martes, 12 de mayo de 2009

Por Emilio Saborido

Querida Susana :

No podía esperar tal noticia. El pasado domingo me dijeron que o bien el jueves, o bien el viernes pasado, murió Carmen.

La conocí en el pasado mes de octubre en el que la ingresaron en la residencia para la tercera edad a la que tú sabes, Susana, subo para hablarles y darles el alimento del Cuerpo de Cristo, mi Señor, a los ancianos que allí viven.

Carmen era soltera. Puedo calcularle que tuviese alrededor de los setenta años de edad. Era de Madrid y en esta ciudad estuvo viviendo hasta que sus hermanos decidieron, contra el parecer de ella, pasase a vivir en Málaga y en esta residencia a la que yo acudo.

Carmen era endeble de salud, era bajita, algo deforme por sus problemas de huesos. Sus ojos eran vivarachos, hablaban por sí solos, era educada, muy educada, muy sensible, cariñosa y con un sentido de no merecimiento a nada, propio de personas y almas que han vivido y viven la gran humildad.

Siempre tenía entre sus manos, un devocionario que supongo yo era de antes de la celebración del Concilio Vaticano II. Ella lo trataba con delicadeza y cuidado, por eso su buen estado de conservación a pesar de los años. Y es que ella sabía que en ese libro encontraba el alimento diario para su espíritu.

En todo este tiempo, corto, pero intenso, en que la he tratado, siempre me hizo bien observar en ella su respeto y enorme amor a la Eucaristía. ¡Cuánto siento, mi buena amiga Carmen, que la promesa que te hice de traerte, un domingo en que ya fuese de buen tiempo, a la misa parroquial, se haya quedado en eso, en promesa! Puedo decirte, Carmen, que creo y procuro vivir, el dogma de la Comunión de los Santos. Por esto, cuando participé en la Santa Misa este jueves por la tarde, supe que tú estabas allí, en el templo, con nosotros, pues todos estábamos unidos, muy unidos, a esta celebración de la pasión, muerte y resurrección de Jesucristo. Esto es, todos nos encontrábamos en el Monte Tabor.

¡Ay! Qué equivocados estamos los hombres de siglo… Alejamos de nosotros a los seres que están en su mejor momento. Como ocurre con el vino de años, añejo, que ha ganado en calidad con el pasar del tiempo.

De meses a esta parte, mi querida Susana, se viene hablando, y mucho, sobre la eutanasia. Hoy me preguntaba yo: ¿cómo puede haber tantas personas que sin dificultad sean partidarias de la eutanasia? Y claro, pensaba yo: unos hombres y mujeres que con tanta diligencia disponen de dónde han de vivir sus padres, abuelos, hermanos... los últimos años de vida sacándolos de su casa de siempre; arrancándolos de su medio ambiente, amistades, costumbres… ¿acaso no hacen con ello alguna forma de eutanasia?

El domingo pasado, cuando estuvimos juntos, amiga Carmen, comezamos a hablar sobre tu salud, y, haciendo, gala de tu delicadeza para con el Señor, con mucha elegancia nos dijistes, “vamos a no entretener al Señor, pues El es primero”. Comencemos por la comunión y al finalizar seguiremos hablando. Y eso que tú estabas, ese día, bien triste y necesitada de ser escuchada…

Ya no te daré más la sagrada Comunión, Carmen. Pero claro, la que has salido ganando has sido tu. Porque, ahora, ya, seguro que estás ocupando la silla que tenias reservada en esa mesa del gran banquete que preside nuestro buen Padre Dios en su Reino de los Cielos.

Hasta pronto,

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