sábado, 25 de abril de 2009

Por Emilio Saborido

Querida Susana
Sabes que desde siempre me ha gustado mucho la música. ¡Cuántas veces, desde niño, de joven, de mediana edad y ahora que acaricio los setenta años, he vibrado con muchas composiciones musicales y sus letras!

¡Cuánto he gozado con ese rezo, canto, todo él en alabanza, compuesto e interpretado en gregoriano!

A veces pienso que haber nacido en esta ciudad de lleno andaluza y tan impregnada del mar mediterráneo, me ha reportado poseer una especial sensibilidad por el arte de la música. Y digo por el arte, porque a veces oigo música que más que arte es un atentado a las notas que se imprimen en un pentagrama.

Claro, me dirás que a que viene todo este relato anterior. Sí; llevas razón y por esto paso a decirte qué sentimiento es el que hoy me embarga.

Verás, hace tiempo tuve la enorme suerte, para mí la mejor y primera suerte, de conocer a un hombre sin igual a ninguno de los hombres que o bien he conocido en persona o los he conocido por su historia biográfica.

Pues bien, a este conocido mío, fuí siguiéndole muy atentamente; más aún, todas sus enseñanzas fueron impregnándose no sé si hasta primero en mi corazón y luego en mi mente. Lo cierto es que todo cuanto él decía y obraba, aún cuando muchas veces me costaba y aún me cuesta trabajo entenderlas, quería dejarmelas bien grabada para poder hacerlas. Tanto es lo que me decidí a que fuese mi único enseñante y único a quien seguir e imitar, que tuve la enorme suerte de que un día él me dijese: “Ya no te llamaré siervo. Te llamo amigo porque todo te lo he dado conocer. Te considero ya amigo a condición de que hagas cuanto te he dicho”.
Creéme, Susana, ese día en que él me dijo que ya me consideraba y me llamaba amigo, algo interior recorrió todas las fibras de mi cuerpo hasta hacerme estremecer. Y es que cuando uno está enamorado de alguien al que considera tan superior e incluso, a veces, tan lejano de imitar y alcanzar, y llega a decirte que desde ya te considera y llama amigo, te hace desear no apartarte por nunca jamás de él.

Me imaginaba que iba a ocurrir. Así ha sido. Él me ha dicho que se va. Y que a donde él va, al menos por ahora, yo no puedo ir. Y es que es tan fuera de lo común, tan extraordinario, este mi amigo, que ya imaginaba yo, que cómo iba a retenerlo a mi lado.

Además lo conocí en una tarde en que derrotado y cansado de cuanto me había ofrecido todo mi entorno y no fiandome ya de nadie, iba caminando hacia fuera de esta sociedad y él se me acercó, me acompañó y me habló como nunca antes nadie me lo había hecho. Nunca él me dejó. Más aún nunca más yo le dejé

Por eso, mi amor a la música me hace no dejar de entonar desde hace días, la letra de esta “sevillana”: “algo se muere en el alma, cuando un amigo se vá…; no te vayas todavía, no te vayas por favor que hasta la guitarra mía llora cuando dice adiós…” .

Sin embargo no existe en mí una tristeza de melancolía y abatimiento. No sé explicarlo. Lo cierto es que mi tristeza no es capaz de quitarme esa alegría, serenidad y paz de la que cada día me siento más lleno, desde que a él lo tengo por mi amigo. Es tan buen amigo, que, antes de marcharse, me ha dicho: Yo le pediré a mi padre que te dé otro consolador para que permanezca siempre contigo.

¡Ah!, Susana, se me olvidaba decirte el nombre de mi amigo. Se llama, Jesús natural de Nazaret. Yo le llamo, mi bienamado Jesús, mi Maestro y mi Señor. Mi amigo ya inseparable.

Hasta pronto,

No hay comentarios: