domingo, 20 de septiembre de 2009

Por Isabel Orellana

" Las cosas importantes "



INCERTIDUMBRE Y PIEDAD



La incertidumbre vital –hay otras clases de incertidumbre– tal vez no somos conscientes de ello, pero camina o debería transitar junto a la piedad. Porque piedad es el sentimiento que provoca en cualquier ánimo sensible una criatura que tiembla ante el diagnóstico de una funesta enfermedad; que aguarda temblorosa una noticia que tal vez nunca se produzca en los términos que espera, o que teme ante un futuro incierto tanto en la vida como después de su muerte. Entre otras muchas debilidades, el ser humano querría controlar su acontecer. Y eso causa desasosiego, dolor… El compás de espera requiere altas dosis de paciencia porque los problemas que acucian a las personas no se solventan siempre como cada cual quisiera.

En estos días de crisis, con el sol de frente y el mar batiéndose entre la calma, muchas personas abandonan temprano sus hogares para tratar de ganarse el pan. Son imágenes frecuentes de un estío que no brilla igual para todos. Otras formas de incertidumbre que deberían instarnos a actuar, porque la piedad, como tantas virtudes, es activa; no pasiva. La mayoría de los jóvenes e improvisados mercaderes ambulantes que recorren la costa cargando con sus enseres sin saber si van a poder obtener una pequeña moneda, desconocen el calor del hogar, algunos no son bien acogidos socialmente, y la preocupación inmediata por su necesidad vital, como es procurarse un plato de comida de la manera más digna, es el santo y seña de un doloroso y diario acontecer. Signo de que las cosas, pese al impacto de las nuevas tecnologías, no han cambiado tanto. Sabido es que la globalización ha acentuado la pobreza como también la riqueza. No debemos acostumbrarnos a estos hechos que suceden a nuestro alrededor. Si nos fijásemos un poco, nos impresionaría ver cómo se retrata en sus ojos la incertidumbre, y agradeceríamos la paz y la leve sonrisa esbozada en estos mercaderes mientras sus ojos se pierden en el horizonte. Es el tributo gratuito que van sembrando a su alrededor. La desolación todavía no les ha amordazado tanto como para ignorar que la esperanza es un don que nunca deben perder. Si lo hicieran, abrirían los brazos a la muerte. Tan triste es el destino de incontables criaturas.

Otros, a lo mejor transitan por la vida sin agradecer lo mucho que poseen; tal vez, exigiendo algo sin sopesar el precio que hay que pagar. A propósito de ello, introduciendo nuevo matiz en este tema, cabe recordar que ésta última es una tentación frecuente que asaltó también a algunos de los seguidores de Cristo. La madre de los hijos de Zebedeo, acompañada por ellos, se postró ante Él, rogándole que uno se sentase a la derecha y otro a la izquierda (Mt 20, 20-28). A otros discípulos les invadieron diferentes recelos y vacilaciones. La duda es un temible aguijón que corroe lo que encuentra a su paso. Y tal debilidad, como se ha dicho, suscita piedad. Cristo no censuró a sus discípulos. Les sorprendió con una pregunta. Era la forma pedagógica que tenía de educarlos y encaminarlos hacia el Padre. ¿Estarían dispuestos, o podrían beber el cáliz que Él debía asumir? Se trataba un altísimo precio, un reto que extendió ante los ojos de sus amados hermanos. La respuesta, osada, fue afirmativa. Y pese a todo, Cristo advirtió que no le correspondía a Él dar la orden que se le pedía. Seguro que los miró con piedad y ternura. ¡Qué lejos se hallaban aún de ese océano infinito de amor que se refugiaba en las pupilas del Maestro! Ese amor que tutela la vida de las personas que sufren, y que debe sacudir las conciencias de todos para vivir una solidaridad consciente y activa, que no genera conflictos, ni divisiones.

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