lunes, 4 de enero de 2010

Por Isabel Orellana

"Las cosas importantes"

ILUSIÓN Y FE

En estas fechas del calendario de este 2010 recién estrenado, estamos a punto de rozar el umbral más alto de la ilusión. Cientos de miles de niños y niñas se preparan para recibir la noche más mágica del año: el día de los Reyes Magos. Es una hermosísima tradición, profundamente arraigada en España, que seguramente no conseguirá ser suplantada por la llegada del nórdico “Papá Noel”. Hoy por hoy, podemos decir que la hegemonía social que va teniendo, responde, fundamentalmente, a intereses comerciales.

Hace años, en uno de mis cuentos inéditos, traté de mostrar que el resultado de la comparación entre estos “artífices” de la ilusión, los Reyes y el Papá Noel, no ofrece dudas. Aunque sólo sea por la riqueza que se halla en la colegialidad de tres Magos, frente a la individualidad de Santa Claus, y el buen gusto ornamental de los primeros, que nada tiene que ver con el saco que porta el orondo Papá Noel, habría que quedarse con la tradición evangélica. No se olvide que la elegancia no está reñida con la humildad. Y la elegancia forma parte del buen gusto que, aunque muchos no lo sepan, es también una virtud. Digo esto para que nadie se extrañe de que exalte la deslumbrante estética que rodea a los Magos frente al humilde saco y vestidura del Papá Noel. Más allá del ornato no hay que olvidar la religiosa delicadeza encerrada en la sabia elección de los presentes que los Reyes iban a llevar al Niño: oro, incienso y mirra, cuya simbología es bien conocida. Pero esto no es todo. Hay otro elemento esencial en esta festividad que va unida a la ilusión, y es la fe. Porque la tradición genuina de los Reyes Magos, encarnada en el Evangelio, no puede reducirse a mera ilusión y fantasía. Menos aún, simplificarla diciendo que es otro día de gastos. No es tampoco una fiesta dedicada exclusivamente a los niños.

En efecto. Cuando la fe está arraigada, nunca se pierde la certeza de que se obtendrán los dones que precisamos para nuestra vida, de los cuales el obsequio material, que no tiene por qué ser costoso, simplemente es testimonial. No importa la edad que se tenga. El hecho cierto es que los Reyes vienen a nuestra vida y nos acompañan todos los días del año. Que nos ayudan a cumplir los sueños que hemos tenido, los que hemos expresado en nuestras cartas, y, cómo no, los que llevamos escritos en nuestro corazón. La belleza de esta fiesta reside en la simbiosis de varios elementos y virtudes que están presentes en la infancia. La inocencia, la alegría, la expectación, la generosidad, la añoranza por lo noble y hermoso de la vida, la sorpresa, la esperanza sin medida…, todo lo que a lo largo de los años se puede ir recubriendo, por desgracia, con la pátina de la desconfianza, de la razón, de cierta tristeza…, sale de nuevo a nuestro encuentro. La persona creyente aúna en su interior, la expectativa ante un nuevo año que viene cargado de esperanzas y determinación a perseguir las cotas más altas de lo que se haya propuesto, y la ilusión ante lo desconocido, que tantas veces se materializa en un inesperado regalo. Une también su gozo al de esos niños y niñas que contemplan con ojos siempre nuevos esa noche inolvidable de Reyes.

Los tres Magos de Oriente encarnan maravillosamente con sus vidas las tres virtudes teologales: la fe, la esperanza y la caridad. Pues bien, realmente en la vivencia de esta tríada está el secreto de la felicidad. Así que llevemos a los niños por este camino, y nuestra ilusión no sólo no morirá, sino que crecerá unida a la de ellos. Viviremos un año diferente.

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