lunes, 26 de octubre de 2009

Por la Diocesis de Malaga

ÁGORA - FILM DE ABENÁMAR

1. «ÁGORA: HIPATIA», UN MENSAJE IDEOLÓGICO QUE HUELE A PODRIDO, "La Razón", 7 octubre 2009.

2. Jorge-Juan Fernández Sangrador, Director de la Biblioteca de Autores Cristianos, HYPATÍA Y LA PASIÓN POR LA VERDAD, (ABC Editorial, 14 octubre 2009).

3. Juan Orellana, Director del Departamento de Cine de la Conferencia Episcopal Española, ÁGORA, LA NUEVA PELÍCULA DE AMENÁBAR.
1. «ÁGORA: HIPATIA», UN MENSAJE IDEOLÓGICO QUE HUELE A PODRIDO, "La Razón", 7 octubre 2009.

El cine es un maravilloso medio para contar la Historia, pero tiene sus limitaciones: a veces, las ambiciones excesivas pasan factura. Los realizadores de «El Código da Vinci» pretendieron convertir a Magdalena en diosa y se pasaron. Amenábar pretende, nada más y nada menos, contar una historia a partir de la cual «el mundo cambió para siempre». Y se ha vuelto a pasar cuatro pueblos más. La película tiene tantos mensajes ideológicos que es imposible meterlos en dos horas y, al mismo tiempo, mantener un ritmo entretenido, interesante y espectacular.

El cine requiere medir las secuencias, los silencios, los tránsitos y, sobre todo, un guión que mantenga la atención del espectador. Es una pena, porque la película contaba con todos los mimbres: un gran director, una generosa producción, una preciosa actriz, un maravilloso decorado y una perfecta ambientación.

Pero lo que pretenden es inyectar en una pastilla los siguientes mensajes: primero, que las religiones generan odio y violencia. Segundo, que el cristianismo es la más talibán de todas y la que empezó. Tercero, que existen dos mundos, por una parte, el de la filosofía y la ciencia, contrapuesto e incompatible con el de la religión. Cuarto, que el cristianismo al principio fue misericordioso, pero la jerarquía eclesiástica y la Iglesia son por definición intolerantes y fundamentalistas. Y, sobre todo, hay dos mensajes más que son especialmente queridos por la película y por toda la explosión de libros y propaganda que estos días se vienen haciendo: el cristianismo es la causa de la caída del Imperio Romano y de la desaparición de la sabiduría grecolatina. Además, es el culpable de la subordinación y dominación de la mujer por parte del hombre. En fin, Alejandría e Hipatia son el símbolo de una civilización grecorromana basada en la filosofía, la ciencia y la libertad, hasta que llegó el cristianismo y comenzó la oscura Edad Media. Demasiado para una sola película. Y la cosa continúa porque, según declara el director, «es increíble cómo se parece a la situación actual».

¿Es casualidad que desde julio hasta el estreno de la película se hayan publicado más de cuatro biografías sobre Hipatia, paradigma de las cuales es la de Clelia Martínez Maza, financiada por la Dirección General de Ciencia y Tecnología. Más de 10 novelas, ejemplo de las cuales es la escrita por el hermano de Carmen Calvo, ex ministra de Cultura, además de multitud de estudios de historia sobre la época. Y todo ello con el mismo mensaje. Que todo salga al mismo tiempo no puede ser casualidad. Una vez más, nos encontramos con un ataque ideológico perfectamente orquestado, del cual, por cierto, Amenábar suele ser pistoletazo de salida, como lo fue en el caso de «Mar adentro» con la eutanasia.

Ahora la cosa va directamente contra la religión y particularmente contra el cristianismo. Lo malo de la trama que cuenta la película es que es mentira desde el principio hasta el final. Forma parte de la estrategia de reescribir la Historia a la que es tan aficionada nuestra izquierda. Hipatia no fue asesinada siendo una joven tan hermosa como Rachel Weisz, de 38 años, sino que murió en el año 415 y tenía 61. No fue famosa por sus dotes de astronomía por más que en la película se empeñen terca y cansadamente, atribuyéndole haberse adelantado a Kepler más de mil años; sino porque era una «divina filósofa» platónica, en palabras del obispo cristiano Sinesio de Cirene –única fuente coetánea que se conserva sobre ella–, a la que llama en sus cartas «madre, hermana, maestra, benefactora mía». El citado obispo, a quien en la película se le hace traidor y cómplice en el asesinato de la filósofa, murió dos años antes que ella, así que es imposible que tuviera nada que ver con su muerte. Ella fue virgen hasta el final, pero no vivió la castidad como ha dicho la protagonista, que se ha declarado feminista radical, «para ser igual que un hombre y poder ejercer una profesión con plena dedicación». Lo hizo porque, coherente con su filosofía, ejercía la Sofrosine, es decir el dominio de uno mismo a través de las virtudes entendidas como el control de los instintos y las pasiones.

Hipatia nunca fue directora de la Biblioteca de Alejandría, ni ésta fue destruida por los talibanes cristianos. La biblioteca fue incendiada por Julio César, saqueada junto con el resto de la ciudad por Aureliano en el año 273, y rematada por Diocleciano en 297. Es verdad que en el año 391 fue destruido lo que quedaba del templo del Serapeo después de la destrucción por los judíos en tiempos de Trajano, y también el repaso que le pegó Diocleciano, quien, para conmemorar la hazaña, puso allí su gran columna, razón por la cual los cristianos lo destruyeron, ya que él era el símbolo de las persecuciones que sufrieron durante trescientos años. Pero lo que allí quedaba de la biblioteca era tanto como lo que restaba en otros sitios. El paganismo siguió existiendo en Alejandría hasta que llegaron los árabes. Y el neoplatonismo siguió floreciendo, hasta que lo recuperó el renacimiento cristiano. Por cierto, que yo sepa, su más brillante exponente se llamaba San Agustín, coetáneo de Hipatia.

«Ágora: Cirilo»
La historia de Hipatia ha sido objeto de manipulación por todas las tendencias ideológicas, desde la Ilustración hasta el feminismo radical más reciente. Para algunos, como Voltaire, «desde la muerte de Hipatia hasta la Ilustración, Europa está sumida en la oscuridad; la Ilustración, al rebelarse contra la autoridad de la Iglesia, la revelación y los dogmas, vuelve a abrir la iluminación de la razón». En la última versión feminista de Úrsula Molinaro, Hipatia es la campeona del amor libre, a pesar de que en realidad era virgen. La conclusión es que de la verdadera historia de Hipatia se pasa a la leyenda de Hipatia, que se convierte en la leyenda del Crimen de Alejandría, cuyo protagonista principal es el obispo Cirilo.

La película de Amenábar recoge casi todos los ingredientes de esta leyenda: Hipatia es símbolo de mujer libre que representa el fin de la cultura grecolatina y el comienzo del oscurantismo cristiano, asesinada por unos fanáticos talibanes cristianos al mando del obispo Cirilo.

¿De dónde surge esta leyenda? El primero que narró el crimen fue Sócrates Escolástico en el siglo V, un letrado al servicio del patriarca de Constantinopla Néstorio, enemigo del patriarca de Alejandría Cirilo. Pero la atribución directa a este último de la autoría del asesinato fue cosa del escritor pagano Damascio, que escribió la «Vida de Isidoro», que es una apología del paganismo durante el final del siglo V y principios del VI.

No obstante, la auténtica leyenda surge con la obra de John Toland en 1720. Éste era un irlandés, hijo ilegítimo de un sacerdote católico, que se hizo protestante y posteriormente activo militante del ateísmo en la Gran Logia de Londres. Después vino Voltaire; después, el historiador Edward Gibbon, quien, para argumentar su tesis acerca de que el cristianismo es la causa interna de la decadencia del Imperio Romano, utiliza la leyenda de Hipatia y declara a Cirilo responsable de todos los conflictos que estallaron en Alejandría en el siglo V. Más tarde llegarán las versiones románticas de Leconte de Lisle y otros, y finalmente el feminismo radical, para el que Hipatia fue la primera mártir de la misoginia propia del cristianismo. Todos los autores citados, y alguno más, tienen una cosa en común: son masones reconocidos.

Una de las grandes mentiras de la historia que se quiere propagar es que la mujer fue libre en Grecia y en Roma hasta que llegó el cristianismo y la sometió la sujeción del hombre; a esta idea también contribuye la película. Lo cierto es que en Grecia la mujer era considerada una cosa más de la casa, y en Roma, no era una «sui iuris», es decir, titular de derechos, sino que era considerada «capiti diminutio», como un niño o un incapacitado y, por tanto, estaba sometida a la tutela o la «manus» del padre o del marido. Por el contrario, fue el cristianismo el que consideró al hombre y a la mujer iguales en naturaleza, pues ambos son hijos de Dios y hermanos en Cristo; y prueba de ello es que las primeras manifestaciones de mujeres libres autodeterminándose, pese a la voluntad de sus padres o del estado, fueron las primeras mártires cristianas víctimas de las persecuciones romanas, tales como Inés Ágata o Cecilia. Y precisamente la explicación fundamental en torno al odio a Cirilo está en esta cuestión. Independientemente de que la carta de San Pablo a Timoteo no refleja precisamente una visión emancipada de la mujer, no es creíble que Cirilo la impusiera como literalidad a cumplir, porque es precisamente Cirilo quien más ha exaltado en la historia de la humanidad la condición femenina, pues a él se debe la expresión «Theotokos», palabra griega que significa madre de Dios.

El personaje del que hablamos, al que la película presenta con caracteres parecidos a Bin Laden para luego dejar en letras la explicación de que a ese «energúmeno» que ustedes han visto la Iglesia católica lo hizo Santo y León XIII lo declaró doctor de la Iglesia, efectivamente es San Cirilo de Alejandría. Él fue el que derrotó a la herejía Nestoriana en el Concilio de Éfeso del 431. En esencia, la disputa consistía en si María era madre de Cristo o madre de Dios. De la respuesta a esta cuestión surge algo muy importante: la doble naturaleza divina y humana en una persona llamada Cristo. Cirilo consiguió que se convocase un concilio en Éfeso, puesto que era el lugar donde vivió sus últimos años la Virgen María, y logró que la Iglesia declarase el primer dogma mariano de la historia: María, Madre de Dios. Hasta aquel momento nadie en la historia había conseguido colocar a un ser humano mujer por encima de cualquier hombre. Éste es el personaje que en el fondo persigue la leyenda de Hipatia; curiosamente, Beltrand Rusell comienza su «Historia del pensamiento occidental» con una irónica semblanza de San Cirilo diciendo: «El motivo principal de su fama es el linchamiento de Hipatia». Todo esto huele excesivamente a podrido.


2. HYPATÍA Y LA PASIÓN POR LA VERDAD
Jorge-Juan FERNÁNDEZ SANGRADOR,
Director de la Biblioteca de Autores Cristianos
(ABC Editorial, 14 octubre 2009)

Sócrates, nacido a finales del siglo IV en Constantinopla, cuenta, en el libro séptimo de su Historia de la Iglesia, lo que le sucedió a la hija de Theon, Hypatía de Alejandría, que, habiendo hecho acopio de gran erudición, superaba con mucho a los filósofos de su tiempo; platónica según la escuela de Plotino, instruía a numerosos estudiantes. Y por su ciencia, autoridad, prestigio y modestia, comparecía en instancias de la administración pública; de ahí el que, a la par que respeto, su proximidad a las autoridades levantara suspicacias. En efecto, la envidia, por un lado, y el hecho, por otro, de verla conversar frecuentemente con Orestes, prefecto imperial, enfrentado con Cirilo, el obispo, dio pie a que se hiciera circular, entre los cristianos, la especie de que era ella la que impedía la reconciliación entre ambos, cosa que Sócrates califica de falsa acusación.

A resultas del bulo, un tal Pedro urdió, junto con un grupo de hombres enardecidos, la conspiración que había de acabar de modo execrable con Hypatía. Arrastrada hasta la iglesia conocida como Kaisarion, despojada de sus ropas, la despedazaron y sus miembros fueron arrojados después al fuego. Según Sócrates, no fue poca la deshonra que esto trajo al patriarca Cirilo y a la iglesia de Alejandría, pues actos así no son propios de cristianos. Mas nunca se pudo probar que Cirilo fuera responsable de aquella muerte horrenda.

Sobre Hypatía han escrito también Damascio, Hesiquio, Suidas y Focio, pero merece la pena leer, sobre todo, lo que Sinesio de Cirene, su discípulo, dice de ella en las afectuosas epístolas que le envía.

Entre otras cosas, porque, en una de éstas, se conservan las únicas palabras de Hypatía que han llegado hasta nosotros: «Hubo un tiempo en que yo servía de provecho a mis amigos -escribió él- y tú me llamabas «el bien de los demás» -decía ella-». Espigando entre las antedichas misivas, se puede adivinar el cariño que el obispo de Tolemaida le profesaba: «Aun cuando uno se olvide de los muertos en la mansión de Hades, yo, incluso allí, me acordaré de la querida Hypatía».

De no ser por el modo en que fue asesinada, Hypatía habría pasado discretamente por la historia de la filosofía, pues lo poco que escribió fueron meros comentarios de tratados compuestos por otros:

Tolomeo, Apolonio y Diofanto. De igual modo, su padre, Theon, es apreciado en la historia del conocimiento únicamente por lo que ha transmitido y glosado, no por lo que haya aportado de primera mano.

Esta falta de originalidad es propia del final de la Escuela de Alejandría, cuyos miembros son calificados por Ferrater Mora de «epígonos» de los grandes maestros de la antigüedad. Por ello, cuando se habla de los «últimos helenos» no hay que interpretarlo en sentido romántico, sino en el de que son los últimos cultores de un modo de entender el helenismo, devotos que se resistían a aceptar que el cristianismo fuese capaz de inyectar savia nueva a paradigmas que periclitaban.

De la vitalidad intelectual de la nueva fe rinden cumplido testimonio los abundantes escritos legados a la posteridad. Un ejemplo de ello, sin ir más lejos, por contemporáneo, es el de Cirilo de Alejandría, cuya producción literaria es amplísima. Diez volúmenes del Migne contienen dieciocho tratados y numerosos sermones, epístolas y cartas pascuales. Cabe igualmente hacer mención de la turbina intelectual que era la lúcida mente de Orígenes, cuyas especulaciones, en el siglo III, están a disposición de quien se atreva a adentrarse en su ingente obra.

Puede decirse que el ejercicio sistemático de la teología, al menos tal como se entiende hoy, nació en Alejandría. A ello contribuyó, en buena medida, el hecho de que el cristianismo hallara, en el platonismo, la filosofía que habría de surtir de adecuadas categorías a quienes trataban de articular un discurso que, apoyado básicamente en la revelación divina, aspiraba a mostrarse asequible a la razón humana, lo cual no sucedió de la noche a la mañana, pero el iter seguido en Alejandría hasta lograr una bien trabada relación entre sagrada escritura, filosofía y teología, constituye un hito en la historia del pensamiento.

Ahora bien, desconoce el meollo de la actividad intelectual quien piense que el alumbramiento de ideas y nuevos sistemas de interpretación de la realidad acaece de una manera aséptica, equidistante, pacífica y sin tensiones. Y menos en Alejandría. En la Historia Augusta, se tilda, a los habitantes de Egipto, de presuntuosos, irritables, jactanciosos, frívolos, ávidos de novedades, epigramáticos, levantiscos, propensos a la injuria, entre otras cosas. Y los antiguos denostaban también en esos términos a los pobladores de la gran metrópoli, capital por antonomasia de la cultura, Alejandría. La verdad es que daban pie a ello, pues del rifirrafe pasaban a la revuelta ciudadana en un instante; no en vano se acuñó una expresión que definía bien el carácter de aquellas gentes: furor alexandrinus. Y quizás por eso anidó allí, de forma incomparable, la sabiduría, la cual, apasionada como es, había de encontrar una digna morada en sus escuelas, no por estar atenidas a un eclecticismo inopinado, sino precisamente por ser ardorosas.

Las recreaciones artísticas de lo que aconteció en aquella sociedad, a lo largo de su ajetreada historia, suelen dejar insatisfecho a quien las contempla, pues hacen gala innecesariamente de tópicos infundados.

Un ejemplo. El año pasado, en Madrid, se exhibieron piezas helenísticas y romanas, que, provenientes del delta del Nilo, habían sido rescatadas del fondo del mar. Los textos de los paneles explicativos eran de este estilo: «El cristianismo acabó con las delicias de Canopo», «bajo la presión de los cristianos», «responsables de la destrucción del Serapeo», «estos fanáticos atacan los lugares de culto», «aldea aletargada alrededor de un convento de monjas».

Ante esas aseveraciones, que se van haciendo cada vez más frecuentes, la Iglesia copta no deja de repetir que ella ha devenido la legítima heredera de la espléndida cultura que floreció tanto en el Egipto faraónico como en el helenístico; es más, que pervive aún gracias a ella; que su lengua es el egipcio antiguo, combinado, en la escritura, con el alfabeto griego; que los términos «copto» y «egipcio» significan lo mismo, pues ambos derivan del griego aigypt(i)os, que es, a su vez, una corrupción fonética del egipcio Hak-ka-Ptah, que es como se denominaba a Menfis: casa o templo del espíritu de Ptah.

Todo ello hace que lectores, espectadores y consumidores de arte vayan adquiriendo mayor destreza en situarse ante lo que ven u oyen, y mantenerse impermeables frente a lo que per viam pulchritudinis intentan transfundirles escritores, cineastas y gestores culturales.

Incluida la dramatización actual de la muerte de Hypatía, que, en la historia de la literatura, tiene ya un largo recorrido, siempre problemático por supuestamente provocador. Es de esperar que la actual eclosión del argumento responda al deseo vehemente de hacerle justicia a ella -y, de paso, a Catalina de Alejandría-, y no al de meter el dedo en el ojo de quien no tiene la culpa de lo que sucedió en Alejandría hace casi mil seiscientos años.



3. ÁGORA, LA NUEVA PELÍCULA DE AMENÁBAR
Juan Orellana, Director del Departamento de Cine
de la Conferencia Episcopal Española.

Imagínense que hay que explicar en cine la realidad de Norteamérica a alguien que no sabe nada de historia, de culturas, nada de nada. Y para explicarle cómo es América le enseñamos unos planos de unas familias japonesas, entrañables y de pocos recursos económicos. Luego aparece un avión donde sale un piloto con cara de bruto mascando chicle, y con fotos de playmates pegadas en el salpicadero. Por último vemos cómo ese avión lanza la bomba atómica sobre la ciudad de esas amables familias japonesas.

Una vez terminado el cortometraje, se le dice al ignorante espectador:
“Ya ves, esto es América”. Hiroshima existió. Nadie lo duda.
Nadie se alegra. Pero el juicio sobre los americanos que se deduce de ese pequeño film, ¿es verdadero?, ¿es justo?, ¿es aceptable? En absoluto, bajo ningún punto de vista. Es una mentira. Aunque Hiroshima sea una verdad.

Esto mismo es lo que sucede con la última película de Amenábar,
Ágora: unas bases históricas reales, muchísimo maquillaje y caricatura históricas, para llegar a unas conclusiones completamente equivocadas.

1) Ángeles paganos y demonios cristianos
Ágora es presentada por Amenábar como un film contra la intolerancia.
“Ningún católico de hoy debería sentirse ofendido; sólo deberían sentirse apelados los fundamentalistas que han estado poniendo bombas este verano”, ha declarado el director a Cinemanía. “Sirve para un terrorista islámico, para un terrorista de ETA, para cualquiera que lo practique”, insiste en Fotogramas. Sin embargo, esa impecable declaración de intenciones no parece sincera a la vista de los resultados ni explica suficiente ni correctamente la película. Es necesario analizar el marco elegido por el cineasta para su alegato contra la intolerancia.

El contexto histórico son unos hechos luctuosos perpetrados por cristianos y paganos desmadrados entre los siglos IV y V en Alejandría. Según el historiador de la Iglesia Hubert Jedin, “el suceso más deplorable en el enfrentamiento entre el paganismo y el cristianismo en Egipto fue la muerte de la filósofa pagana Hipatia, que en 415 fue atrozmente asesinada, tras haber sufrido graves injurias, por una chusma fanatizada”(1). Amenábar carga las tintas, descontextualiza y simplifica al máximo ciertos personajes como San Cirilo o Amonio. Aquellos hechos reprobables se sitúan, por tanto, en el contexto de la confrontación de dos cosmovisiones, de dos culturas, la pagana y la cristiana, y es ahí precisamente donde Amenábar quiere aprovechar para proponer su propia filosofía de la historia: si el paganismo fue luz, el cristianismo es oscuridad; si el paganismo fue progreso, el cristianismo fue retroceso. No es una metáfora caprichosa: en Ágora, los paganos visten de blanco (Orestes, Hipatia), y los cristianos de gris o de negro (Amonio, Cirilo). A este esquema bipolar, Amenábar añade a lo largo del film una vuelta de tuerca: lo malo no es en realidad el cristianismo, sino cualquier concepción teológica. Ya sean los dioses paganos o el Dios cristiano y judío: la religión oscurece la razón, desprecia a la filosofía y frena la ciencia y el progreso. Frente al escepticismo que genera ver tanta guerra de religión en un kilómetro cuadrado, Hipatia declara: “Yo creo en la Filosofía”.

Amenábar viene a decir que la difusión de la fe cristiana supuso una marcha atrás en la cultura, en la civilización, en la filosofía y en la ciencia. De dar eso como cierto se desprende necesariamente un juicio sobre la Iglesia presente y actual, la del siglo XXI. Y ahí reside la relevancia de Ágora, que bajo el envoltorio de una película histórica, propone un juicio sobre el valor actual de las religiones en general y del cristianismo en particular. Desmentir esa afirmación precisaría de una biblioteca como la de Alejandría, para documentar someramente lo que el cristianismo ha aportado al progreso de la cultura, del arte, de la ciencia, del derecho, de la filosofía, de la política, de las relaciones internacionales,...Pero dicha Biblioteca sería insuficiente para ilustrar lo que el cristianismo ha supuesto para el “progreso” personal de millones y millones de hombres y mujeres concretos a lo largo del mundo y de la historia: el “progreso” que viene de encontrarse con Jesús, que promete sin rubor satisfacer los deseos del corazón del hombre. Esto en Ágora no se intuye ni de lejos. Los cristianos que aparecen son bárbaros, fanáticos, misóginos, violentos y muy visionarios. Y los dos “buenos” cristianos que vemos, Sinesio y Davo, se van contaminando a lo largo del film del oscurantismo circundante.

Quien encarna las características de una antropología cristiana: caridad, benevolencia, serenidad, tolerancia, insobornabilidad, castidad, fraternidad universal, igualdad ... es la pagana Hipatia, un personaje que Amanábar vuelve fascinante, ideal de virtud, y dechado de inteligencia y humanidad. Hipatia se propone como una santa laica de las que tanto están de moda.

2) El corto alcance del reproche moral
Un primer argumento a favor del “retroceso” cristiano que se puede desprender de Agora es el de la inmoralidad de aquel grupo de cristianos pendencieros, que aparecen capitaneados por un San Cirilo cruel y maquiválico. Ciertamente hay muchos episodios en la historia de la Iglesia por los que un cristiano no se siente orgulloso. Así ha sido siempre y así será, porque la Iglesia la forman pecadores.
Incluso los Papas han pedido a veces perdón por errores del pasado. La conciencia del mal y del pecado es tan clara en el seno de la Iglesia que esta instituyó en sus mismos orígenes el sacramento de la penitencia y del perdón. Que se sepa ninguna organización, asociación o partido cuenta con una institución como la confesión, con lo que quizá habría que concluir que nadie como los cristianos tiene tanta conciencia del propio pecado.

Querer deducir un juicio negativo sobre el hecho cristiano a partir de los sucesos de Alejandría, supone concebir el cristianismo como un angelismo que nada tiene que ver con la teología de la encarnación.
La coherencia moral es un maravilloso don que Dios concede a quien quiere, pero no es una característica esencial del cristianismo; la característica principal es el encuentro con Jesús, experimentado como satisfacción de los anhelos de felicidad del ser humano. Y si algo es verdad, lo es aunque el mensajero de dicha verdad, sea imperfecto, incoherente, necesitado de perdón.

Dado que todas las grandes obras y empresas realizadas en nombre de Cristo, como por ejemplo la evangelización de América, se han realizado por cristianos pecadores, encontramos en ellas frutos de santidad junto a rastros de pecado e injusticia. Pero la pregunta es: ¿el pecado de los cristianos anula la realidad histórica de humanización que han supuesto las empresas evangelizadoras? La abolición de la esclavitud, la dignificación de enfermos expulsados de la sociedad, el reconocimiento de la igualdad de derechos, la atención a huérfanos, la defensa de la vida, el cuidado de indigentes, la recuperación de delincuentes, la consagración de la vida familiar, la dignificación monogámica de la pareja, el aprecio por el trabajo,... y por encima de todo ello, la posibilidad tangible y concreta de ofrecer un sentido satisfactorio y pleno a la existencia, ¿no son experiencias y hechos tremendamente valiosos aunque no nos hayan llegado de manos de querubines, sino en vasijas de barro? Es curioso cómo la izquierda justifica las barbaries y genocidios del socialismo real en aras del “ideal”, y al cristianismo no se le permiten ni siquiera los tropiezos del pecado personal.

3) La ideológica oposición entre razón y fe
Más importante en Ágora es el conflicto soterrado - ¿incompatibilidad?- que plantea entre razón y fe, entre ciencia y religión. No este el lugar tampoco para explicar y aclarar de una vez por todas que la fe es la amiga más fiel de la razón, que la fe da cumplimiento a la razón, que la fe es razonable, y digámoslo claramente, que lo que Amenábar y tantos otros llaman fe, no es más que una superstición visionaria y esclerótica que nada tiene que ver con el cristianismo. Bastaría con que leyeran algo, cualquier cosa, por ejemplo la Fides et ratio, para comprender que la fe no es enemiga ni de la ciencia, ni del progreso, ni mucho menos de la razón.

Siempre habrá energúmenos entre las filas de los creyentes, pero que sólo son representativos de su propia equivocación. En este sentido, el magnífico homenaje que Amenábar brinda en este film a la ciencia antigua, y muy en especial a la Astronomía, es un homenaje a la razón que cualquier espectador cristiano disfrutará como propio. Las discusiones entre los seguidores de Ptolomeo y Aristarco de Samos, las reflexiones sobre las trayectorias de los planetas,... son un disfrute para todos, aunque Amenábar parezca querer oponerlos a los intereses “reducidos” de los cristianos. Por todas estas razones es imposible que un cristiano pueda sentirse históricamente reconocido en la propuesta cinematográfica de Amenábar, muy lastrada por tópicos, prejuicios, esquemas ideológicos y leyendas negras favorables a la interpretación oficial de la historia. Una película que para el Poder es el no va más de “la corrección política”, la cultura dominante vestida de gala.

4) La maestría del cineasta
Amenábar vuelve a demostrar que es un grande en el oficio de dirigir películas. Otra cosa es que él decida someter su genio a los imperativos del pensamiento único. Lo más interesante es que Ágora no aparenta ser una película hecha en la era digital, sino que parece que todo decorado es real. La dirección artística es soberbia, y Rachel Weisz hace de Hipatia un personaje memorable. La película es solemne, minuciosa, con un trabajo del sonido espectacular y con unos guiños cosmológicos muy brillantes.

Hay mucho cine dentro de Ágora, y por ello es muy fastidioso ver cómo el guión va estropeando la película a medida que avanza. Un excelente envoltorio para un producto que salió de fábrica caducado.

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