sábado, 4 de febrero de 2012

Por Isabel Orellana Vilches

ENTRESIJOS DEL SUFRIMIENTO



En esta nueva Jornada del Enfermo para este año 2012, la Pastoral de la Salud ha elegido el lema «Tu fe te ha salvado. El poder curativo de la fe». Y eso nos ofrece otra oportunidad para reflexionar en ese colectivo que afronta las vicisitudes de una cotidianeidad marcada por el sufrimiento acaso sin fe, albergando la frialdad de la desesperanza ante un futuro que se le antoja incierto. En esta sociedad que vive momentos críticos con tantas familias que apenas tienen un bocado para llevarse a la boca, el enfermo ve agudizados sus temores por la incertidumbre en todos los frentes. Particularmente sensible en su fragilidad, detecta tanto la dificultad como el esfuerzo que se hace en su derredor para animarle, acompañarle y asistirle. Cualquier enfermo es reflejo de su propio entorno.

Las personas que acudían a escuchar a Jesús tuvieron en Él absoluto consuelo. Nosotros, en nuestra indigencia, hemos de materializar esta obra de misericordia que nos insta a consolar al que sufre como Él nos enseña. Jesús se apiadaba no sólo de los enfermos, sino de los que podían padecer alguna carencia puntual. En la primera multiplicación de los panes los discípulos constataron que quienes seguían al Maestro durante tantas horas sin comer, debían procurarse alimento. Pero, pensando con lógica humana, consideraron que la muchedumbre tenía que buscar las viandas en las poblaciones circundantes. Como es sabido, Jesús les dijo sin vacilar: «No hace falta que se vayan. Dadles vosotros de comer». Nuevamente el raciocinio, y con él seguramente el impacto por no saber cómo llevar a cabo tamaña misión, hizo que los discípulos de forma directa le mostraran los escasísimos panes y peces que poseían, como quién dice: «¿cómo es posible que alimentemos a miles de personas?». Esa pregunta sigue sorprendiéndonos hoy día: «¿Cómo paliar tanta deficiencia observada por doquier?». Este pasaje evangélico tan conocido por todos es, entre otras muchas cosas, una prueba del alcance que tiene la confianza, que de Dios hacia nosotros es ilimitada. Cuando en circunstancias que nos presenta la vida, antes incluso de actuar, pensamos en la inviabilidad de lo que podamos hacer, hemos de reconocer en ello un síntoma de nuestra falta de fe. Y resulta que gran parte del sufrimiento humano, no sólo del físico, está en la carencia de esta virtud teologal, que, como sabemos, era el único requisito que Cristo pedía para realizar un milagro. En los entresijos del sufrimiento se movía Él rescatando a todos de la angustia, aligerando la carga, aliviando las tensiones de la aflicción… Y a proseguir esa tarea nos sigue invitando para que cada enfermo o persona que lo requiera por estar inmersa en cualquier situación de sufrimiento halle el reposo que precisa en nuestros hombros. Desempolvemos, si estaban olvidadas, pautas de conducta elementales que se traducen fundamentalmente en diluir las tensiones con gestos sencillos que además son remedios infalibles que curan las heridas del corazón. Cada jornada reclama los suyos. Y en ellos la fe tiene todo que decir.

Hay ejemplos de personas que pertrechadas en la fe y con la mirada puesta en Cristo supieron afrontar ejemplarmente la misión que se les había confiado, viviendo con un espíritu de caridad, siendo profundamente humanitarias y, por ende, capaces de integrar las dificultades individuales y comunitarias atendiendo a todos los planos, físico, espiritual y humano. Santa Rafqa El Rayes canonizada por el beato Juan Pablo II el 10 de junio de 2001 tuvo una experiencia personal intensísima de dolor. Ella es una de esas mujeres que ofreció su vida a Cristo llevada de su anhelo de unirse a su Pasión redentora y Dios le tomó la palabra. Sabiendo bien lo que decía y evocando las palabras evangélicas, manifestaba «Fortificad vuestra fe. Sí tenéis fe no tendréis miedo a nada». La fe es activa. Estamos llamados a plantar cara a las dificultades de nuestro tiempo. Y como buenos samaritanos hemos de ser conscientes de lo que nos rodea, involucrarnos sin complejos, siendo cercanos y compasivos, dando lo mejor de nosotros mismos a la par que ponemos amor donde el resentimiento y la ausencia de perdón son tan corrosivos que destruyen la salud integral a la que tenemos derecho. El coraje, la fortaleza ante la adversidad, la capacidad de luchar hasta el final, el heroísmo, etc., que se sintetizan en una vida de esperanza a pesar de las circunstancias así como el afán de superación y gratitud por la vida son frutos de un fe sin fronteras. Al final de este camino sintetizando por Santa Teresa de Jesús, como «una mala noche en una mala posada» nos abrazaremos con Dios para siempre. La resurrección de Cristo garantiza nuestra resurrección y legitima la autenticidad de nuestra fe.

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