domingo, 5 de abril de 2009

Por Jose Luis Arranz Ramos

CARTA A UNA MADRE


Madre, aunque tu no quisiste que yo naciera, no puedo dejar de decirte mamá. Te escribo desde el cielo para explicarte lo feliz que estaba desde que comencé a vivir en tu vientre. Yo deseaba nacer, conocerte, y pensaba que algún día llegaría a ser un niño alegre. Soñaba con ir a la escuela y ser un hombre importante. Yo creía que, cuando cumpliera los nueve meses de estar junto a tu corazón y naciera, todos se iban a alegrar en casa con mi llegada. Pero tu no pensabas igual que yo... ¿verdad, mamá? Y un día, cuando yo estaba tan contento jugando en lo más recóndito de tus, para mí divinas entrañas, sentí algo extraño... algo que me hizo temblar. ¡Sentí que me quitabas la vida!
Yo quise defenderme... pero la muerte con implacable y metálica voz, me sorprendió cuando estaba esperando nacer para adorarte. Dime, mamá, ¿quién podría entrar dentro de ti y llegar hasta donde tan seguro me hallaba, para matarme? ¿quién sabía que estaba allí, tan guardadito? ¿Dónde estabas tú, que no me defendiste? No sé lo que llegué a pensar... perdóname, pero por un momento, el negro cuervo de la duda pasó por mi mente y creí que sólo tú habrías podido hacerlo.
Pero, perdona mi mal pensamiento...¿Cómo iba yo a comprender que una madre matara a su hijo, cuando en casa no estorba ni el gato ni el televisor?
Ahora, mamá, ya lo sé todo. Estoy aquí en el otro mundo, y un compañero que tuvo igual fortuna que yo me ha dicho que sí, que fuiste tú, porque dice que hay madres que “matan a sus hijos” antes de nacer. Madre, ¿cómo es posible que hayas hecho tal cosa conmigo? ¿Pensabas, acaso, comprar un lavaplatos o una lavadora con los gastos que yo te ocasionara? ¿O te avergonzabas de mí porque yo no era hijo de tu esposo? El mal consejo que te dieron lo escuchaste “antes de oir tu corazón”. Yo que tenía tantas ilusiones...tú me las quitaste todas.
Ayer estuve hablando con Dios y le pedí, por favor, que me aclarase la verdad de mi muerte. Él me abrazó cariñosamente y me dijo muchas cosas... las palabras más maravillosas que jamás escuché. Las mismas que “siempre soñé escuchar de tus labios de madre”, cuando todavía esperaba que un día me “arrullases” en tus brazos.
Me dijo también que sólo Él es dueño de la vida y que nadie tiene derecho ni poder para quitarla. Por mis ojos, madre, corrían torrentes de lágrimas, pero Dios me estrechó contra su pecho y me susurró tiernamente: “Si tú no tienes madre, yo te doy la mía”. Y me presentó a la Virgen María... Y ella me ha dado todo lo que tú me negaste.
Mamá, antes de despedirme, voy a pedirte un favor: que esta carta se la leas a tus amigas..., a todas las futuras mamás del mundo, para que no cometan el monstruoso error que tú cometiste conmigo. Te envío todo ese cariño que hubiera querido darte en vida, y te pido que te arrepientas de lo que hiciste con tu hijo “que nunca nació”.

No hay comentarios: