viernes, 9 de marzo de 2012

Por Isabel Orellana

TÉRMINOS EQUIVOCADOS


Nunca ha sido la muerte más vitoreada que la vida, como se hace en nuestro país. Naturalmente, aludo a la indefensión de un ser humano, potencial hombre o mujer al que se le niega el aire aún antes de ser concebido. Es inútil hablar de la libertad de la que tanto se ha escrito y se ha dicho ni recurrir a otros argumentos quizá de mayor peso para intentar suavizar conciencias porque con esa discusión no se llega a nada. Está más que comprobado. Pero no se puede guardar silencio, aunque las palabras se estrellen en el muro del empecinamiento de un cierto colectivo. La muerte no es una conquista social a la que ha de defenderse como un logro del “estado del bienestar”. Las personas que se manifiestan a favor del aborto esgrimiendo un derecho personal, una vez más hay que decir que lo hacen en contra y por encima del derecho del no nacido. Y éste ha sido vulnerado tantas veces incluso por una misma persona que ya no se puede aducir, como se hizo en el pasado, que una mujer que “interrumpe su embarazo”, como se afirma eufemísticamente, experimenta un gran dolor, un daño psicológico de grandes proporciones. Ni mucho menos es lo general, aunque sirva para algunos casos. Está constatado fehacientemente que una misma persona ha recurrido al aborto en varias ocasiones, con independencia de su edad y situación económica y social.

En este dramático asunto pasa lo que sucede con otros hechos de la vida: basta con abrir la puerta a un capricho, dejarse llevar por una debilidad justificándose, pensando interiormente que por una vez no pasa nada, para quedar atrapados en ella. Por supuesto, la gravedad de unas acciones sobrepasa a otras. Pero el mecanismo interior que nos desvía y conduce por derroteros peligrosos para cada cual, con unas consecuencias que tantas veces salpican también a los demás, es el mismo. Que la carne es débil ya lo dijo Cristo. Ante ciertos esfuerzos y renuncias, o el abandono de determinados hábitos a los que ya nos hemos acostumbrado, sentimos una especie de queja íntima y la tentación a dejarnos llevar por lo que tuvimos. Se acepta con rapidez y facilidad lo que nos “libera” del sacrificio. Y si hay que dar marcha atrás, como se sufre, se recurre a lo que haga falta para seguir manteniendo el status adquirido. El precio de determinadas conquistas es muy alto; se termina pagando muy caro en la vida. En medio de este maremágnum que nuevamente asalta medios de comunicación, parcelas de la calle y mentideros de Villa y Corte en torno al aborto, se necesita ser valiente para decir a los cuatro vientos lo que muchos no se atreven para no incurrir en lo “políticamente incorrecto”. Claro que enseguida se pide la cabeza de los que se ponen de parte de los inocentes. A esta cuestión de tan grave complejidad no le añadamos términos equivocados. Sólo tiene un nombre: la falta de amor y de generosidad. Sin ellas, el respeto a las libertadas y a los derechos de otros no existen.

No hay comentarios: