martes, 1 de febrero de 2011

Por Isabel Orellana

MEDITACIÓN, ORACIÓN Y SALUD


La noticia publicada por un periódico de gran tirada nacional acerca de los beneficios de la meditación para el cerebro, resultado de la investigación de un grupo de psiquiatras liderado por el Hospital General de Massachusetts, ha suscitado un interesante debate en el foro de lectores de la misma. Como en el fondo late el tema de la creencia, enseguida han aparecido detractores y seguidores. Eso pone de manifiesto que la fe, la oración, el tema de Dios, en suma, se mantiene vivo pese a lo que muchos puedan pensar. Asimismo, permite constatar los estragos que crea la falta de formación religiosa y también la necesidad que existe de adentrarse en este mundo para tantos desconocido o mal enfocado.

Los resultados de la investigación que este colectivo de psiquiatras ha publicado en la prestigiosa revista Psychiatry Research acotan el periodo de meditación necesario para percibir los cambios beneficiosos “en regiones cerebrales relacionadas con la memoria, la autoconciencia, la empatía y el estrés”. Bastan ocho semanas. En una palabra, casi un mes dedicado al reposo mental hacen de nosotros hombres y mujeres nuevos; una restricción excesiva que se limita al dato científico, pero que deja en el aire otras cuestiones de indudable interés.

Que la oración es fuente de salud no sólo se ha repetido hasta la saciedad sino que se puede constatar empíricamente. Tras siglos de historia y un elenco de personas de toda edad y condición que regaron su vida con grandes obras gracias a la oración, no debería sorprendernos esta noticia. Ahora bien, dejando claro que oración y meditación, aunque lo parezcan, no son lo mismo, me gustaría recordar que esta práctica saludable espiritualmente y mentalmente no puede ofrecerse como un aliciente más, pregonado con aires de un paquete turístico cuyo slogan podría ser algo así: “¡Unas vacaciones distintas! Cuatro semanas de su vida meditando, simplemente, y regresará completamente nuevo…”.

Esto no es así. El beneficio de la meditación abordada con esta perspectiva simplista sería parecido al que ofrece cualquier spa. Que un mes de relax neutraliza las tensiones de la vida es conocido. Pero en una sociedad que encumbra el ocio y el tiempo libre, también está presente en muchas personas una cierta convulsión interior simplemente al pensar que el periodo de descanso tiende a su fin con la inminente incorporación al trabajo y a los quehaceres del día a día. Esta imagen es la que, a mi modo de ver, puede crear confusión a quien no esté familiarizado con la oración y desconozca que la meditación puede tener otros matices. La Real Academia Española advierte que meditar es: “Aplicar con profunda atención el pensamiento a la consideración de algo, o discurrir sobre los medios de conocerlo o conseguirlo”. Ciertamente, vinculada a la oración, la meditación puede tener como objeto de miras a Dios, como puede poner cualquier otro pensamiento en su mente de orden diverso y distinto. Pero orar no es dejar la mente en blanco, como propugnan para la meditación algunos de esos movimientos que han ido calando tan hondamente en la sociedad. La misma dificultad que halla una persona a su regreso de las vacaciones, habiendo dejado atrás un periodo de descanso, porque se da de bruces con circunstancias semejantes a las que tuvo antes del sosiego, encuentra aquel que toma la oración de forma sesgada. Y no se trata de recitar Avemarías, Padrenuestros o jaculatorias, bien sea de manera puntual o se trate de un hábito que se aborda rutinariamente.

La oración no es una técnica. Ni tampoco puede circunscribirse a cuatro semanas de la vida y, tras este brevísimo y pobre paréntesis, vuelta otra vez a enfrentarnos a las contingencias del día a día. Si así fuese, ni siquiera serían evidentes los beneficios cerebrales de la misma. Pero incluso la auténtica oración, cuando se efectúa de forma sesgada, deja de tener los efectos que produce cuando se realiza de forma constante. Para que sea fructífera tiene que estar viva, encarnarse en el interior y ha de ser cuidada con esmero. Con la oración se eleva no sólo la mente, sino el espíritu a ese Dios que por amor nos ha creado libremente elevándonos, como recordó San Pablo, a la categoría de hijos. A fin de cuentas, cuando los discípulos de Cristo le pidieron que les enseñase a orar, la oración que les entregó fue la del Padrenuestro. La conciencia de la presencia de un Padre ante el que debemos actuar conscientemente, manteniendo viva la inocencia y la pureza de intención, es la oración genuina. La continuidad de esa presencia amada es lo que nos reportará beneficios inconmensurables en todos los ámbitos.

La oración no es entrar en una especie de divagación. Es por así decir el “equipaje” que deberíamos portar todos los seres humanos sin desprendernos ni un segundo de él. Con la oración lo tenemos todo asegurado: el presente y el porvenir. Paz y serenidad ante las dificultades de todo tipo, esperanza frente a las injusticias y las deficiencias del actuar humano, confianza en cada amanecer, fortaleza ante la adversidad, alegría en el trato y en la asunción de lo que nos depara la existencia, creatividad y ensoñación, paciencia para aceptarnos a nosotros mismos y a los demás, empuje para poner en marcha acciones nobles encaminadas al mayor bien común, audacia y astucia, capacidad de decisión, lucidez en las determinaciones que hayan de tomarse, austeridad en las formas, siempre atentas al trato delicado que debe dispensarse a nuestro prójimo, capacidad para perdonar, y un sinfín de beneficios a los que no podemos dar cabida aquí porque son innumerables.

Y todo ello con independencia de las circunstancias físicas en las que cada uno se encuentre. Aunque nuestros miembros estén afectados por la enfermedad, viviendo en oración no es fácil que algo contamine esa visión formidable, (pero también realista), de lo que nos acontece y rodea. Además, este fabuloso “remedio” para la salud es gratis. Como sabemos, Dios se nos da gratuitamente, es pura donación. Él es quien nos proporciona la gracia para acercarnos a Él en medio de nuestras debilidades y contingencias.

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