lunes, 19 de octubre de 2009

Por Isabel Orellana

" Las cosas importantes "


Coherencia y decisión

Ser coherentes y decididos en la defensa de lo que creemos es garantía de respeto, entre otras cosas. De eso está necesitada la sociedad que conformamos entre todos. Coherencia y firmeza sólo pueden ser fruto de la reflexión. Con ella, será difícil dejarnos convencer por la multitud de consignas que llegan de todas partes. Algunas, con forma de ley, se autoproclaman responsables de las decisiones de incontables personas, sin sopesar las consecuencias, sin mirar ni un instante el absurdo y peligroso camino que están sembrando. Es el caso de la legalizada ley del aborto, a la que ya me he referido en este blog en otra ocasión. Afortunadamente, una multitudinaria manifestación, sin precedentes, en defensa de la vida, el don más hermoso que hemos recibido los que hemos tenido la fortuna de nacer, se ha convertido en un clamor trascendiendo las fronteras de nuestro país. A ver ahora qué respuesta dan quienes tienen la enorme responsabilidad de legislar.

Me pregunto qué sentido tiene tener un hijo, alimentarlo y educarlo, soñar para él y para ella, incluso desde antes de nacer, un mundo maravilloso, para que sea otro quien tome las riendas de su joven vida; que decida, por ley, que puede transitar por ella al margen de sus progenitores. Las hemerotecas están llenas de estudios concienzudos que coinciden en la necesidad que tiene todo adolescente y joven de contar con alguien que lo acoja, le aconseje y que le abra los brazos en esas difíciles edades de la existencia. Ahora, a este colectivo pujante de vida, por ley se le quiere dejar abandonado a su suerte. Tal vez con el único tembloroso y equívoco consejo de otro adolescente como él. Advierte el Evangelio que “un ciego no puede guiar a otro ciego”. Todos tenemos experiencia de ello.

La luz, esa que Cristo dice que no podemos dejar debajo del celemín sino en un candelero, está en la persona que sabe lo que es la dignidad personal y el respeto, en alguien que no teme perder su fama por defender los valores que, simplemente desde el punto de vista del sentido común, todos entendemos. ¿Qué referente damos hoy a los jóvenes?, ¿en qué lugar se ha dejado la autoridad moral? Son cuestiones estrechamente relacionadas. Lo que predicamos, hemos de vivirlo de antemano. No caben cortapisas, ni justificaciones. Así se consigue dar luz. Esa autoridad moral respalda las indicaciones y exigencias que sembramos a los pies de otras vidas.

Tengo una antigua convicción: cada uno es lo que quiere ser. Hoy, me parece, esta idea es más verdad que nunca. Algunos medios de comunicación crean ídolos de barro para solaz entretenimiento de personas que no aman precisamente el esfuerzo y para regocijo de los bolsillos de esos propietarios de las cadenas televisivas. Si nos adentramos en Internet, una selva por la que hay que saber circular, las consignas tan variopintas y dispares llevan a la persona escasamente preparada a una ceremonia de la confusión. Ciertas emisoras de radio enseñan a denostar el pudor de manera no ya obscena, sino insultante por la vulgaridad extrema de la que hacen gala sus locutores. Y este, como sabemos, es el alimento de muchos adolescentes. Si además, por ley, se les procuran todos los instrumentos para seguir haciendo lo que sus jóvenes mentes les instan, y además, les permiten que lo hagan al margen de sus padres, podemos imaginar qué futuro les espera y nos aguarda a todos.

Intentemos ser luz del mundo, siendo referentes para nuestros semejantes, en particular de los más débiles, por el amor y el bien que nos procuremos, por la decisión a no dejarnos atajar en este camino de progreso y desarrollo humanos. La libertad de ningún ser humano, aunque le aten con grilletes de hierro, puede ser amordazada si él no quiere. En la conciencia de cada cual, la ley no tiene nada que hacer. Luchemos, entonces, por lo que consideramos digno de conquistar. Además, el bien de los jóvenes y la supervivencia de la familia lo exige.

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