domingo, 5 de abril de 2009

Por Emilio Saborido

Querida Susana:

Desde muy pequeño, oía, yo, decir tanto a mi madre, como a familiares y personas mayores que me aconsejaban, este refrán: “Dios escribe derecho en los renglones torcidos”. Ciertamente en mi mentalidad de niño no llegaba a entender que me querian decir con esta tan rotunda afirmación.

Como es lógico, cuando ya tuve edad de entender, descubrí que lo que pretendían decirme era que, por mucho que me empecinara en hacer algo, si este algo, no se atenía a lo que Dios quisiera de mí, al final siempre se cumpliría lo que Dios (un ser muy lejano y como una especie de “factotum”) tuviese a bien.

Es claro que esta afirmación así, sin más, se presta a una especie de conformismo que pueda llevar como a “un cruzarse de brazos”, dado que al final siempre ocurrirá no aquello por lo que trabajo y lucho, sino lo que ya, desde la eternidad, Dios tenía sobre mi persona establecido. Desde luego, cuando ya pude, me revelé contra esto, porque para mí me resultaba como una especie de predestinación fatalista. Era convertirme en una especie de robot totalmente privado de lo que más nos caracteriza a los hombres y que es la libertad, el regalo más preciado que nos dió nuestro Creador.

Ahora en estas últimas jornadas de estos días que me han correspondido, por suerte, vivir, me doy cuenta de cuantas veces, de cuantos esfuerzos, luchas agotadoras en aras a conseguir un algo que entendía me beneficiaba, se quedaban en la mayor vaciedad, nada y sinsentido, pues lo conseguido apenas si tiene que ver con aquello por lo que luchaba denodadamente.

Lo mejor de todo esto anterior, es saber que he actuado gracias a ese gran regalo que desde que nací me correspondió: la libertad.

Ahora bien, el error ha estado en sólo confiar y calcular en mis únicas fuerzas, sin querer comprender, ó quizás admitir, que mi Creador, es el Padre Bueno que desde su perfección plena del amor siempre ha querido lo mejor para mí. Y que no precisamente lo mejor que El quería, y quiere, para mí es lo que yo entiendo desde mi corto campo de visión. Es como si mi visión correspondiese a la que produce una altura de unos centenares de metros y que desde luego siempre será más pobre a la de aquel que se encuentra en una altura de unos diez mil metros.

Me lleva esto a la conclusión que de lo que se trata, a fin de poder acertar lo más posible, es el estar a la atenta escucha de Dios. Comprendo que en este lado del mundo que nos ha tocado vivir, es dificil escuchar a Dios, cuando existe un enorme griterío que inunda nuestros oidos y nuestros pensamientos. Es el griterío incesante de muchos medios de comunicación en donde, cada vez más, se hacen afirmaciones y se defienden valores que en nada tiene que ver con el menor principio ético o moral. El griterío de muchos predicadores que venden, a precio de rebaja, unas verdades, posiblemente pseudoverdades, que son carentes del menor cimiento de solidaridad. Y también, cómo no, de mi propio griterío. De ese que emerge desde mi interior y que tiene como raíz mi propia soberbia, prepotencia y hasta mi superyo.

De otro lado, cuando se intenta caminar, en esta nuestra sociedad, en contra de la corriente que la misma marca, se nos produce una situación de dolor, de rechazo, en definitiva de cruz.

Únicamente desde el prisma de ser fiel a los deseos de mi Dios y Creador, y de ansiar corresponderle en ese pleno amor que El me tiene, es cuando sí entiendo eso de “Dios escribe derecho en mis renglones torcidos”.

Hoy intento ser coherente, en mi vida, con esto que antes te digo, querida Susana, sabiendo que me considero ahora más que nunca, gozando del preciado tesoro de la libertad.

Hasta pronto

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