domingo, 25 de octubre de 2009

Por Isabel Orellana

" Las cosas importantes "

“Si no hablarais vosotros…”


La voz de un ser humano es, con frecuencia, “voz que clama en el desierto”: yerma y desnuda desaparece como una ligera pavesa arrastrada por el viento. Otras voces, silenciosas, se abren paso entre las sombras de la desidia, y, cuando nadie o muy pocos se acuerdan de ellas, e incluso cuando ignoran que están originándose entre dudas, surgen estrepitosamente y habitan la desnudez. Digo esto porque hace unos días me ha sorprendido, seguramente como a muchos de ustedes, la siguiente noticia. En una comunidad autónoma –del noreste de España para más señas–, se proponen eliminar la Navidad denominándola “Fiesta de invierno”. Y harán lo propio con la Semana Santa, que convertirán en “Fiesta de primavera”. Así, sigilosamente, como quien no quiere la cosa, estos y otros proyectos van penetrando en ese desierto que entre unos y otros amasamos cotidianamente.

Las ideas, ya se sabe, bullen en la mente de forma constante. Son como los sarmientos de una vid que se entrelazan de mil modos distintos creando redes casi imposibles de deshacer. Y es que para convertirse en realidad no necesitan más que alguien que las materialice. Si son buenas o perniciosas, es algo que no siempre se tiene en cuenta. En este último caso, el promotor sólo precisa una tierra baldía para regarla pacientemente. Al final, contra toda evidencia, dará el fruto apetecido. Esto no es nuevo. Jesucristo lo advirtió: “Los hijos de este mundo son más sagaces con los de su generación que los hijos de la luz (Lc 16, 8)”.

Pero el pesimismo es un claro indicativo de falta de fe. La señal: mirar hacia otro lado. Pensar que nada se puede hacer y seguir caminando con un sentido de falsa resignación no es la característica de un apóstol. Éste sabe que no es él sino Dios el artífice y garante de su acontecer. Que presta su voz para que sea Él quien se abra paso en los corazones de otros. No sabemos lo que tenemos. No sabemos lo que nos estamos perdiendo. Hay que ir al Evangelio para constatarlo: “Lo que para los hombres es imposible, para Dios es posible… (Lc 18, 25-27)”. Aquellos, los hijos de este mundo, no se tienen más que a sí mismos, aún adornando con toda parafernalia lo que creen, dicen y hacen, y conquistando palmo a palmo lo que se han propuesto. Esto puede que algunos les impresione, pero a muchos, no. Quienes tenemos la gracia de tener fe, y creemos que la luz es Cristo, ni nos tenemos que avergonzar, ni que esconder de nada ni de nadie. En suma, no tenemos por qué temer y sí mucho que ganar. Por lo demás: “si no hablarais vosotros, dijo Cristo a sus discípulos, hablarían las piedras…” (Lc 19, 40).

La hipocresía se viste con infinidad de trajes distintos, pero tenemos la obligación de despojarla de su máscara. Desaparece el elemento religioso de las fiestas tradicionales que alumbraron a muchas generaciones, pero no el tiempo libre para solaz divertimento, todo lo cual indudablemente es muy respetable. Ni qué decir tiene que a este paso se añadirán nuevas fiestas paganas, como la de Halloween, en alza cada año que pasa, y así la nómina se irá ampliando.

Desde luego, no vivo en aquella comunidad que se ha propuesto seguir erradicando los signos religiosos, que de eso se trata. Tampoco olvido que “cuando las barbas de tu vecino veas cortar…”. Aunque, en realidad, no necesito constatar nada, porque en este país ya hemos llegado muy lejos, alcanzado rango de ley muchas barbaridades y tropelías. Pero resulta que todavía tengo voz y no quiero prestársela a las piedras…

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