El 30 de agosto supe que Paco había culminado su peregrinación por este mundo y que, por eso, no había respondido a las muchas llamadas telefónicas que venía efectuando desde el mes de abril. Fui desconocedora de que estaba mal para poder visitarle en el hospital; ignoraba cuánto debía estar padeciendo, y me hallaba ausente cuando se produjo su tránsito en julio pasado. Somos incontables los que no lo olvidaremos, no sólo los feligreses de la Parroquia de Churriana, a cuyo frente se encontraba desde agosto de 1999, sino sus muchos amigos, entre los cuales me hallaba, aparte de su familia y miembros del clero. Sobrecogida por la inesperada noticia, inmediatamente pensé en la fragilidad de la vida y la urgencia de darse todo y del todo a Dios y a los demás, porque la muerte, una vez más, pone de relieve la indigencia del ser humano y la provisionalidad de lo que nos rodea. Lo único que perdura es el amor. Luego su rostro amable y cercano se iluminó en mi corazón.
Hay personas que pasan por esta vida transitando con alas en los pies. Seres acogedores, entrañables, humildes, que restan importancia a lo que hacen y ensalzan la labor de los demás. Así era
Esa es, a grandes rasgos, la huella que ha quedado en mi vida tras la cercanía que mantuve con él tras una de las invitaciones que hizo para que compartiese mis modestas reflexiones con la feligresía de Churriana hace unos años. Invariablemente, hablaba de D. Gonzalo Martín, vuestro párroco, con admiración, con el pleno convencimiento de la eficacia de su labor pastoral, huyendo de personales parabienes. Sabía que la gracia de cualquier acción proviene de Cristo, y que un apóstol, un sacerdote, cualquier creyente puede llegar a hacer cosas grandes, que jamás se hayan visto, como Cristo advirtió en el Evangelio, siempre y cuando camine junto a Él.
Querido amigo, el eco de mis mensajes te habrá llegado en el cielo, donde sin duda resides por toda
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