domingo, 9 de agosto de 2009

Por Isabel Orellana

" Las cosas importantes "

Contrastes

Para quien repara en lo que le rodea, de forma consciente y activa, los contrastes relativos a las personas, con sus diversas formas de entender la vida, (que está plagada de ellos) se convierten fácilmente en un instrumento pedagógico de gran interés. Uno de los transmisores directos de este paisaje contrapuesto encarnado por el ser humano son los medios de comunicación.

Recientemente, una cadena autonómica andaluza ha dedicado un programa a un tema antiguo, pero siempre candente: la sexualidad en los jóvenes, con dos vertientes bien diferenciadas. Durante 75 minutos las cámaras capturaron el apremio y la inquietud de jóvenes adictos al sexo, en conformidad con la corriente del momento, y el gozo y naturalidad de otros de similar edad que estiman y defienden la virtud de la castidad. Todo ello entretejido por la cotidianeidad de una comunidad religiosa, otro de los temas y nudo gordiano del programa, que mostraban signos palpables de la alegría y libertad que no puede dar este mundo. La frescura y delicadeza de la presentadora, que convivió con las hermanas de la Congregación, y su profesionalidad a la hora de plantear preguntas que forman parte del escenario familiar, y otras del pasado de las religiosas, la espontaneidad y sinceridad con la que cada una expuso sus sentimientos y vivencias, dieron al programa una calidad que escasamente suele prodigarse en estos medios. Además, nuevamente se pone de relieve que la visión que alguien proporciona acerca de un tema determinado, de los gestos de una persona, de las palabras que ha pronunciado, etc., tiene un poderoso alcance. Tanto la acogida como el desagrado que pueden suscitar, en gran medida dependen de la manera de enfocarlo y de presentarlo a la opinión pública.

La cuestión es que, con este escenario señalado, se ha dibujado un variado mosaico en el que cada uno de los protagonistas ha sido el verdadero narrador de la historia. Y en una síntesis, aunque sea apresurada, como habrán constatado quienes vieron el programa, los jóvenes que defendían el sexo a capa y espada, sexo genitalizado, no estaban bien centrados, lo cual quedaba agravado por su bajo nivel cultural. De todos modos, sabido que es que una buena formación intelectual no implica mayor moralidad. Cultura y moral, en la práctica, muchas veces aparecen enfrentadas. Pero sí es interesante señalar un prejuicio antiguo que acompaña a los defensores de la virtud. Se les ha tildado siempre de mojigatos, débiles, apocados, personas que están fuera de la onda, desenfocados respecto al escenario social en el que sus vidas se desenvuelven, como si fuesen extraños o espurios en relación al tiempo que les ha tocado vivir.

Nada más lejos de la realidad. Los jóvenes defensores de la castidad, seleccionados por el programa andaluz para dar testimonio de su vida, son como los demás. Su atractivo personal natural, indiscutible, aderezado por otros valores y cualidades fue ostensible en todo momento. Hombres y mujeres de distintas edades y estados (solteros, casados e incluso seminaristas a punto de ser ordenados), estudiantes universitarios, trabajadores, poetas y compositores, todos unidos por el mismo ideal. No es demagogia ni sutil intento de atraer a nadie por la fuerza a dejarse llevar por convicciones distintas de las que ya tiene. Es más sencillo que todo eso. El miedo maniata; no es liberador. El amor, sí. Las preguntas que formulaban las jóvenes al experto en sexualidad estaban cargadas de angustia. Temían a las consecuencias de sus actos y buscaban el modo de eludir las consecuencias de su irresponsabilidad. Algunas habían sido madres mucho antes de cumplir los veinte años y aunque en la exposición de su experiencia parecían desenfadadas, en el fondo sus respuestas eran huecas. No lograban encubrir el vacío estremecedor de una dejadez ya instalada en su corta existencia vital. Por el contrario, los jóvenes que habían sorteado de forma libre y voluntaria las dificultades que encontraron para mantener incólume su virtud por amor a las personas elegidas para realizar un proyecto de vida en común dentro del matrimonio, no destilaban amargura. Fueron sinceros y también naturales. Lo que se dice “llamar al pan, pan, y al vino, vino”. La fidelidad a algo o a alguien requiere un esfuerzo, de eso no hay duda. Estos jóvenes lo reconocieron. Pero lo que cuesta, no se olvide, es lo que más se ama y lo que mayor felicidad procura.


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