EL DIFÍCIL CONSUELO
Hace años en mi libro Pedagogía del dolor incluí el siguiente fragmento de la
extraordinaria obra de Dostoiewski Los
hermanos Karamazov, reflejando la indecible angustia de una madre marcada
por la tragedia: cuatro hijos fallecidos. Ante la muerte del último, que era el
benjamín, el starets Zósimo, que
advertía su inmenso pesar, le narró esta tierna historia, que hoy reproduzco de
nuevo:
«… un gran santo vio en el templo
a una madre que lloraba como tú y también a causa de que el Señor había llamado
igualmente cerca de sí a su único hijo. ‘¿No sabes –le dijo el santo-, lo
osados que son esos niños ante el trono de Dios? Nadie hay más atrevido en el
reino de los cielos: ‘Señor –le dicen– nos has dado la vida, pero apenas hemos
visto la luz del día y ya nos las quitas’. Piden y reclaman con tanta
insistencia, que el Señor los hace ángeles. Por eso –dijo el santo–, alégrate,
mujer, no llores: tu hijo está ahora con el Señor en el coro de los ángeles».
Este pasaje vino a mi mente el pasado día 5 de enero
al conocer la funesta noticia que acompañaba a la cabalgata de los Reyes Magos
en Málaga: un niño arrastrado por el júbilo del momento, no reparó en el
peligro y quedó prácticamente yerto en el asfalto sembrando el dolor a su
alrededor mientras volaba al cielo.
La pérdida de un ser humano siempre es dolorosa.
Cuando la muerte se lleva consigo a alguien de tan corta edad, suscita
inevitable conmoción. El primer reto que se presenta es cómo saber consolar a
unos padres, a una familia rota por la tragedia por causa de un revés del que
nunca podrá reponerse porque cada uno es irrepetible, y la huella que deja tras
de sí en el corazón de sus seres queridos cuando abandona este mundo es
imborrable. Pero hay que seguir. Y en esa voluntad de hacer frente al día a
día, aunque a muchos le cueste admitirlo, se esconde algo más fuerte que uno
mismo. La fortaleza que el ser humano exhibe ante el dolor es signo de una
grandeza que difícilmente pudo labrarse él mismo. ¿Quién puede darla sino Dios?
Esta convicción que claramente sustenta la fe es un baluarte para sostener a
una persona que sufre. Desde esta columna lo he dicho ya en otras ocasiones,
aunque con distintas palabras, no cabe pensar en un Dios Padre, infinitamente
misericordioso, como el artífice de nuestros males. Un compendio de
circunstancias imprevisibles se aliaron esa tarde para que esta criatura en la
que sus padres tenían depositados sus sueños partiera tan prontamente de este
mundo.
Cuando tenemos cerca de alguien que sufre reparamos
fácilmente en nuestra indigencia. Constatamos que no nos podemos poner en su
lugar, y que no está en nuestra mano erradicar su dolor, lo que quiere decir
que no estamos en posesión de la fórmula exacta para proporcionarle consuelo. Ese
bálsamo que el starets Zósimo ofreció
a la desconsolada madre podría suavizar con su enternecedora historia, que
seguro no está lejos de la gloria que obtienen los pequeños que la alcanzan
tempranamente, podría tal vez poner esa nota de serena esperanza en el roto
corazón de sus padres. Descanse en paz este niño malagueño, hoy corona del
Padre, que rompió con su inesperado vuelo las sonrisas de una tarde que
inundaba el entorno del bellísimo Paseo del Parque y un sentido abrazo para sus
familiares.
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