EQUIPAJE IMPRESCINDIBLE
Cuando llega el verano, todos queremos que sea diferente,
inolvidable, cumplir los propósitos que hemos fraguado, aprovechar el tiempo
para dedicarlo a esos quehaceres o acciones que no hemos podido llevar a cabo, etc.
En medio de todo ello, el ajetreo del equipaje, ¿qué es lo imprescindible?,
¿qué podemos o debemos dejar?, etc.
Pero en este vaivén, cuántas veces se olvida que Dios, que no se
va de vacaciones, está ahí presente, a nuestro lado (aunque parezca ocultarse a
los ojos de los incrédulos), esperando que le dediquemos alguna mirada,
simplemente por amor. Lo que quiero decir es que quizá lo esencial en el
equipaje se queda fuera, justamente lo que nunca debería faltar, eso que para
todos es gratis ya que hemos sido creados con la potestad de extraer lo mejor
de nosotros mismos, lo máximo. De modo que a manera de sugerencia, ahí van
sencillas propuestas para que este verano, que se va acercando a su ecuador,
sea simplemente maravilloso, porque la felicidad no está en el tener sino en el
dar.
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Agradecimiento. Ser agradecidos por el don de la vida, por la
familia, por
todo lo que tenemos a nuestro alcance, incluidas las vacaciones, si es el caso.
Pero si no hemos podido emprender ningún viaje, ni dejar un espacio para el
merecido descanso, agradezcamos igualmente a Dios la posibilidad de entregar lo
que tanto nos agrada y a lo que humanamente tenemos derecho. Pensemos que hay
personas que pudiendo disfrutar de vacaciones, deciden ponerlas al servicio de
otros en acciones solidarias, voluntariado, etc. Ahí están las misiones
pastorales que llevan a cabo los párrocos de zonas turísticas sin concederse un
instante de respiro, todo con el fin de asistir, alentar y animar a todos los
que se acercan a sus parroquias. Ser agradecidos
por la salud. Y aunque ésta no sea boyante, podemos ser testigos para otros
por nuestra alegría, por la fortaleza y la conformidad con la situación que nos
haya tocado vivir. Las secuelas de lesiones, ciertas enfermedades y
circunstancias de limitación cuando se asumen con gallardía y los gestos de
fortaleza de quienes las padecen son visibles en lugares públicos (playa o
piscina, por ejemplo) pueden tocar hasta el corazón más insensible. Y si
alguien es dado a quejarse sin mucha razón, seguro que no olvidará el ejemplo
que ha tenido delante.
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Atención. En cualquier lugar hay
alguien que nos necesita más que el móvil. Puede que se trate de una persona
con quien nunca más volveremos a cruzarnos, que tal vez porta en su mirada la
herida de la soledad y el miedo. Si fijamos nuestros ojos en el móvil,
perderemos la oportunidad de conocerla, de ayudarla, de enriquecernos con su
presencia. En la era de la comunicación por antonomasia, no vivamos aislados,
no nos separemos de los demás. Demos importancia a lo que verdaderamente la
tiene.
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Espíritu conciliador. Siempre es
tiempo de caridad. Y ésta es próxima. De modo que hay que huir de las
discusiones que franquean la entrada al resentimiento. No existe la verdad
absoluta. El otro puede tener su parte de razón. Reflexionemos antes de
responder con inconvenientes bien sea a nuestros allegados o a otros más
lejanos. No dar paso a las críticas mordaces. Y un consejo importante:
Olvidarse de programas y lecturas que animan al cotilleo, y que hacen de nosotros
personas intransigentes, intolerantes, chismosas. Seamos compasivos.
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Generosidad. Ayudemos a todo el que
esté a nuestro alrededor combatiendo el egoísmo y la pereza. ¿Hemos agradecido
el esfuerzo de las personas que han hecho posible nuestro descanso, que
disfrutemos con una sabrosa comida…?, ¿tomamos la delantera para sorprender a
quienes nos sorprenden con su generosidad todos los días? Si no es así, ¿a qué
esperar?
Y no hay que olvidarse del Evangelio, ni de dedicar al menos unos
minutos de oración al día. El silencio como virtud es absolutamente saludable.
Hablemos con Dios que Él siempre nos escucha. Termino con un proverbio de
Fernando Rielo: “Quien más ama el bien sabe que es poco lo que puede hacer”.
Descansen y sean felices.
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