martes, 31 de agosto de 2010

Por Isabel Orellana

" Las cosas impotantes "


FRANCISCO RUIZ SALINAS, UN SACERDOTE SENCILLO. IN MEMORIAM

El 30 de agosto supe que Paco había culminado su peregrinación por este mundo y que, por eso, no había respondido a las muchas llamadas telefónicas que venía efectuando desde el mes de abril. Fui desconocedora de que estaba mal para poder visitarle en el hospital; ignoraba cuánto debía estar padeciendo, y me hallaba ausente cuando se produjo su tránsito en julio pasado. Somos incontables los que no lo olvidaremos, no sólo los feligreses de la Parroquia de Churriana, a cuyo frente se encontraba desde agosto de 1999, sino sus muchos amigos, entre los cuales me hallaba, aparte de su familia y miembros del clero. Sobrecogida por la inesperada noticia, inmediatamente pensé en la fragilidad de la vida y la urgencia de darse todo y del todo a Dios y a los demás, porque la muerte, una vez más, pone de relieve la indigencia del ser humano y la provisionalidad de lo que nos rodea. Lo único que perdura es el amor. Luego su rostro amable y cercano se iluminó en mi corazón.

Hay personas que pasan por esta vida transitando con alas en los pies. Seres acogedores, entrañables, humildes, que restan importancia a lo que hacen y ensalzan la labor de los demás. Así era Francisco Ruiz Salinas. Un hombre comprensivo y paciente, alguien con el que no es difícil conversar y penetrar por entresijos de la vida que ha sido golpeada con el sufrimiento, alumbrándolo todo a través de la fe. Un sacerdote que tenía presente en su oración a sus feligreses, a los que le procuraba todo el bien que podía, sin escatimar esfuerzos. Era sensible y generoso. Reunía las características de la persona que no hace ruido, pero que cuando se ve deja un hondo vacío, el que había llenado con su caridad. Hasta su forma de escuchar y sus respuestas ponían de manifiesto que era un hombre de Dios. Con su confianza, alentaba y engrandecía a las personas que se acercasen a él. Seguramente venció muchas timideces ajenas, sin saberlo, porque cuando nos abrimos a los demás y valoramos su esfuerzo, por mínimo que sea, los estamos proyectando hacia lo más alto. Y eso lo hacía Paco magníficamente, de forma natural, porque le salía de dentro.

Esa es, a grandes rasgos, la huella que ha quedado en mi vida tras la cercanía que mantuve con él tras una de las invitaciones que hizo para que compartiese mis modestas reflexiones con la feligresía de Churriana hace unos años. Invariablemente, hablaba de D. Gonzalo Martín, vuestro párroco, con admiración, con el pleno convencimiento de la eficacia de su labor pastoral, huyendo de personales parabienes. Sabía que la gracia de cualquier acción proviene de Cristo, y que un apóstol, un sacerdote, cualquier creyente puede llegar a hacer cosas grandes, que jamás se hayan visto, como Cristo advirtió en el Evangelio, siempre y cuando camine junto a Él.

Querido amigo, el eco de mis mensajes te habrá llegado en el cielo, donde sin duda resides por toda la eternidad. Dios Padre te habrá acogido en tu inocencia revistiéndole de la gloria en la que ya gozas. Aquí seguimos dando gracias por tu vida, que entregaste a Cristo y a su Iglesia, sabedores de que las semillas de tu fe, que sembraste por las esquinas de Corumbela y Sayalonga; Álora; Cerralba, Casarabonela, Villafranco, Zalea, Alhaurín el Grande; Gibralgalia.y Churriana, irán germinando y se convertirán en ese árbol frondoso del que habla el Evangelio, mientras aletean perfumadas las buenas acciones que desperdigaste a tu alrededor. Descansa en paz.

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