fanáticos atacan los lugares de culto», «aldea aletargada alrededor de un convento de monjas».

Ante esas aseveraciones, que se van haciendo cada vez más frecuentes, la Iglesia copta no deja de repetir que ella ha devenido la legítima heredera de la espléndida cultura que floreció tanto en el Egipto faraónico como en el helenístico; es más, que pervive aún gracias a ella; que su lengua es el egipcio antiguo, combinado, en la escritura, con el alfabeto griego; que los términos «copto» y «egipcio» significan lo mismo, pues ambos derivan del griego aigypt(i)os, que es, a su vez, una corrupción fonética del egipcio Hak-ka-Ptah, que es como se denominaba a Menfis: casa o templo del espíritu de Ptah.

Todo ello hace que lectores, espectadores y consumidores de arte vayan adquiriendo mayor destreza en situarse ante lo que ven u oyen, y mantenerse impermeables frente a lo que per viam pulchritudinis intentan transfundirles escritores, cineastas y gestores culturales.

Incluida la dramatización actual de la muerte de Hypatía, que, en la historia de la literatura, tiene ya un largo recorrido, siempre problemático por supuestamente provocador. Es de esperar que la actual eclosión del argumento responda al deseo vehemente de hacerle justicia a ella -y, de paso, a Catalina de Alejandría-, y no al de meter el dedo en el ojo de quien no tiene la culpa de lo que sucedió en Alejandría hace casi mil seiscientos años.



3. ÁGORA, LA NUEVA PELÍCULA DE AMENÁBAR
Juan Orellana, Director del Departamento de Cine
de la Conferencia Episcopal Española.

Imagínense que hay que explicar en cine la realidad de Norteamérica a alguien que no sabe nada de historia, de culturas, nada de nada. Y para explicarle cómo es América le enseñamos unos planos de unas familias japonesas, entrañables y de pocos recursos económicos. Luego aparece un avión donde sale un piloto con cara de bruto mascando chicle, y con fotos de playmates pegadas en el salpicadero. Por último vemos cómo ese avión lanza la bomba atómica sobre la ciudad de esas amables familias japonesas.

Una vez terminado el cortometraje, se le dice al ignorante espectador:
“Ya ves, esto es América”. Hiroshima existió. Nadie lo duda.
Nadie se alegra. Pero el juicio sobre los americanos que se deduce de ese pequeño film, ¿es verdadero?, ¿es justo?, ¿es aceptable? En absoluto, bajo ningún punto de vista. Es una mentira. Aunque Hiroshima sea una verdad.

Esto mismo es lo que sucede con la última película de Amenábar,
Ágora: unas bases históricas reales, muchísimo maquillaje y caricatura históricas, para llegar a unas conclusiones completamente equivocadas.

1) Ángeles paganos y demonios cristianos
Ágora es presentada por Amenábar como un film contra la intolerancia.
“Ningún católico de hoy debería sentirse ofendido; sólo deberían sentirse apelados los fundamentalistas que han estado poniendo bombas este verano”, ha declarado el director a Cinemanía. “Sirve para un terrorista islámico, para un terrorista de ETA, para cualquiera que lo practique”, insiste en Fotogramas. Sin embargo, esa impecable declaración de intenciones no parece sincera a la vista de los resultados ni explica suficiente ni correctamente la película. Es necesario analizar el marco elegido por el cineasta para su alegato contra la intolerancia.

El contexto histórico son unos hechos luctuosos perpetrados por cristianos y paganos desmadrados entre los siglos IV y V en Alejandría. Según el historiador de la Iglesia Hubert Jedin, “el suceso más deplorable en el enfrentamiento entre el paganismo y el cristianismo en Egipto fue la muerte de la filósofa pagana Hipatia, que en 415 fue atrozmente asesinada, tras haber sufrido graves injurias, por una chusma fanatizada”(1). Amenábar carga las tintas, descontextualiza y simplifica al máximo ciertos personajes como San Cirilo o Amonio. Aquellos hechos reprobables se sitúan, por tanto, en el contexto de la confrontación de dos cosmovisiones, de dos culturas, la pagana y la cristiana, y es ahí precisamente donde Amenábar quiere aprovechar para proponer su propia filosofía de la historia: si el paganismo fue luz, el cristianismo es oscuridad; si el paganismo fue progreso, el cristianismo fue retroceso. No es una metáfora caprichosa: en Ágora, los paganos visten de blanco (Orestes, Hipatia), y los cristianos de gris o de negro (Amonio, Cirilo). A este esquema bipolar, Amenábar añade a lo largo del film una vuelta de tuerca: lo malo no es en realidad el cristianismo, sino cualquier concepción teológica. Ya sean los dioses paganos o el Dios cristiano y judío: la religión oscurece la razón, desprecia a la filosofía y frena la ciencia y el progreso. Frente al escepticismo que genera ver tanta guerra de religión en un kilómetro cuadrado, Hipatia declara: “Yo creo en la Filosofía”.

Amenábar viene a decir que la difusión de la fe cristiana supuso una marcha atrás en la cultura, en la civilización, en la filosofía y en la ciencia. De dar eso como cierto se desprende necesariamente un juicio sobre la Iglesia presente y actual, la del siglo XXI. Y ahí reside la relevancia de Ágora, que bajo el envoltorio de una película histórica, propone un juicio sobre el valor actual de las religiones en general y del cristianismo en particular. Desmentir esa afirmación precisaría de una biblioteca como la de Alejandría, para documentar someramente lo que el cristianismo ha aportado al progreso de la cultura, del arte, de la ciencia, del derecho, de la filosofía, de la política, de las relaciones internacionales,...Pero dicha Biblioteca sería insuficiente para ilustrar lo que el cristianismo ha supuesto para el “progreso” personal de millones y millones de hombres y mujeres concretos a lo largo del mundo y de la historia: el “progreso” que viene de encontrarse con Jesús, que promete sin rubor satisfacer los deseos del corazón del hombre. Esto en Ágora no se intuye ni de lejos. Los cristianos que aparecen son bárbaros, fanáticos, misóginos, violentos y muy visionarios. Y los dos “buenos” cristianos que vemos, Sinesio y Davo, se van contaminando a lo largo del film del oscurantismo circundante.

Quien encarna las características de una antropología cristiana: caridad, benevolencia, serenidad, tolerancia, insobornabilidad, castidad, fraternidad universal, igualdad ... es la pagana Hipatia, un personaje que Amanábar vuelve fascinante, ideal de virtud, y dechado de inteligencia y humanidad. Hipatia se propone como una santa laica de las que tanto están de moda.

2) El corto alcance del reproche moral
Un primer argumento a favor del “retroceso” cristiano que se puede desprender de Agora es el de la inmoralidad de aquel grupo de cristianos pendencieros, que aparecen capitaneados por un San Cirilo cruel y maquiválico. Ciertamente hay muchos episodios en la historia de la Iglesia por los que un cristiano no se siente orgulloso. Así ha sido siempre y así será, porque la Iglesia la forman pecadores.
Incluso los Papas han pedido a veces perdón por errores del pasado. La conciencia del mal y del pecado es tan clara en el seno de la Iglesia que esta instituyó en sus mismos orígenes el sacramento de la penitencia y del perdón. Que se sepa ninguna organización, asociación o partido cuenta con una institución como la confesión, con lo que quizá habría que concluir que nadie como los cristianos tiene tanta conciencia del propio pecado.

Querer deducir un juicio negativo sobre el hecho cristiano a partir de los sucesos de Alejandría, supone concebir el cristianismo como un angelismo que nada tiene que ver con la teología de la encarnación.
La coherencia moral es un maravilloso don que Dios concede a quien quiere, pero no es una característica esencial del cristianismo; la característica principal es el encuentro con Jesús, experimentado como satisfacción de los anhelos de felicidad del ser humano. Y si algo es verdad, lo es aunque el mensajero de dicha verdad, sea imperfecto, incoherente, necesitado de perdón.

Dado que todas las grandes obras y empresas realizadas en nombre de Cristo, como por ejemplo la evangelización de América, se han realizado por cristianos pecadores, encontramos en ellas frutos de santidad junto a rastros de pecado e injusticia. Pero la pregunta es: ¿el pecado de los cristianos anula la realidad histórica de humanización que han supuesto las empresas evangelizadoras? La abolición de la esclavitud, la dignificación de enfermos expulsados de la sociedad, el reconocimiento de la igualdad de derechos, la atención a huérfanos, la defensa de la vida, el cuidado de indigentes, la recuperación de delincuentes, la consagración de la vida familiar, la dignificación monogámica de la pareja, el aprecio por el trabajo,... y por encima de todo ello, la posibilidad tangible y concreta de ofrecer un sentido satisfactorio y pleno a la existencia, ¿no son experiencias y hechos tremendamente valiosos aunque no nos hayan llegado de manos de querubines, sino en vasijas de barro? Es curioso cómo la izquierda justifica las barbaries y genocidios del socialismo real en aras del “ideal”, y al cristianismo no se le permiten ni siquiera los tropiezos del pecado personal.

3) La ideológica oposición entre razón y fe
Más importante en Ágora es el conflicto soterrado - ¿incompatibilidad?- que plantea entre razón y fe, entre ciencia y religión. No este el lugar tampoco para explicar y aclarar de una vez por todas que la fe es la amiga más fiel de la razón, que la fe da cumplimiento a la razón, que la fe es razonable, y digámoslo claramente, que lo que Amenábar y tantos otros llaman fe, no es más que una superstición visionaria y esclerótica que nada tiene que ver con el cristianismo. Bastaría con que leyeran algo, cualquier cosa, por ejemplo la Fides et ratio, para comprender que la fe no es enemiga ni de la ciencia, ni del progreso, ni mucho menos de la razón.

Siempre habrá energúmenos entre las filas de los creyentes, pero que sólo son representativos de su propia equivocación. En este sentido, el magnífico homenaje que Amenábar brinda en este film a la ciencia antigua, y muy en especial a la Astronomía, es un homenaje a la razón que cualquier espectador cristiano disfrutará como propio. Las discusiones entre los seguidores de Ptolomeo y Aristarco de Samos, las reflexiones sobre las trayectorias de los planetas,... son un disfrute para todos, aunque Amenábar parezca querer oponerlos a los intereses “reducidos” de los cristianos. Por todas estas razones es imposible que un cristiano pueda sentirse históricamente reconocido en la propuesta cinematográfica de Amenábar, muy lastrada por tópicos, prejuicios, esquemas ideológicos y leyendas negras favorables a la interpretación oficial de la historia. Una película que para el Poder es el no va más de “la corrección política”, la cultura dominante vestida de gala.

4) La maestría del cineasta
Amenábar vuelve a demostrar que es un grande en el oficio de dirigir películas. Otra cosa es que él decida someter su genio a los imperativos del pensamiento único. Lo más interesante es que Ágora no aparenta ser una película hecha en la era digital, sino que parece que todo decorado es real. La dirección artística es soberbia, y Rachel Weisz hace de Hipatia un personaje memorable. La película es solemne, minuciosa, con un trabajo del sonido espectacular y con unos guiños cosmológicos muy brillantes.

Hay mucho cine dentro de Ágora, y por ello es muy fastidioso ver cómo el guión va estropeando la película a medida que avanza. Un excelente envoltorio para un producto que salió de fábrica caducado.

domingo, 25 de octubre de 2009

Por Isabel Orellana

" Las cosas importantes "

“Si no hablarais vosotros…”


La voz de un ser humano es, con frecuencia, “voz que clama en el desierto”: yerma y desnuda desaparece como una ligera pavesa arrastrada por el viento. Otras voces, silenciosas, se abren paso entre las sombras de la desidia, y, cuando nadie o muy pocos se acuerdan de ellas, e incluso cuando ignoran que están originándose entre dudas, surgen estrepitosamente y habitan la desnudez. Digo esto porque hace unos días me ha sorprendido, seguramente como a muchos de ustedes, la siguiente noticia. En una comunidad autónoma –del noreste de España para más señas–, se proponen eliminar la Navidad denominándola “Fiesta de invierno”. Y harán lo propio con la Semana Santa, que convertirán en “Fiesta de primavera”. Así, sigilosamente, como quien no quiere la cosa, estos y otros proyectos van penetrando en ese desierto que entre unos y otros amasamos cotidianamente.

Las ideas, ya se sabe, bullen en la mente de forma constante. Son como los sarmientos de una vid que se entrelazan de mil modos distintos creando redes casi imposibles de deshacer. Y es que para convertirse en realidad no necesitan más que alguien que las materialice. Si son buenas o perniciosas, es algo que no siempre se tiene en cuenta. En este último caso, el promotor sólo precisa una tierra baldía para regarla pacientemente. Al final, contra toda evidencia, dará el fruto apetecido. Esto no es nuevo. Jesucristo lo advirtió: “Los hijos de este mundo son más sagaces con los de su generación que los hijos de la luz (Lc 16, 8)”.

Pero el pesimismo es un claro indicativo de falta de fe. La señal: mirar hacia otro lado. Pensar que nada se puede hacer y seguir caminando con un sentido de falsa resignación no es la característica de un apóstol. Éste sabe que no es él sino Dios el artífice y garante de su acontecer. Que presta su voz para que sea Él quien se abra paso en los corazones de otros. No sabemos lo que tenemos. No sabemos lo que nos estamos perdiendo. Hay que ir al Evangelio para constatarlo: “Lo que para los hombres es imposible, para Dios es posible… (Lc 18, 25-27)”. Aquellos, los hijos de este mundo, no se tienen más que a sí mismos, aún adornando con toda parafernalia lo que creen, dicen y hacen, y conquistando palmo a palmo lo que se han propuesto. Esto puede que algunos les impresione, pero a muchos, no. Quienes tenemos la gracia de tener fe, y creemos que la luz es Cristo, ni nos tenemos que avergonzar, ni que esconder de nada ni de nadie. En suma, no tenemos por qué temer y sí mucho que ganar. Por lo demás: “si no hablarais vosotros, dijo Cristo a sus discípulos, hablarían las piedras…” (Lc 19, 40).

La hipocresía se viste con infinidad de trajes distintos, pero tenemos la obligación de despojarla de su máscara. Desaparece el elemento religioso de las fiestas tradicionales que alumbraron a muchas generaciones, pero no el tiempo libre para solaz divertimento, todo lo cual indudablemente es muy respetable. Ni qué decir tiene que a este paso se añadirán nuevas fiestas paganas, como la de Halloween, en alza cada año que pasa, y así la nómina se irá ampliando.

Desde luego, no vivo en aquella comunidad que se ha propuesto seguir erradicando los signos religiosos, que de eso se trata. Tampoco olvido que “cuando las barbas de tu vecino veas cortar…”. Aunque, en realidad, no necesito constatar nada, porque en este país ya hemos llegado muy lejos, alcanzado rango de ley muchas barbaridades y tropelías. Pero resulta que todavía tengo voz y no quiero prestársela a las piedras…

Por D. Jose Ignacio Munilla

La sabiduría de la inocencia
“Si no os hacéis como niños…”



Cada niño que nace en el mundo es una señal inequívoca de que Dios mantiene la esperanza en los hombres… La virtud de saber transmitir a los niños nuestra experiencia, es proporcional a nuestra disposición para aprender de su inocencia… ¡Qué atractiva, y a la vez, qué sorprendente nos resulta la sencillez de los niños! ¡Y qué vileza tan grande, el tomar excusa de su educación para violentar la inocencia de los pequeños! Nuestra cultura necesita urgentemente de los niños, porque pocas cosas hay tan falsas como una alegría sin inocencia…
Con frecuencia, los adultos no somos felices, a causa de nuestra excesiva complejidad. Necesitamos de la inocencia de los niños para conocernos a nosotros mismos, e incluso para llegar a conocer a Dios. Como decía San Bernardo: "El desconocimiento propio genera soberbia; pero el desconocimiento de Dios genera desesperación". Los niños son un buen espejo del Corazón de Dios, así como del corazón del hombre.
Me venían a la cabeza todos estos pensamientos, después de leer un “ppt” que llegaba a la “bandeja de entrada” de mi correo electrónico. (En medio de tantas frivolidades como circulan por Internet, solemos recibir también algunas perlas, de esas que ensanchan nuestro corazón y elevan nuestros horizontes). Se trataba de una conocida colección de cartas dirigidas a Jesús, que un profesor italiano había recogido de sus alumnos de Primaria. La forma de expresarse de estos niños destila sinceridad y pureza. Con ingenuidad y simpatía, nos aportan una dimensión más auténtica y profunda de la realidad.
¡Benditos sean esos maestros que llevan a los niños a descubrir en Jesucristo, a su mejor amigo! ¡Benditos sean esos niños que, en su inocencia, nos enseñan a los mayores a descubrir la sabiduría de la vida!

Ojos puros para reconocer la belleza: “Querido Niño Jesús: Yo creía que el naranja no pegaba con el morado. Pero luego he visto el atardecer que hiciste el martes. ¡Es genial!” (Eugenio)
Intuición para descubrir la fuente de la sabiduría: "Querido Jesús: Hemos estudiado que Tomás Edison descubrió la luz. Pero en la catequesis dicen que fuiste tú. Yo creo que te robó la idea”. (Daria)
Ser niño para bucear en el Corazón de Dios: “Querido Niño Jesús: Seguro que para ti es dificilísimo querer a todos en todo el mundo. En mi familia sólo somos cuatro y yo no lo consigo”. (Violeta)
Inocencia que cuestiona nuestros fundamentos: “Querido Jesús: ¿El Padre Mario es amigo tuyo, o sólo es un compañero del trabajo?” (Antonio)

La coherencia de los sencillos: “Querido Jesús: Ya no me he vuelto a sentir sola desde que he descubierto que existes”. (Nora)

La gratuidad de la amistad: “Querido Jesús: No creo que pueda haber un Dios mejor que tú. Bueno, quería que lo supieras… Pero no creas que te lo digo porque eres Dios, ¿eh?” (Valerio)

Afortunadamente, la iniciativa social ha conseguido que en España se comience a abordar el debate en torno a la cultura de la vida frente a la cultura de la muerte. Los cristianos podemos y debemos contribuir con nuestro mensaje de fe en la vida, acompañado del compromiso solidario en las situaciones más difíciles. No en vano la “causa de la vida” es la “causa de Jesús”. Él no sólo nos invitó a amar a los niños, sino también a aprender de ellos: “Le presentaban unos niños para que los tocara; pero los discípulos les reñían. Mas Jesús, al ver esto, se enfadó y les dijo: « Dejad que los niños vengan a mí, no se lo impidáis, porque de los que son como éstos es el Reino de Dios. Yo os aseguro: el que no reciba el Reino de Dios como niño, no entrará en él ». Y abrazaba a los niños, y los bendecía poniendo las manos sobre ellos” (Mc 10, 14-16). ¿Será por esto que se congregaron tantas familias y niños en la manifestación por la vida del 17-O en Madrid?

lunes, 19 de octubre de 2009

Por Isabel Orellana

" Las cosas importantes "


Coherencia y decisión

Ser coherentes y decididos en la defensa de lo que creemos es garantía de respeto, entre otras cosas. De eso está necesitada la sociedad que conformamos entre todos. Coherencia y firmeza sólo pueden ser fruto de la reflexión. Con ella, será difícil dejarnos convencer por la multitud de consignas que llegan de todas partes. Algunas, con forma de ley, se autoproclaman responsables de las decisiones de incontables personas, sin sopesar las consecuencias, sin mirar ni un instante el absurdo y peligroso camino que están sembrando. Es el caso de la legalizada ley del aborto, a la que ya me he referido en este blog en otra ocasión. Afortunadamente, una multitudinaria manifestación, sin precedentes, en defensa de la vida, el don más hermoso que hemos recibido los que hemos tenido la fortuna de nacer, se ha convertido en un clamor trascendiendo las fronteras de nuestro país. A ver ahora qué respuesta dan quienes tienen la enorme responsabilidad de legislar.

Me pregunto qué sentido tiene tener un hijo, alimentarlo y educarlo, soñar para él y para ella, incluso desde antes de nacer, un mundo maravilloso, para que sea otro quien tome las riendas de su joven vida; que decida, por ley, que puede transitar por ella al margen de sus progenitores. Las hemerotecas están llenas de estudios concienzudos que coinciden en la necesidad que tiene todo adolescente y joven de contar con alguien que lo acoja, le aconseje y que le abra los brazos en esas difíciles edades de la existencia. Ahora, a este colectivo pujante de vida, por ley se le quiere dejar abandonado a su suerte. Tal vez con el único tembloroso y equívoco consejo de otro adolescente como él. Advierte el Evangelio que “un ciego no puede guiar a otro ciego”. Todos tenemos experiencia de ello.

La luz, esa que Cristo dice que no podemos dejar debajo del celemín sino en un candelero, está en la persona que sabe lo que es la dignidad personal y el respeto, en alguien que no teme perder su fama por defender los valores que, simplemente desde el punto de vista del sentido común, todos entendemos. ¿Qué referente damos hoy a los jóvenes?, ¿en qué lugar se ha dejado la autoridad moral? Son cuestiones estrechamente relacionadas. Lo que predicamos, hemos de vivirlo de antemano. No caben cortapisas, ni justificaciones. Así se consigue dar luz. Esa autoridad moral respalda las indicaciones y exigencias que sembramos a los pies de otras vidas.

Tengo una antigua convicción: cada uno es lo que quiere ser. Hoy, me parece, esta idea es más verdad que nunca. Algunos medios de comunicación crean ídolos de barro para solaz entretenimiento de personas que no aman precisamente el esfuerzo y para regocijo de los bolsillos de esos propietarios de las cadenas televisivas. Si nos adentramos en Internet, una selva por la que hay que saber circular, las consignas tan variopintas y dispares llevan a la persona escasamente preparada a una ceremonia de la confusión. Ciertas emisoras de radio enseñan a denostar el pudor de manera no ya obscena, sino insultante por la vulgaridad extrema de la que hacen gala sus locutores. Y este, como sabemos, es el alimento de muchos adolescentes. Si además, por ley, se les procuran todos los instrumentos para seguir haciendo lo que sus jóvenes mentes les instan, y además, les permiten que lo hagan al margen de sus padres, podemos imaginar qué futuro les espera y nos aguarda a todos.

Intentemos ser luz del mundo, siendo referentes para nuestros semejantes, en particular de los más débiles, por el amor y el bien que nos procuremos, por la decisión a no dejarnos atajar en este camino de progreso y desarrollo humanos. La libertad de ningún ser humano, aunque le aten con grilletes de hierro, puede ser amordazada si él no quiere. En la conciencia de cada cual, la ley no tiene nada que hacer. Luchemos, entonces, por lo que consideramos digno de conquistar. Además, el bien de los jóvenes y la supervivencia de la familia lo exige.

domingo, 20 de septiembre de 2009

Por Don Jose Ignacio Munilla

¡Benditos sacerdotes!
(Test de “estima sacerdotal”)


El inicio del curso pastoral, es una buena ocasión para recordar que estamos ya avanzados en la celebración del Año Jubilar Sacerdotal, convocado por Benedicto XVI en el 150 aniversario de la muerte del Santo Cura de Ars, patrono de los sacerdotes.
Algunos han podido pensar equivocadamente que un Año Jubilar Sacerdotal es una cuestión interna del ámbito clerical. ¡Ni mucho menos! ¡Cuántas veces son los propios fieles los que nos recuerdan a nosotros, los sacerdotes, el don tan grande que hemos recibido! En realidad, cuando alguien se acerca a un sacerdote con verdadero deseo de encontrar a Dios, está contribuyendo, sin darse cuenta, a la fidelidad de ese sacerdote y a la promoción de las vocaciones sacerdotales.
¿Valoramos el sacerdocio y queremos a nuestros sacerdotes?... Recuerdo que hace unos años estuvo de moda un tipo de “test”, en el que se preguntaba sobre nuestras actitudes ante un determinado tema, ofreciendo finalmente una evaluación, según las respuestas emitidas. Con un poco de humor, vamos también nosotros a diseñar un “test de estima sacerdotal”, que nos sirva de autoevaluación:

1.- ¿Has rezado últimamente por tu párroco, por tu obispo o por el Papa?
a) Ni siquiera sé cómo se llaman.
b) En la Misa ya se suele pedir por ellos, y yo me sumo a esa petición.
c) Lo hago todos los días en mi oración personal.
2.- ¿Has abierto tu conciencia a un sacerdote, confiando en que pueda ayudarte en tus problemas?
a) Cada uno tiene que solucionar sus problemas.
b) “Cuatro ojos ven más que dos”... Siempre es conveniente escuchar y acoger los consejos de quien pueda ayudarnos.
c) La mayor ayuda que he recibido de un sacerdote ha sido cuando sus consejos venían unidos al perdón de Dios en el sacramento de la Confesión.
3.- Cuando entre tus amistades escuchas comentarios anticlericales...
a) He seguido la corriente, para no quedar mal.
b) Me he hecho el sordo, como si estuviese a otra cosa.
c) He dicho lo que pensaba, dando testimonio de mi fe.
4.- En un sacerdote veo…
a) Una “reliquia” del pasado.
b) Un “profesional” de la religión.
c) Un ministro de Dios; “otro Cristo” entre nosotros.
5.- ¿Cuántas veces has invitado al párroco a tu casa?
a) Al cura se le llama sólo cuando ha muerto alguien.
b) Cuando está la abuela con nosotros, suele traer la Comunión.
c) Varias veces… Me encantó cuando nos relató en una sobremesa la historia de
su vocación.
6.- Cuando oyes a un sacerdote predicar…
a) Le atiendo dependiendo de sus cualidades oratorias.
b) Le escucho si el tema del que habla me resulta interesante.
c) Veo en él un instrumento por el que Dios me habla.
7.- Cuando se hace una colecta en favor de los seminarios…
a) “Los curas” están siempre pidiendo.
b) ¡Se pide para tantas cosas! ¡Una más!
c) Colaboro gustosamente, porque pienso que ninguna vocación debería frustrarse por falta de medios económicos.
8.- Cuando veo un sacerdote anciano en la Iglesia o por la calle…
a) Me viene a la cabeza que la Iglesia está de capa caída.
b) Lo importante es que diga la Misa rapidito.
c) Doy gracias a Dios por su fidelidad y por todo el bien que haya podido hacer.
9.- Cuando veo un sacerdote joven en el altar…
a) Desconfío de su inexperiencia. ¿Qué me va a decir a mí?
b) Le observo a ver cómo lo hace, y le “califico”.
c) Doy gloria a Dios por su vocación y le encomiendo intensamente.
10.- ¿Cómo reaccionarías si tu hijo te dijese que quiere ser sacerdote?
a) Le preguntaría a ver si se ha vuelto loco, y le recordaría que tenemos que conservar el apellido.
b) Le pediría que se lo pensase bien y que primero haga una carrera universitaria.
c) Me llevaría una de las alegrías más grandes de mi vida, y le apoyaría plenamente.
11.- ¿Le has planteado a algún niño, adolescente, o joven, la posibilidad de ser sacerdote el día de mañana?
a) Yo no me meto en líos. Allá cada uno con su vida.
b) Soy de la opinión de que hay que valorar todas las vocaciones, aunque sean diferentes a la nuestra.
c) Sí que me he fijado en alguien concreto, y rezo por él… Un día de estos se lo “dejaré caer”.
12.- ¿Qué piensas de la expresión del Santo Cura de Ars: “El sacerdote es el amor del Corazón de Jesús”?
a) Me parece un espiritualismo desencarnado.
b) Pienso que eso sólo se podría decir de algún cura santo.
c) Creo que es exactamente así, aunque “lleven este tesoro en vasijas de barro” (2 Co 4, 7).

Evaluemos qué tal te ha ido:
Si la letra “a” aparece en la mayoría de tus respuestas…, me sorprende que este test haya llegado a tus manos; pero le doy gracias a Dios de que así haya sido, para poder decirte como sacerdote que soy, que Dios te quiere con locura y que espera de ti una respuesta de amor.
Si a la mayoría de las preguntas has respondido con la “b”, me gustaría decirte que no estás disfrutando de los tesoros que Dios te ofrece por medio del sacerdocio.
Pero, si la letra “c” es la tuya… entonces te digo que no dejes de rogar a Dios por la santificación de los sacerdotes y por el aumento de vocaciones sacerdotales, porque estoy segurísimo, de que, a ti, Dios te va a escuchar.

Por Isabel Orellana

" Las cosas importantes "



INCERTIDUMBRE Y PIEDAD



La incertidumbre vital –hay otras clases de incertidumbre– tal vez no somos conscientes de ello, pero camina o debería transitar junto a la piedad. Porque piedad es el sentimiento que provoca en cualquier ánimo sensible una criatura que tiembla ante el diagnóstico de una funesta enfermedad; que aguarda temblorosa una noticia que tal vez nunca se produzca en los términos que espera, o que teme ante un futuro incierto tanto en la vida como después de su muerte. Entre otras muchas debilidades, el ser humano querría controlar su acontecer. Y eso causa desasosiego, dolor… El compás de espera requiere altas dosis de paciencia porque los problemas que acucian a las personas no se solventan siempre como cada cual quisiera.

En estos días de crisis, con el sol de frente y el mar batiéndose entre la calma, muchas personas abandonan temprano sus hogares para tratar de ganarse el pan. Son imágenes frecuentes de un estío que no brilla igual para todos. Otras formas de incertidumbre que deberían instarnos a actuar, porque la piedad, como tantas virtudes, es activa; no pasiva. La mayoría de los jóvenes e improvisados mercaderes ambulantes que recorren la costa cargando con sus enseres sin saber si van a poder obtener una pequeña moneda, desconocen el calor del hogar, algunos no son bien acogidos socialmente, y la preocupación inmediata por su necesidad vital, como es procurarse un plato de comida de la manera más digna, es el santo y seña de un doloroso y diario acontecer. Signo de que las cosas, pese al impacto de las nuevas tecnologías, no han cambiado tanto. Sabido es que la globalización ha acentuado la pobreza como también la riqueza. No debemos acostumbrarnos a estos hechos que suceden a nuestro alrededor. Si nos fijásemos un poco, nos impresionaría ver cómo se retrata en sus ojos la incertidumbre, y agradeceríamos la paz y la leve sonrisa esbozada en estos mercaderes mientras sus ojos se pierden en el horizonte. Es el tributo gratuito que van sembrando a su alrededor. La desolación todavía no les ha amordazado tanto como para ignorar que la esperanza es un don que nunca deben perder. Si lo hicieran, abrirían los brazos a la muerte. Tan triste es el destino de incontables criaturas.

Otros, a lo mejor transitan por la vida sin agradecer lo mucho que poseen; tal vez, exigiendo algo sin sopesar el precio que hay que pagar. A propósito de ello, introduciendo nuevo matiz en este tema, cabe recordar que ésta última es una tentación frecuente que asaltó también a algunos de los seguidores de Cristo. La madre de los hijos de Zebedeo, acompañada por ellos, se postró ante Él, rogándole que uno se sentase a la derecha y otro a la izquierda (Mt 20, 20-28). A otros discípulos les invadieron diferentes recelos y vacilaciones. La duda es un temible aguijón que corroe lo que encuentra a su paso. Y tal debilidad, como se ha dicho, suscita piedad. Cristo no censuró a sus discípulos. Les sorprendió con una pregunta. Era la forma pedagógica que tenía de educarlos y encaminarlos hacia el Padre. ¿Estarían dispuestos, o podrían beber el cáliz que Él debía asumir? Se trataba un altísimo precio, un reto que extendió ante los ojos de sus amados hermanos. La respuesta, osada, fue afirmativa. Y pese a todo, Cristo advirtió que no le correspondía a Él dar la orden que se le pedía. Seguro que los miró con piedad y ternura. ¡Qué lejos se hallaban aún de ese océano infinito de amor que se refugiaba en las pupilas del Maestro! Ese amor que tutela la vida de las personas que sufren, y que debe sacudir las conciencias de todos para vivir una solidaridad consciente y activa, que no genera conflictos, ni divisiones.

domingo, 6 de septiembre de 2009

Por D. Jose Ignacio Munilla

BUSCAD EL ROSTRO DE DIOS



“Para entrar en comunión con Cristo, y contemplar su rostro, es preciso tener manos inocentes y un corazón arrebatado por la belleza divina” .

“Buscar el rostro de Jesús, debe ser el anhelo de todos los cristianos; y si perseveramos, al final de nuestra peregrinación, será Él nuestra recompensa y gloria para siempre. Ésta es la certeza que ha impulsado a los santos” , y entre ellos, al Hermano Rafael Arnáiz Barón, monje trapense.











BUSCAD EL ROSTRO DE DIOS



“Para entrar en comunión con Cristo, y contemplar su rostro, es preciso tener manos inocentes y un corazón arrebatado por la belleza divina” .

“Buscar el rostro de Jesús, debe ser el anhelo de todos los cristianos; y si perseveramos, al final de nuestra peregrinación, será Él nuestra recompensa y gloria para siempre. Ésta es la certeza que ha impulsado a los santos” , y entre ellos, al Hermano Rafael Arnáiz Barón, monje trapense.








PRÓLOGO


A todos los jóvenes, en edad y/o en espíritu


Queridos jóvenes:

La canonización del Hermano Rafael Arnáiz, que será definida por Su Santidad Benedicto XVI el 11 de octubre del presente año 2009, nos ha impulsado a algunos obispos , vinculados por motivos diversos al Hermano Rafael, a escribir esta Carta Pastoral.

Estas son nuestras intenciones al escribiros:

• Acercaros a los escritos del Hermano Rafael. Ojalá que su mensaje, dibujado en sus propias palabras, llenas de autenticidad y frescura, y nacidas de una profunda vivencia, os enseñen a buscar a “sólo Dios”, -éste era su lema-. Confiamos en que os ayudarán a identificaros con Cristo y a amar entrañablemente a la Virgen María.

• Queremos ofreceros algunas orientaciones inspiradas en su vida y escritos, que iluminen y fortalezcan vuestra espiritualidad de cristianos, deseosos de que lleguéis a ser, como Rafael, testigos de Cristo en el mundo de hoy.

• Deseamos que esta Carta llegue también a los alejados de la Iglesia; a los que les cuesta creer, pero buscan a Dios con una conciencia recta; y también a los que no hayan tenido oportunidad de recibir una educación cristiana pero ansían conocer el corazón de Dios.


Con profundo respeto y afecto, con humildad y sencillez, con gozo y esperanza, pensamos en todos vosotros al redactar estas páginas.

+ Francisco Gil Hellín, Arz. de Burgos
+ José Ignacio Munilla, Ob. de Palencia
+ Ricardo Blázquez, Ob. de Bilbao
+ Rafael Palmero, Ob. de Orihuela-Alicante
+ Francisco Cerro, Ob. de Coria-Cáceres
+ Manuel Sánchez, Ob. de Mondoñedo-Ferrol
+ Gerardo Melgar, Ob. de Osma-Soria


I. SEMBLANZA DEL HERMANO RAFAEL ARNÁIZ


¡Nadie nace siendo santo! A veces pensamos que los santos podrían haber sido canonizados ya en los primeros años de su vida… y, desde luego, la cosa no suele ser así... El camino de purificación exterior e interior que lleva hasta la santidad, es necesario para la generalidad de los cristianos; y, el Hermano Rafael, no es una excepción.

Este monje trapense nacido el 9 de abril de 1911 en Burgos, fruto del matrimonio cristiano formado por Rafael y María Mercedes, fue el primogénito de cuatro hijos. Rafael poseía muchos talentos y cualidades: simpático, líder, inteligente, profundo…; pero contaba también con defectos y pecados, que hubo de ir puliendo a lo largo de su vida: era presumido, se había acostumbrado al bien vivir, no rendía a tope en sus estudios...

Para que nos hagamos una idea de lo que era el joven Rafael antes de llegar a la Trapa, vamos a partir de una descripción hecha por su propia madre, años después de la muerte de su hijo, en la primera biografía que se escribió sobre su vida. Es verdad que las madres suelen tener demasiada pasión por sus hijos, pero como podrás ver, se trata de una descripción muy verosímil y con muchos indicios de objetividad. Veamos lo que nos cuenta:
“Rafael fue un niño inteligente y comprensivo, al que bastaba una palabra para traerle al orden cuando se introducía en alguna trastada. Nunca hubo que reñirle por algo importante.
Recibió muchos premios y medallas en el colegio. Sin embargo Rafael era algo indolente, no gran estudiante, ni muy aplicado, lo fiaba todo al despejo de su inteligencia y a su intuición imaginativa.
La ilusión del joven Rafael, era la pintura: plasmar en lienzos lo que su alma de artista concebía. Su capacidad imaginativa era enorme. De ahí que fue para él un triunfo el ingreso en la Escuela de Arquitectura de Madrid, siempre difícil de conseguir.
Todo lo quería y nada conservaba. Caprichoso en adquisiciones para sí y para los demás, lo mismo pedía a su padre un coche que una caja de cerillas.
Rafael era extremadamente cariñoso con los suyos, pero sin manifestaciones externas. Los sirvientes de la casa nunca recibieron de él una palabra áspera. Y sin embargo, tenía vivo el genio, era impaciente por verse bien y prontamente servido.
Era escrupuloso en la limpieza y le repugnaba todo lo que era feo, sucio o grosero; las palabras malsonantes... todo lo que atentaba al bien decir y a la belleza física o moral.
Buen gastrónomo y de exquisito paladar, conocía todos los restaurantes madrileños en los que mejor condimentaban los manjares de su gusto…aunque comía lo que le pusieran en la mesa” .

Así pues, comenzamos esta Carta Pastoral con una semblanza del Hermano Rafael, en la que hacemos un breve recorrido de su vida. Tenemos que reconocer que sabemos más cosas del Rafael monje, que del Rafael niño, adolescente o joven... Pero, sin embargo, partiendo de su vocación, no nos será difícil "tirar del hilo", llegando a conocer el recorrido espiritual de su vida, de la que tantas lecciones podemos extraer para nosotros.


1. El joven Rafael y su vocación

Hablar en nuestros días del Hermano Rafael Arnáiz es tanto como hablar de un monje trapense. Ahora bien, teniendo en cuenta que Rafael ingresó en la Trapa con veintidós años, la primera pregunta que se nos plantea es la siguiente: ¿Cómo se le ocurre a un joven estudiante de arquitectura, destacado en sus estudios, apuesto y admirado por las chicas, miembro de una familia acomodada, “sepultarse” en el anonimato de una vida tan escondida, austera y humilde?

Vamos a intentar comprender el itinerario seguido por nuestro querido Rafael, hasta que descubre su vocación e ingresa en la Trapa.

1.1 Cimientos profundos de una vocación

La providencia de Dios se suele servir de muchas mediaciones humanas, pero en el caso del Hermano Rafael, resultó fundamental la educación cristiana recibida en el seno de su familia. Sus padres demostraron un gran acierto en el despertar religioso de su hijo, y de una forma especial, su madre. A esto hay que añadir la formación religiosa que recibió en el colegio de los Jesuitas de Oviedo, a donde se había trasladado su familia.

Esto no quiere decir que nuestro Hermano Rafael hubiese frecuentado ambientes exclusivamente religiosos. De hecho, a los quince años pasó del colegio religioso a un instituto público, donde terminó el Bachillerato.

Para cuando el Hermano Rafael llegó al monasterio, ya estaba avanzado en la vida espiritual. Era un joven que se había dejado alcanzar por Dios, y por ello, lo buscaba más y más. El Padre Teófilo, su confesor en la Trapa, pudo afirmar de nuestro joven: “Por especial providencia de Dios, nunca llegó a romper sus filiales relaciones con Él por un pecado grave plenamente deliberado”. El maestro de novicios se encontró con “una obra maestra de la gracia”, un alma hambrienta y sedienta de Dios.

Pero no pensemos que el Hermano Rafael carecía de defectos. Era una persona muy sensible, y esto tenía -y tiene- sus ventajas y sus inconvenientes. Su gran sensibilidad hacia el prójimo, le hacía muy cariñoso, compasivo y solidario, pero tal vez le inclinaba a ser demasiado condescendiente. Por su talante personal, a Rafael le podía costar más decir que “no” que “dejarse llevar”… Sin embargo la vida espiritual necesita también reciedumbre, y la Providencia de Dios le fue educando poco a poco para corregir sus defectos, al mismo tiempo que fortalecía sus virtudes.

1.2 La llamada va madurando

Al terminar el Bachillerato todavía no estaba decantada su vocación contemplativa. Esa sensibilidad fue fraguándose gracias a la relación que mantenía con sus tíos de Ávila, los Duques de Maqueda, quienes poseían una cultura religiosa y una vida espiritual excepcionales. Ellos fueron la mediación humana que completó la educación religiosa que Rafael había recibido de sus padres y del colegio de los Jesuitas. La relación sobrino-tíos fue muy intensa, y gracias a esto, Rafael pudo ampliar sus horizontes y conocer en profundidad muchas figuras de la mística española y mundial.

Un año después de iniciar sus estudios de arquitectura en Madrid, Rafael visita por primera vez la Trapa de Dueñas y se queda “prendado”, o cuando menos “tocado”. En la Trapa no le presionaron para que entrase, sino que le aconsejaron que continuase sus estudios y que fuese profundizando en el alcance de la vida monástica. El discernimiento de Rafael no fue precipitado, ya que ingresó tres años más tarde, tras una madura consideración, no exenta de luchas interiores…

Un detalle importante del que todos debiéramos tomar nota es que Rafael no llevó a cabo su discernimiento quedándose “encerrado”; muy al contrario, se incorporó a diversas asociaciones católicas, además de realizar anualmente los ejercicios espirituales. En otras palabras, Rafael no caminó solo y supo apoyarse en los medios espirituales que Dios puso a su alcance.

1.3 Tras la purificación y las pruebas, el “salto”…

El Hermano Rafael vivía su fe y su discernimiento vocacional en un contexto muy delicado de la historia de España… La Segunda República, estaba presidida en aquellos años por un gobierno marcadamente anticlerical y marxista, y el ambiente que Rafael encontró a su alrededor no era precisamente favorable para sus propósitos…

Conocemos una anécdota sucedida en la “Pensión Callao” de Madrid, en la que él residía mientras cursaba sus estudios de arquitectura, que refleja sus luchas internas en aquel ambiente: Una tarde al llegar a la pensión, una chica argentina que se hospedaba en la misma residencia, se metió en su habitación y se echó en la cama con la intención de seducirle para que se acostara con ella. Más tarde diría el Hermano Rafael, en clara referencia a este episodio y a otros que desconocemos: “Si no es por un milagro de la Santísima Virgen, me hubiera sido imposible sustraerme a las garras de los enemigos del alma que intentaron arrebatarme el tesoro de la gracia y la libertad del corazón” .

El Hermano Rafael no estaba “huyendo de nada” en su discernimiento vocacional, sino que estaba respondiendo a la llamada del Señor. Sin embargo, en la medida en que el ambiente anticristiano le resultaba más envolvente y asfixiante, más claro veía que debía de “apartase” de los peligros que le impedían ser fiel a la vocación que Dios le estaba mostrando en su interior. Ciertamente, hoy en día la expresión “huida del mundo” resulta antipática y contracultural, pero puede y debe interpretarse positivamente: Un cristiano necesita tomar medidas de prudencia para poder mantenerse fiel en la vocación que Dios le ha dado.

Al margen de estas últimas tentaciones y pruebas que Rafael hubo de superar, el momento de la despedida de su familia había de ser especialmente duro para él, máxime teniendo en cuenta su sensibilidad… ¡Un auténtico “desgarrón”! Pero Rafael está decidido, y prepara con delicadeza y prudencia la forma de comunicar la noticia a sus padres, tíos, hermanos y demás parientes y conocidos… Los ojos derraman abundantes lágrimas, ya que el adiós supone una gran purificación para quien tanto ama a los suyos, pero en su alma se asienta el consuelo de las promesas de Cristo: «Yo os aseguro: nadie que haya dejado casa, hermanos, hermanas, madre, padre, hijos o hacienda por mí y por el Evangelio, quedará sin recibir el ciento por uno: ahora al presente, casas, hermanos, hermanas, madres, hijos y hacienda, con persecuciones; y en el mundo venidero, vida eterna. Pero muchos primeros serán últimos y los últimos, primeros» .


2. Rafael en la Trapa

Como hemos apuntado anteriormente, a los 19 años de edad, Rafael había visitado el monasterio cisterciense de San Isidro de Dueñas, sintiéndose fuertemente atraído por lo que allí vio: “Lo que yo vi y pasé en la Trapa, las impresiones que tuve en ese santo monasterio, no se pueden, o por lo menos, no sé explicarlas y solamente Dios lo sabe” .

Finalmente, tomó la firme decisión de consagrar su vida a Dios, en un ambiente de contemplación y clausura, de oración y silencio, de trabajo y gozosa penitencia.

Pasado el mes de postulantado requerido, Rafael tomó el hábito de novicio lleno de ilusión. Creyendo haber llegado a la meta de sus aspiraciones y de su vocación, escribió a su madre: “La Trapa la ha hecho Dios para mí, y a mí para la Trapa. Puedo morir contento, pues ya soy trapense” .

De momento, el Señor le permitió que gozase de las emociones y alegrías de la vida que había elegido; y, cuando estuvo bien afianzado en la fe y en el amor hondo a su vocación trapense, llegó calladamente una enfermedad -la diabetes sacarina-, para probarle de manera misteriosa. Es por ello que se vería obligado a dejar el monasterio, una, dos y hasta tres veces; volviendo otras tantas, en aras de una generosidad heroica, a responder a la llamada de Dios.

Cuando reingresó por segunda vez, el 11 de enero de 1936, tuvo que hacerlo como “Oblato” -el último en el monasterio- (condición ésta que le dispensaba de ciertas exigencias, debido a su precaria salud). Sin embargo, supo sobrenaturalizar en todo momento esta situación, sin acomplejarse, interpretándola como una “ofrenda al Señor”. Por eso dejó escrito: “Lo único que quiero es dar gloria a Dios, amarle, servirle... Procuraré ser un “Oblato” santo” .

Su última entrada en la Trapa la realizó el 15 de diciembre de 1937. Abandonando las comodidades y cuidados de su casa, vuelve de modo definitivo al monasterio. Al día siguiente anota en su cuaderno íntimo: “Ayer al dejar mi casa, a mis padres y hermanos, fue uno de los días que más sufrí. Es la tercera vez que por seguir a Jesús abandono todo, y yo creo que esta vez fue un milagro de Dios, pues por mis propias fuerzas, es seguro que no hubiera podido” .

El Hermano Rafael supo corresponder a esta vocación con total generosidad, aunque en ocasiones en plena desolación. En su cuerpo se iba notando el flagelo de la enfermedad diabética, con sus manifestaciones de cansancio agotador. Todo fue casi fulminante. A mediados de abril de 1938 cayó en cama para no levantarse.

Con intuición providencial, antes de morir, el abad le concedió el privilegio de vestir la cogulla cisterciense, prenda monacal que se viste una vez realizada la profesión solemne; si bien llegó a disfrutarla solamente una semana.

El 26 de abril de 1938, hacia las siete de la mañana, acabó sus días a consecuencia de un coma diabético; aunque más bien, fue el amor de Dios lo que le consumió. Tenía 27 años recién estrenados.


3. Sus escritos desde la Trapa

Si es cierto que la devoción de muchos creyentes ha contribuido a la expansión y a la fama de santidad del Hermano Rafael, no cabe duda que la lectura de sus escritos espirituales ha influido poderosamente en su conocimiento y difusión, con notable provecho para muchas almas.

Uno de los Censores ha precisado: “Tras un estudio atento de sus escritos, llegamos a la conclusión de que no han podido llevarse a cabo, sin un influjo predominante del Espíritu Santo”.

Estos son sus escritos más importantes y significativos:
- Meditaciones de un trapense: Escrito desde el 12 de julio al 8 de agosto de 1936.
-Mi cuaderno: Inicia el 8 de diciembre de 1936 y continúa del 1 de enero hasta el 6 de febrero de 1937.
-Dios y mi alma: Notas de conciencia (reservado). Comienza el 16 de diciembre de 1937 y termina el 17 de abril de 1938, nueve días antes de su muerte.


4. Propuesto como modelo

La fama de santidad del Hermano Rafael ocasionó la apertura de su proceso de canonización en 1962. Un salto importante en la propagación de la figura del Hermano Rafael, se produjo el 19 de agosto de 1989. Juan Pablo II, en la homilía de clausura de la Jornada Mundial de la Juventud, en Santiago de Compostela, habló del Hermano Rafael ante medio millón de jóvenes, con estas palabras:
“Con profundo gozo me es grato presentaros como modelo de seguimiento de Cristo, la encomiable figura del Siervo de Dios, Rafael Arnáiz Barón, muerto como Oblato Trapense a los 27 años de edad, en la Abadía de San Isidro de Dueñas (Palencia). De él se ha dicho justamente, que vivió y murió “con un corazón alegre y mucho amor a Dios”. Fue un joven como muchos de vosotros y vosotras, que acogió la llamada de Cristo y le siguió con decisión”.

Fue igualmente Juan Pablo II quien el 27 de septiembre de 1992, lo declaró Beato en la Plaza de San Pedro. Refiriéndose al Hermano Rafael, en la solemne ceremonia, el Papa volvió a repetir: “En su vida monástica, breve, pero intensa, como trapense, fue ejemplo, sobre todo para los jóvenes, de una respuesta amorosa e incondicional a la llamada divina”.

Con su Canonización, el próximo 11 de octubre, Benedicto XVI glorificará a Dios y propondrá un nuevo intercesor a toda la Iglesia. Será una llamada interpelante para recordarnos a todos, que “el Padre nos ha elegido en Cristo antes de la creación del mundo, para ser santos e inmaculados en su presencia por el amor” .



II. ESPIRITUALIDAD Y MENSAJE

El Hermano Rafael, tiene una misión profética ante los jóvenes de hoy, de manera especial ante los que buscan el sentido de su vida y un ideal por el que luchar.

Consideramos que Rafael es un modelo, no sólo para los jóvenes en edad, sino también para los “entrados” en años, pero jóvenes de espíritu, que tratan de reafirmar su seguimiento a Cristo; y también para los maduros desencantados y desilusionados, tal vez enquistados en sus tibiezas e indiferencias, pero deseosos de superarlas.

El testimonio de este joven monje nos estimula a la santidad en nuestra vocación particular. La Iglesia nos propone al Hermano Rafael como modelo a imitar, no tanto para “copiar” literalmente su vida, sino para que nos ilumine en el discernimiento de los caminos que Dios ha trazado para nosotros.

Veamos las características principales de su espiritualidad y su mensaje:


1. Buscando el rostro de Dios

He aquí una de las “claves de bóveda” del alma del Hermano Rafael. Es su gran tema: el alma absorbida por la “pasión” de Dios, que, como hierro adherido al imán, se ve atraída desde el fondo mismo de su corazón, y abocada a una búsqueda insaciable del rostro divino.

Se trata de una verdad perfectamente expresada en el Salmo 41, que reza así:
“Como busca la cierva
corrientes de agua,
así mi alma te busca
a ti, Dios mío;
tiene sed de Dios,
del Dios vivo:
¿cuándo entraré a ver
el rostro de Dios?”.

San Agustín había hablado anteriormente de la búsqueda que realiza “el corazón inquieto”, que no se detiene hasta descansar en Dios. Por su parte, Rafael dedicará una de sus mejores meditaciones al tema de la “cierva sedienta”, que en este caso, no es el alma cristiana en abstracto, sino su propio corazón, sediento del Dios único y verdadero, el ¡sólo Dios!:
“Como el ciervo desea las fuentes, como el cervatillo sediento olfatea el aire buscando con qué mitigar su sed, así mi alma suspira de sed de vida...” .
“¡Ansias de Cristo! ¿Cómo no tenerlas? (...) El ciervo con sed, es el animal acosado por los cazadores... Su sed le viene de su continuo correr por los montes, los riscos y las breñas. Busca con locura la fuente escondida, donde sabe hallará el descanso su fatiga, y el agua que templará sus ardores” .


2. Y para llegar a Dios… el desprendimiento

El hermano Rafael había conocido antes de su ingreso en la Trapa la doctrina espiritual de San Juan de la Cruz. Su enseñanza se resumía en una frase emblemática: “Para llegar al TODO, hay que ir por la nada” . Es decir, para llenar nuestro corazón de Dios, es preciso estar dispuesto a despojarse de todo aquello que pudiera impedirlo: fama, comodidades, planes, dinero, criterios mundanos, etc.

Rafael se adentra decididamente en este camino de “desprendimiento”. En el fondo, es la lucha contra la idolatría, para poder llegar al “sólo Dios”. Los “ídolos” no deben ocupar en nuestro corazón el lugar central reservado para Dios. En el fondo, se trata de traducir a nuestra vida el pasaje evangélico del joven rico: “Si quieres ser perfecto, ve, vende lo que tienes, dáselo a los pobres y tendrás un tesoro en los cielos; luego ven y sígueme” .

Como es de suponer, este proceso de desprendimiento le resultaría costoso a Rafael, máxime siendo él un joven de la alta sociedad, acostumbrado a vivir cómodamente y a que los demás le sirviesen. Pero no se trataba de un ejercicio de voluntarismo, ya que Rafael fue capaz de ir desprendiéndose de sus ídolos, en la medida en que descubría el “tesoro escondido” del amor de Dios.

En la espiritualidad del Hermano Rafael, es emblemático el siguiente texto, que te invitamos a leer. Aunque un poco largo merece la pena. En él se expresan con gracia y claridad las luchas interiores del joven trapense en el monasterio:
“Las tres de la tarde de un día lluvioso del mes de diciembre. Es la hora del trabajo, y como hoy es sábado y hace mucho frío, no se sale al campo. Vamos a trabajar a un almacén donde se limpian las lentejas, se pelan patatas, se trituran las berzas, etc. (…) La tarde que hoy padezco es turbia, y turbio me parece todo. Algo me abruma el silencio, y parece que unos diablillos, están empeñados en hacerme rabiar, con una cosa que yo llamo recuerdos... En mis manos han puesto una navaja, y delante de mí un cesto con una especie de zanahorias blancas muy grandes y que resultan ser nabos. Yo nunca los había visto al natural, tan grandes... y tan fríos... ¡Qué le vamos a hacer!, no hay más remedio que pelarlos.
El tiempo pasa lento, y mi navaja también, entre la corteza y la carne de los nabos que estoy lindamente dejando pelados. Los diablillos me siguen dando guerra. ¡¡Que haya yo dejado mi casa para venir aquí con este frío a mondar estos bichos tan feos!! Verdaderamente es algo ridículo esto de pelar nabos, con esa seriedad de magistrado de luto.
Un demonio pequeñito y muy sutil, se me escurre muy adentro y de suaves maneras me recuerda mi casa, mis padres y hermanos, mi libertad, que he dejado para encerrarme aquí entre lentejas, patatas, berzas y nabos.
(…) Transcurría el tiempo, con mis pensamientos, los nabos y el frío, cuando de repente y veloz como el viento, una luz potente penetra en mi alma... Una luz divina, cosa de un momento... Alguien que me dice que ¡qué estoy haciendo! ¿Que qué estoy haciendo? ¡Virgen Santa!! ¡Qué pregunta! Pelar nabos..., ¡pelar nabos!... ¿Para qué?... Y el corazón dando un brinco contesta medio alocado: pelo nabos por amor..., por amor a Jesucristo” .


3. Fascinado por Jesucristo

En esta vida, todos tenemos nuestros “modelos”, seamos o no conscientes de ello. Pueden ser modelos “de barro” o pueden ser elevados y estimulantes. Un ideal de barro produce vidas de barro, y un santo ideal, hace a los hombres y mujeres santos… Pues bien, el modelo y referente de Rafael no fue otro que Jesucristo.

Por Jesucristo, Rafael renunció a todo: a sus gustos refinados, a sus aficiones, a sus vanidades, a sus planes… Fue capaz de afrontar despedidas “sangrantes” para seguir su vocación, abrazar el sueño “imposible” de ser monje, aceptar una enfermedad sin curación que hubiese frustrado a cualquiera… Unido a Jesucristo, los supuestos “rigores” de la vida monacal le resultaban llevaderos: el silencio, la comida, los horarios, la soledad, el frío… y sobre todo, la humillación de ser un monje debilucho, incapaz de cumplir toda la regla monástica.
El “cristocentrismo” de Rafael no es una faceta más de su vida; es su esencia, su ser, constituye su misma vida. Estas son sus palabras: “Con Jesús a mi lado lo puedo todo” . “Sólo Jesús, llena el corazón y el alma” . Su ideal es vivir en Cristo, unirse a Cristo, ser otro Cristo. Pudo afirmar con San Pablo: “Nada vale la pena, si se compara con el conocimiento de Cristo Jesús, mi Señor. Por él he sacrificado todas las cosas y todo lo tengo por basura, con tal de ganar a Cristo” .
Evocando los pasajes evangélicos en los que se narra cómo Jesús lanzaba la invitación a seguirle, escribe estas preciosas reflexiones:
“Si vieras que Jesús te llamaba, y te daba un puesto en su séquito, y te mirase con esos ojos divinos que desprendían amor, ternura, perdón y te dijese: ¿Por qué no me sigues? ... ¿Tú, qué harías? ¿Acaso le ibas a responder... Señor, (…), te seguiría si me dieras medios para seguirte con comodidad y sin peligro de mi salud..., te seguiría si estuviera sano y fuerte para poderme valer? No, seguro que si hubieras visto la dulzura de los ojos de Jesús, nada de eso le hubieras dicho, sino que (...) sin pensar en tus cuidados, sin pensar en ti para nada, te hubieras unido, aunque hubieras sido el último..., fíjate bien, el último en la comitiva de Jesús, y le hubieras dicho: voy, Señor, no me importan mis dolencias, ni la muerte, ni comer, ni dormir... Si Tú me admites, voy. (...) No me importa que el camino por donde me lleves sea difícil, sea abrupto y esté lleno de espinas. No me importa si quieres que muera contigo en una Cruz...Voy, Señor, porque eres Tú el que me guía. Eres Tú el que me promete una recompensa eterna. Eres Tú el que perdona, el que salva... Eres Tú el único que llena mi alma” .


4. Enamorado de la Eucaristía

La Eucaristía es la “fuente y cima de toda vida cristiana” , porque “ella contiene todo el bien espiritual de la Iglesia, es decir, Cristo mismo, nuestra Pascua” . Para el Hermano Rafael la Eucaristía fue centro de irresistible atracción.

Desde muy joven, se inscribió en la Adoración Nocturna de Oviedo y de Madrid, permaneciendo fiel a este carisma de adoración eucarística, hasta que entró en la Trapa como monje. En sus escritos dejó consignado: “Quisiera estar arrodillado ante el sagrario día y noche” . Sentía vivo dolor, al ver a los hombres distraídos en sus vanidades e intereses terrenales, olvidados de la presencia sacramental de Cristo.

Al visitar la Trapa por primera vez, consignó en sus anotaciones:
“Alrededor del sagrario, gira toda la actividad del monje cisterciense (...) Las horas que se pasan en la iglesia parecen minutos; la fe nos dice que estamos alabando a Dios, y Dios está allí, muy cerca, a unos pasos, en el Sagrario” .

Más tarde, cuando ya formaba parte de la comunidad monacal, vuelve a insistir:
“He venido a la Trapa, para permanecer en silencio delante del sagrario” . Y añade: “A veces dejo la pluma que no dice lo que quiero porque no sabe, y no puede, y me postro ante el sagrario y allí escribo, canto, rezo o lloro…, lo que Dios me da a entender…y lo que nadie leerá jamás” .


5. Una estrella en su camino: María

En la andadura de todo joven, nunca ha de faltar la referencia determinante de una mujer. Esa mujer para Rafael fue la Virgen María, Madre de Jesús y Madre nuestra. Ella, la “Señora” –como a Rafael le gustaba llamarla- fue su confidente, su ayuda, su amparo, su fuerza, su consuelo; en una palabra, su guía y su estrella.

Rafael la invoca como “la estrella que es guía en la noche del navegante” , porque “el mar, son los propios pensamientos, que a veces están en bonanza y en ocasiones se agitan tempestuosamente poniendo a prueba la habilidad del piloto” . Tras haberlo vivido así, nos aconseja: “No te agobien las cosas de la tierra. (…) Aún en las más negras borrascas del mundo, si elevas los ojos a la Virgen..., algo verás” , significando, que mirando a la Señora, nunca se queda uno a oscuras.

De hecho, la Virgen María nunca estuvo ausente de su pensamiento y de su amor; nada emprendió sin contar con Ella; le acompañó todos los días de su vida. No hay en sus anotaciones una sola página donde no aflore el nombre dulcísimo de María: “La Virgen todo lo puede”, “todo está en sus manos”, “todo se hace con su ayuda y la de Dios”. Y un día memorable, consigna sus vivencias en estos términos:
“¡Qué bien conoce Dios el corazón del hombre, pequeño y asustadizo! ¡Qué bien conoce nuestra miseria que nos pone ese puente... que es María! (…) No sé si diré algo que no esté bien, (…) pero creo que no hay temor en amar demasiado a la Virgen. Creo que todo lo que en la Señora pongamos, lo recibe Jesús ampliado... Yo creo que al amar a María, amamos a Dios, y que a Él no se le quita nada, sino todo lo contrario” . “¡¡¡Cómo no amar a Dios teniendo a María!!!” .

Rafael tomó la determinación de no escribir ninguna carta, sin mencionar en ella a la Virgen. Tenía una gran fe en su poder mediador:
“Dios ha puesto a la Virgen “entre el cielo y la tierra” como intercesora, para que alcance del mismo Dios, todo aquello que nos da: guía, aliento, amparo, fortaleza, consuelo, compasión y dulzura” .

María es el espejo del rostro materno de Dios, su imagen más perfecta en una criatura humana, porque Ella es la única “llena de gracia”, es decir, llena del Espíritu Santo. Por eso escribe: “Dios nos ofrece el corazón de María como si fuera el suyo” .


6. Amor filial a la Iglesia

Supongo que habrás oído en más de una ocasión la expresión “Cristo sí, Iglesia no”. Sin embargo, la Iglesia no es algo distinto de Jesús, sino que es su Cuerpo Místico… Por lo tanto, no se puede amar a Cristo sin amar también a su Iglesia. Ella nos ha “engendrado” a una vida nueva, y es cauce de la gracia que Dios nos quiere comunicar.

Rafael vive este misterio con plena conciencia: recibe los sacramentos con gran devoción y provecho; es fiel a los mandamientos y disposiciones de la Iglesia (conocemos, por ejemplo, que en su etapa universitaria anotaba en su agenda los días en que la Iglesia prescribe la abstinencia y el ayuno); y, dentro de lo que le permitían sus obligaciones de estudiante, tomó parte en algunos movimientos y asociaciones religiosas (Adoración Nocturna, Conferencias de San Vicente de Paúl y Apostolado de la Oración).


7. Oración de Intercesión por todos

El celo apostólico del Hermano Rafael se extiende a toda la humanidad redimida por Cristo. Veamos cómo refleja esto en sus escritos, cuando tenía ya tomada la decisión de consagrar su vida en el monasterio:
“Yo espero con mi poca experiencia, andar ese camino de la santidad, llevar por él a mucha gente, pues si nuestro Señor se valió de doce pescadores para convertir al mundo entero, también me ayudará a mí en mi buen deseo, pues a veces se vale Dios de las cosas más insignificantes, para tocar el corazón del hombre” .

Los medios para desarrollar este celo apostólico fueron la oración intercesora y una vida de sacrificio; con el compromiso de santificarse y ofrecerse a Dios por todos, con amor de hermano:
“Por conseguir que un hermano mío en el mundo, haga solamente un acto de amor a Dios, soy capaz de todo” . “Quiero ayudar a las almas del mundo entero, para que amen a Dios, y sin que ellas se enteren” .

Desde que ingresó en la Trapa, su preocupación misionera traspasó todos los límites; Él mismo nos lo cuenta:
“Como en la Trapa no se pierde ni un minuto, ni en los intervalos ni, incluso, al ir de una parte a otra, yo al salir de la iglesia, después del examen de conciencia hasta llegar al refectorio, lo he dedicado a las misiones. (...) Le agradecía la paz de mi convento y, al mismo, tiempo le pedía que no olvidase a los misioneros que a veces ni tienen qué comer, ni tienen convento” .


8. Ofrenda de su enfermedad y de sus sufrimientos

La misión apostólica tiene su precio; y en la vida contemplativa de un monasterio, se concreta en una aceptación de la cruz diaria, compartiendo la suerte de Cristo crucificado. Bajo la luz de la gracia, Rafael llega a amar la cruz, como el regalo más precioso:
“Amo más a Cristo, cuanto más me prueba. (…) Por nadie me cambio, pues tengo lo mejor que un cristiano puede tener..., la Cruz de Jesús muy dentro del corazón” .

Tanto el sentido de la reparación de los pecados, como el deseo de que Cristo sea conocido y amado por todos, le estimula a ofrecer las “cruces” de su vida, unidas al sacrificio redentor de Jesucristo:
“¡Qué alegría sería morir por Jesús..., y que Él ofreciera mi vida al Eterno Padre, en reparación de los pecados del mundo; de las guerras, de los pueblos infieles; por los sacerdotes, por el Papa, y por la Iglesia!” .

El dolor, el sufrimiento, la enfermedad y la misma muerte no le separaron a Rafael ni un ápice de su unión con Dios. Su secreto consistió en descubrir la “sabiduría de la cruz”:
“Si el mundo supiera cuánto se aprende a los pies de la Cruz... Si el mundo supiera que toda la Teología, que toda la Mística y la Ascética, que toda la Filosofía escrita en mil años, no sirve para nada, si no se medita y se estudia a los pies de la Cruz de Cristo (…). A sus pies, y sin ruido de palabras, se llega a ver el Amor infinito clavado en un madero... A sus pies se aprende a amar a Cristo, a despreciar el mundo y a conocerse uno a sí mismo” .

Rafael supo interpretar su enfermedad con visión elevada, insertándola en el plan de Dios, y Dios se le hizo presente para hacerle crecer en el amor. ¡Algunos han llegado a decir que su muerte fue causada por el amor, más que por la propia enfermedad!


9. Santidad alegre

¿Quién ha dicho que la santidad tiene un tono serio y triste? Ciertamente, éste es uno de los engaños que nuestra cultura dominante pretende “vendernos” sobre el hecho religioso… Pero lo cierto es que, es precisamente nuestra cultura actual la que se caracteriza por arrastrar una gran amargura y tristeza. ¡Cuántas carcajadas esconden frustraciones, mientras que las sonrisas serenas están transparentando un corazón feliz!

Así por ejemplo, tan sólo una hora después de haber recibido el hábito blanco de novicio cisterciense, Rafael escribía a su madre en estos términos:
“Siento que cuando vengáis a verme no esté tan limpio como hoy, que parezco un novicio recién desempaquetado” . Y añade: “… baste que sepáis que vuestro hijo está contento, alegre, (…) pues un triste santo, es un santo triste; pero no te preocupes, que aquí en la Trapa es donde yo he visto más alegría reunida...”

Está fuera de duda que el Hermano Rafael no había ingresado en la Trapa por el hecho de que no supiese disfrutar de las alegrías del mundo. Baste leer lo que el joven Rafael escribió al Padre Abad de la Trapa, cuando solicitó su ingreso:
“... no me mueve para hacer este cambio de vida, ni tristezas, ni sufrimientos, ni desilusiones ni desengaños del mundo... Lo que éste me puede dar, lo tengo todo. Dios en su infinita bondad me ha regalado en la vida, mucho más de lo que merezco... Por tanto, mi Reverendo Padre, si me recibe en la Comunidad con sus hijos, tenga la seguridad de que recibe solamente un corazón muy alegre y con mucho amor a Dios” .

Es decir, que frente a esas deformaciones que tienden a presentar la santidad como equivalente de “rareza”, el Hermano Rafael tiene muy claro que “santidad” es sinónimo de “felicidad”, además de ser condición necesaria para la verdadera alegría.

Cuando Santa Teresa escribió en el libro de sus Fundaciones la famosa frase, “entre los pucheros anda el Señor”, quiso darnos a entender que la santidad no consiste en los fenómenos místicos extraordinarios (visiones, locuciones, revelaciones, etc). La santidad no tiene otro secreto que la vivencia de la vida ordinaria en intensidad de amor.

Por lo que se refiere al Hermano Rafael, está sobradamente constatado que, si resulta tan accesible y cercano a quien lee sus páginas, es precisamente porque habla de lo que vive y vibra en cada instante. Por ello, a lo largo de su Proceso de Canonización han llegado cartas de quienes aseguran que han encontrado en él un alma gemela, un amigo, un hermano mayor, alguien que les entiende, que adivina sus situaciones, que los anima y alienta en sus dolores... Su secreto no ha sido, ni será otro que la sencillez, la alegría y la transparencia con que habla de lo cotidiano, de su vida gozosa y sencilla:
“Dios no nos exige más que sencillez por fuera y amor por dentro. (…) En realidad qué fáciles son los caminos de Dios, cuando se camina por ellos con espíritu de confianza y con el corazón libre y puesto en Él” .

Una de las lecciones que ofrece el Hermano Rafael es ésta: ¿Obras grandes o pequeñas?... ¡qué más da! Lo importante y único necesario es poner amor en ellas. La condición indispensable para que las obras más pequeñas tengan mérito y eficacia, es que estén realizadas en referencia a Cristo: “Todo por Jesús”, escribió en su horario de estudiante.



III. RAFAEL, MODELO PARA LOS JÓVENES


Somos conscientes de que a algunos les parecerá extraño proponer a un monje trapense como modelo para los jóvenes de nuestros días… ¿Puede el Hermano Rafael continuar siendo un “referente” accesible para las nuevas generaciones?

Ciertamente, el Hermano Rafael no es un modelo para los jóvenes, si por tal se entiende a una persona cuyos valores o estilo de vida sean “representativos” de la sensibilidad mayoritaria de la sociedad… El joven Rafael es modelo en otro sentido… Su vida es una llamada viva a lo que Dios quiere decirnos hoy a todos y, de una forma muy especial, a los jóvenes. No se trata de un liderazgo en el que nuestras debilidades se vean consentidas y justificadas, sino de una figura que nos recuerda que Dios nos quiere como somos, ciertamente; pero… ¡nos “sueña” distintos! Dios nos habla en el Hermano Rafael; y lo hace especialmente hoy, de una forma muy libre y contracultural.


1. Actualidad del “sólo Dios” de Rafael

“Cielo y Tierra pasarán, pero mis palabras no pasarán” . Dicho de otro modo: ¡Sólo Dios es el absoluto! Es evidente que esta afirmación contrasta grandemente con el relativismo actual, al que nuestro Papa ha tenido la clarividencia de designar como “dictadura del relativismo”. En efecto, hablar en nuestros días de “sólo Dios” “suena” a intolerante o a fanático.

La cultura secularizada no tiene problema en admitir que podamos tener “algo de fe”, especialmente si la circunscribimos al ámbito privado. El relativismo suele tolerar sin mayor problema que haya personas que cultiven una faceta espiritual en sus vidas, de forma semejante a como otros cultivan sus “aficiones”. Pero, sin embargo, lo que resulta escandaloso para nuestra cultura es la confesión de que Dios lo es “todo” y que sin Él no somos nada.

En efecto, Dios no es un capítulo más de nuestra vida, ni siquiera el más importante… En realidad, Dios, o lo es “todo”, o no es Dios. Dicho de otro modo, o el hombre se abre a la infinitud del amor de Dios, o está fabricando un ídolo a su medida. Como dice San Pablo: “En Él vivimos, nos movemos y existimos…” . Es decir, Dios engloba todos los aspectos de la existencia, es nuestro “todo”. El hombre está llamado a decir, con el Hermano Rafael y con todos los místicos, “¡sólo Dios basta!”.

Por eso, el Hermano Rafael es un modelo de gran actualidad para nosotros: porque no se toma su relación con Dios a la ligera, sino que es un “testigo” cuyo corazón está “lleno” de Dios. ¡Le sale por los poros! Es por esto que “transmite” tanto, porque… ¡sólo los enamorados enamoran!


2. Necesidad del silencio

Posiblemente, el sobreexceso de ruido en el que estamos inmersos, esconde el temor del hombre a la soledad y al silencio. No pensemos que el silencio es signo de incomunicación, sino todo lo contrario: ¡El silencio es la sal de la palabra! Nos abre a la comunicación con Dios en un “tú a tú”. Y lo cierto es que nuestra sociedad, aunque parezca lo contrario, también suspira por el silencio. (Baste comprobar el éxito alcanzado por la película “El gran silencio”, grabada en el 2005 en una cartuja de los Alpes franceses).

El Hermano Rafael remarca insistentemente su amor al silencio. Fijémonos en estas reflexiones suyas, escritas con motivo de una de sus salidas obligadas de la Trapa:
“Desde que salí de mi Trapa no escucho más que ruidos... La única música que no me molesta es la plegaria... Pero ésta en el mundo se oye poco... Todo lo demás son ruidos. Mucha gente me pregunta acerca del silencio de la Trapa, y yo no sé qué contestar, pues el silencio de la Trapa no es silencio..., es un concierto sublime que el mundo no comprende... Es ese silencio que dice: No metas ruido, Hermano, que estoy hablando con Dios…” .

Sin embargo, sucede que, a pesar de que suspiramos por el silencio, llegado el momento, somos incapaces de vivirlo, y hasta es frecuente que optemos por buscar refugio en el ruido. En realidad, para poder vivir gozosamente y aprovechadamente el silencio, es necesaria una gran madurez, que requiere un trabajo interior muy serio: mortificación de los sentidos y de nuestras impulsividades, control de la imaginación y educación de nuestras “esperanzas”…


3. Vivencia intensa de la Liturgia

Frente al tópico generalizado de que la liturgia católica es un lenguaje ininteligible para los jóvenes, la figura del Hermano Rafael nos invita a adentrarnos en este misterio, como un cauce de comunicación entre el cielo y la tierra. Es importantísimo que seamos educados en el lenguaje litúrgico, de modo que podamos llegar a percibir que cada vez que los sacramentos son celebrados, Jesús entra e interviene de nuevo en nuestra historia.

En nuestros días estamos asistiendo a un curioso fenómeno: cada vez son más los cristianos, e incluso muchos alejados de la Iglesia, que acuden a la “sombra de los monasterios” para disfrutar de una liturgia bella y solemne, que les lleva a descubrir a Dios.

¡Qué gran ayuda podemos encontrar en el Hermano Rafael para vivir intensamente la liturgia, más allá de la mera percepción estética o del peligro del aburrimiento o la rutina! Leamos con atención estas intensas palabras de Rafael:
“A las diez de la mañana es la Misa conventual en el Monasterio, celebrada con tanta unción, y oída por los monjes con tan profundo respeto, que el hombre de poca fe no tiene más remedio que bajar la cabeza y exclamar: ¡¡Señor, Señor!!, cuántas veces he asistido al divino Sacrificio estando mi alma ausente... Señor, perdóname, que no sabía lo que hacía... Mi pequeñez y miseria nunca llegará a comprender el inmenso amor de un Dios que se humilla a descender en medio de sus criaturas para ser maltratado, o pasar desapercibido... Pero en un Monasterio Cisterciense no se puede decir lo mismo, los monjes asisten al divino Sacrificio, no solamente con sus cuerpos, sino con sus almas... Todo es respeto, todo indica veneración y amor a su Dios” .


4. María, sanadora de la afectividad, modelo de pureza

Estamos inmersos en un erotismo ambiental que lo llena todo; parece como si viviéramos en una “alerta sexual” permanente, que condiciona mucho nuestra capacidad para vivir en fidelidad el seguimiento a Cristo. Este bombardeo termina por crear adicciones y conductas compulsivas que propician la falta de dominio de la propia voluntad y muchos desequilibrios, hasta el punto de hacernos incapaces de amar con madurez.

Cada vez son más notorias nuestras heridas afectivas. Cuando no llenamos nuestro corazón de Dios, solemos recurrir a “mendigar” afectos y a buscar falsas compensaciones.

El Hermano Rafael nos enseña a invocar a María como sanadora de nuestra afectividad y como inspiradora de la pureza. Ella nos recuerda que el ideal de la castidad es posible: estamos llamados a seguir a Dios en la integridad de nuestro cuerpo y nuestra alma.

La Virgen María es la mejor prueba del don de la pureza que Dios quiere darnos. La mirada a María es, en el Hermano Rafael, una apertura del corazón a los grandes ideales, a no conformarse con la mediocridad, a volar alto… Mirando a María podemos deducir la obra de sanación y elevación que Dios quiere realizar en nosotros.

¿Recuerdas el episodio que referimos en la primera parte de esta Carta, en el que una joven quiso seducir a Rafael en la pensión de estudiantes universitarios en la que vivía? Rafael atribuyó el triunfo frente a aquella tentación a la intercesión de María… ¡Toda una lección de cómo invocarla, pidiéndole el don de la pureza!


5. Vida espiritual ordenada y perseverante

Frente a la tendencia a reducir la práctica religiosa a unas vivencias “esporádicas”, es muy importante que nos propongamos el ideal de una amistad con Cristo, íntima, fiel y perseverante. El Hermano Rafael tuvo sus flaquezas, pero una de las grandes lecciones que aprendemos de él, a lo largo de toda su vida -infancia, adolescencia, juventud y vida monacal-, es el recurso ordenado a los medios de gracia. Partiendo de su ejemplo concreto, te proponemos el siguiente programa:

- Haz oración. Siempre ha sido necesaria, pero hoy lo es más que nunca. El cristiano, o es un hombre de oración, o deja de serlo. Ya sabemos que estamos muy ocupados, pero el que dice no encontrar tiempo para la oración, demuestra que no se ha dado cuenta de su valor y necesidad.
- Frecuenta los sacramentos. Cuando un cristiano se separa de la Eucaristía, es como si cortase el cordón umbilical a través del cual recibe el alimento que le fortalece. Cuando un cristiano se aleja de la confesión, es como si le dijese a su madre que no está dispuesto a escuchar ninguna corrección de ella, ni a aceptar sus remedios de sanación. Renunciando a esto, se opta por un “camino autodidacta”, hasta terminar por fabricarse una religión “a medida".
- Únete a un grupo cristiano. Ya es bastante que tengas que remar contra corriente para vivir tu fe cristiana. ¡No pretendas también hacerlo en solitario, porque ya sería demasiado! En nuestros días, constatamos que los jóvenes que siguen a Cristo con coherencia, pertenecen en su mayor parte a algún grupo parroquial o movimiento cristiano. En estos grupos encontrarás modelos de referencia en los que te convencerás de que no eres un “bicho raro”.
- Busca un Director Espiritual. Aunque a ti te parezca que tu principal obstáculo para ser un buen cristiano lo tienes en el ambiente que te rodea, irás comprendiendo que tu peor enemigo lo tienes dentro de ti. Por ello tienes que tomarte en serio la tarea de tu maduración interior, de tu santificación. Con la cantidad de dudas que tenemos, no podrás hacerlo sin la ayuda de un acompañante espiritual, que conociéndote por dentro, te ayude y oriente. La dirección espiritual puede ser prolongación de la confesión, aunque no es exactamente lo mismo.
- Fórmate. Es necesario formarse y aclarar dudas, para poder dar razón de nuestra fe ante este mundo secularizado que nos rodea. Esto lo puedes hacer en el seno de tu grupo cristiano y quizás con la ayuda de tu director espiritual. El acceso a unas buenas lecturas y a algunos cursos formativos, te será de gran ayuda.
- Sé valiente y generoso. Los mediocres pudieron subsistir en otras épocas, hoy en día sucumben con facilidad. Algunos dirán que te han “comido el coco”; pero tú, en tu interior, sabrás que has encontrado la verdad de Cristo, y que esa Verdad te libera de esclavitudes. Ya sabemos que no es fácil mantenerse firme en medio de un ambiente adverso, pero no olvides que "el salmón enfermo se deja arrastrar por las aguas; mientras que el salmón sano salta en contra de la corriente". Jesús no se va a dejar vencer en generosidad. Así nos lo prometió: "Al que me confiese delante de los hombres, también yo le confesaré delante de Dios. Pero al que se avergüence de mí delante de los hombres, también yo me avergonzaré de él delante de mi Padre" .
- Vive abierto para descubrir tu vocación. Dios no se oculta a los que le buscan sinceramente… Para cada uno de nosotros tiene un designio de amor, que coincide con nuestra felicidad. Dicho de otro modo, la felicidad no consiste en el cumplimiento de nuestros sueños, sino en la búsqueda de la voluntad de Dios y en nuestro compromiso coherente con ella. Lo propio de un cristiano que “busca el rostro de Dios” –este es el título de la presente Carta Pastoral- es que le pregunte con frecuencia al Señor en su oración: ¿Qué esperas de mí? ¿Cuáles son los caminos que has trazado para que te siga?


6. Navega mar adentro

La figura del Hermano Rafael es una invitación para que nos familiaricemos con la “mística”; es decir, con el camino que Dios traza para que las almas lleguen a la unión íntima con Él. Tenemos la suerte de vivir en España, que es probablemente la nación con mayor tradición mística de la Iglesia Católica.

Rafael Arnáiz traslada a nuestros días lo mejor de la herencia de la mística española; pero lo hace con una forma de expresión propia del siglo XX. Su figura resulta atrayente por su jovialidad, su sentido del humor, su pluma privilegiada, sus ejemplos cercanos…

Por ello… ¡Perdámosle “miedo” a la mística! No la veamos como algo lejano e inalcanzable para nosotros. Cuando menos, en cierta medida, ¡todos estamos envueltos en ella! Marchemos sin miedo, “navegando mar adentro”, en el océano del misterio del Dios misericordioso, Padre, Hijo y Espíritu Santo… Así entenderemos el texto de San Pablo a los Efesios:
“Que Cristo habite por la fe en vuestros corazones, para que, arraigados y cimentados en el amor, podáis comprender con todos los santos cuál es la anchura y la longitud, la altura y la profundidad, y conocer el amor de Cristo, que excede a todo conocimiento, para que os vayáis llenando hasta la total Plenitud de Dios” .



CONCLUSIÓN

Tenemos ya como horizonte próximo la canonización del Hermano Rafael. Dios mediante, el 11 de octubre la Iglesia Católica será enriquecida con ese gran don de su canonización. Al mismo tiempo, nos estamos preparando para la celebración de la Jornada Mundial de la Juventud en Madrid, en agosto del 2011.

Confiamos en que el Hermano Rafael Arnáiz nos acompañe como uno de los “copatrones” del encuentro, para que todos los jóvenes del mundo puedan conocer la obra de Dios en este joven del siglo XX.

Ahora bien, ¡no vaya a ocurrir que “los de casa” desconozcamos el tesoro que tenemos a nuestro lado, y que tengan que venir de lejos a abrirnos los ojos! Acerquémonos al Hermano Rafael, peregrinemos a la Trapa de San Isidro de Dueñas para orar ante su tumba, leamos sus escritos, y seamos difusores de su vida y testimonio…

En definitiva, ¡seamos auténticos, como el Hermano Rafael! A los jóvenes católicos de este siglo XXI, os toca remar contra corriente. ¡Somos conscientes de ello! No es fácil ser auténtico, en medio de tantos reclamos y tentaciones contrarias al camino del Evangelio.

Y, sin embargo, no basta con lamentarse. Sería una equivocación pensar que nuestros antepasados lo tuvieron más fácil que nosotros. Baste recordar a los mártires que entregaron la vida por mantenerse fieles, o al mismo Hermano Rafael, quien tuvo que vivir su vocación en medio de una situación difícil de la historia de España, en medio de su enfermedad. En realidad, el que no esté dispuesto a abrazar la cruz, no puede ser discípulo de Cristo.

Vamos a emprender una peregrinación a Roma para participar en esa canonización, con la esperanza de que su modelo sea un acicate que nos renueve en el camino hacia la santidad. ¡Ojalá pueda decirse al final de tu vida, lo que hoy decimos del Hermano Rafael: “Vivió y murió con un corazón alegre y con mucho amor a Dios”!

¡Que Dios te bendiga!




+ Francisco Gil Hellín, Arz. Metr. de Burgos
+ José Ignacio Munilla, Ob. de Palencia
+ Ricardo Blázquez, Ob. de Bilbao
+ Rafael Palmero, Ob. de Orihuela-Alicante
+ Francisco Cerro, Ob. de Coria-Cáceres
+ Manuel Sánchez, Ob. de Mondoñedo-Ferrol
+ Gerardo Melgar, Ob. de Osma-Soria

San Isidro de Dueñas (Palencia),
15 de agosto de 2009.



Índice


PRÓLOGO

I. SEMBLANZA DEL HERMANO RAFAEL ARNÁIZ

1. El joven Rafael y su vocación
1.1. Los Cimientos Profundos de una vocación
1.2. La llamada va madurando
1.3. Tras la purificación y las pruebas, el “salto”
2. Rafael en la Trapa.
3. Sus escritos desde la Trapa
4. Propuesto como modelo

II. ESPIRITUALIDAD Y MENSAJE

1. Buscando el rostro de Dios

2. Y para llegar a Dios… el desprendimiento

3. Fascinado por Jesucristo

4. Enamorado de la Eucaristía

5. Una estrella en su camino: María

6. Amor filial a la Iglesia

7. Oración de Intercesión por todos los hermanos

8. Ofrenda de su enfermedad y de sus sufrimientos

9. Santidad alegre


III. RAFAEL, MODELO PARA LOS JÓVENES

1. Actualidad del “sólo Dios” de Rafael

2. Necesidad del silencio

3. Vivencia intensa de la liturgia

4. María, sanadora de la afectividad, modelo de pureza

5. Vida espiritual ordenada y perseverante

6. Navega mar adentro



CONCLUSIÓN

















+ Francisco Gil Hellín, Arz. Metr. de Burgos
+ José Ignacio Munilla, Ob. de Palencia
+ Ricardo Blázquez, Ob. de Bilbao
+ Rafael Palmero, Ob. de Orihuela-Alicante
+ Francisco Cerro, Ob. de Cória-Cáceres
+ Manuel Sánchez, Ob. de Mondoñedo-Ferrol
+ Gerardo Melgar, Ob. de Osma-Soria