jueves, 14 de mayo de 2009

Por Isabel Orellana

" Lo mas importante"
Valores

Los valores son moneda de cambio. Se alude a ellos en corrillos, aulas, hogares, comentarios, escritos, conferencias… Es unánime la convicción de que sin valores no vamos a ninguna parte. Curioso que la apreciación provenga de quienes los defienden a ultranza por un lado, y los socavan por otro. Si el valor se deprecia y modifica a conveniencia, como tantas veces sucede, no está tan claro que sea estimable. Será el fruto de una convención, de un acuerdo. Y lo que hace que un valor lo sea lo que es, radica en su carácter objetivo y universal, que lo hace extensible a cualquier ser humano. Pero, además, debe tener un referente externo y ajeno a la política, por ejemplo, a las modas imperantes en el pensamiento de turno, y debe ser tan fuerte como para que los vaivenes sociales no lo sofoquen.

Los valores son muy concretos. Los conocemos todos. El bien y el mal es algo que un niño aprende desde su tierna edad. Si tiene la fortuna de ser educado convenientemente, aprenderá también respeto, abnegación, generosidad, puntualidad, delicadeza, solidaridad, buen gusto, etc. Siempre se ha puesto el símil de un árbol al que hay que ir enderezando. Con los años el esfuerzo se hace menos llevadero. Pero en esa edad en la que se mira con los ojos del adulto que nos conduce de su mano, se entra más fácilmente en ese sendero que nos querrá atrapar con otros condicionantes. La familia es el pilar por antonomasia en la transmisión de valores, como tantas veces se recuerda. Y es ahí donde debe quedar claro lo que es un valor y lo que es una moda o un argumento político.

Y voy a centrarlo en un hecho actual: la píldora postcoital. Sin entrar en valoraciones morales, seguro que muchos padres confían en ella como remedio para un embarazo no deseado, y sin reparar siquiera en las consecuencias –los médicos no se ponen de acuerdo con los políticos– las toleran. Aunque sea duro decirlo así, puede que recuerden épocas pasadas en las que había que guardar la compostura y renunciar a ciertas expresiones amorosas para ahorrarse otros disgustos. Si trasladamos este grave hecho, (que daría mucho que hablar por su implicación en distintos ámbitos), a otros valores, sucede algo por el estilo. Y así, se discute la conducta de un profesor, dándole al hijo o a la hija la razón en todo, o en casi todo; se pasa por alto el contenido equívoco de ciertos programas televisivos que incluso se ven en compañía de los hijos; se efectúan comentarios negativos de otras personas en presencia de ellos, y así sucesivamente. ¿Qué ejemplo se está dando a los niños y jóvenes?, ¿qué referente tienen en este ambiente laicista? Proyectamos en los demás lo que somos. Justificamos tal vez lo que ya estamos haciendo de mal, o lo que nos gustaría haber hecho. O, tal vez, y eso es peor que nada, no pensamos en las repercusiones de nuestros comentarios, de nuestros actos, y de nuestras omisiones. Y lo que digan y autoricen los políticos de turno puede que hasta venga bien, aunque ellos estén contraviniendo su propia visión de valor tratándolo como una simple veleta y hurgando las conciencias de cada cual.

Que nadie trate de equivocarnos. Así no se construye el mundo. No se puede bendecir por un lado el valor, y por otro hundirlo en el barro. ¿De qué valor se trata?, ¿qué es lo que quieren transmitir realmente? Educar es vivir, y la autoridad moral uno de sus valiosos instrumentos para ejercer este noble ejercicio.

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