sábado, 14 de mayo de 2011

Por Isabel Orellana

“¡Mamá, apúntame como atea!”
Isabel Orellana Vilches

La exclamación que encabeza esta reflexión fue proferida ante su madre por una adolescente decepcionada por el trato dispar e injusto que percibe diariamente en el prestigioso colegio al que acude. Ella, como tantos alumnos de este país, constata que los compañeros que no han elegido cursar la asignatura de Religión, sustituyéndola por otra “alternativa”, obtienen mejores calificaciones sin tener que realizar ningún esfuerzo. Lo bueno es que esta adolescente tiene una madre afirmada en la fe que recibió de los suyos desde niña, y sabe bien que un creyente no acepta componendas de ninguna clase, y la ha animado a defender con valentía sus creencias pase lo que pase, aunque esa buena madre, sufra en silencio el penoso desagravio que su hija está padeciendo cotidianamente. Así son, o así están las cosas.

A determinadas edades no es fácil comprender los resortes de la injusticia, si es que esta puede ser entendida alguna vez. Y lo más cómodo en este caso sería dejar aparcadas las creencias equiparándose a quienes aparentemente no tienen nada que perder y sí mucho que ganar, al menos en la tierra. Admiramos a los héroes cuando son de papel. La heroicidad incorporada a la propia vida da cierto repelús. Significa caminar a contracorriente, y a eso no todo el mundo está dispuesto. El temor a perder lo que tenemos, la hegemonía que hemos conquistado, es demasiado fuerte y hay a quienes hasta les repugna. Sigue importando el “aquí y ahora”. Esto me conviene y esto no; puedo conseguir tal o cual cosa o puedo perderla. Cuestión de cálculo; puro pragmatismo. Todo lo contrario a lo que es la fe, que sintetiza el desprendimiento, se alimenta de la oración y es lo que nos hace libres. Pero, insisto: su defensa exige un precio que seguramente a muchos le parece excesivamente alto o tal vez ni siquiera se preocupan de planteársela. De todas formas, con tanta blandenguería en la sociedad parece que cada vez se piensa menos en el esfuerzo y triunfa la opinión de una mayoría que generalmente no sabe hacia dónde va.

Si ahora se estila ser ateo, pongo por caso, el éxito de quienes utilizan los medios que la Administración pone en sus manos para retractarse oficialmente de su fe, pidiendo el documento correspondiente que avale su ateísmo, recibe el aplauso. A eso se le llama libertad; es lo moderno, lo rompedor, una actitud que podría tildarse como novedosa y hasta valiente. Pero no. Esto es un error. La valentía como la libertad no se miden por el aplauso social. Y quienes enarbolan estos y otros valores están dispuestos a padecer la mofa, el juicio reprobatorio y hasta la repulsa de quienes no los comparten. Son estos los que tienen una personalidad arrolladora, que conmueve.

Volviendo a ver la vida del beato Juan Pablo II estos días, he podido constatar de nuevo que su sencillez ha sido una de las “armas” de su éxito mundial. Creció en la bondad, sin huir del esfuerzo, fortaleciéndose en la lucha en medio de una sociedad peligrosa que puso su vida al borde del precipicio, sin abjurar de su fe, viviéndola gozosamente en un estado continuo de oración. Y Dios hizo las cosas y cumplió en él Su voluntad creando el marco adecuado para que sobreviviese y además llegase a ser la figura histórica en la que se convirtió dándole gloria como Supremo Pastor de la Iglesia durante décadas. Sí, ya sé que hay incontables personas estupendas que no profesan la fe, pero hay siempre un elemento de infelicidad en ellas que jamás arrastran los hombres y mujeres que viven con ella.

Precisamente, el elemento festivo y gozoso de la fe, que con tanto carisma promovió el gran Pontífice entre los jóvenes, ha tenido estos días en Málaga dos de sus símbolos emblemáticos, que presidirán el próximo mes de agosto en Madrid, ante la presencia de S.S. Benedicto XVI, la magna Jornada Mundial de la Juventud. Era difícil sustraerse a la emoción suscitada por la marea humana, compuesta por toda clase de personas de distintas edades y condiciones que el pasado domingo, día 8 de mayo, seguían enfervorizadas la Cruz y el Icono de María por las calles de nuestra ciudad. Los vítores, aplausos, los cánticos y oraciones que se extendieron como un bello manto por todas sus esquinas.

La timidez que a lo mejor algunos pueden experimentar frente a la presión de otros en el aula, en la oficina o en esos foros donde las tesis “ateas” intentan abrirse camino, y se regodean con sus modestos y futiles triunfos, habían desaparecido. Y dieron paso a una explosión de júbilo memorable alzándose entre todos la ilusión y esperanza de los cientos de jóvenes que acompañaban estos emblemas en una jornada que no se podrá olvidar. ¿Quién hubiera osado provocarles diciéndoles que se declarasen ateos?, ¿quién podría convencerles de que van tras símbolos que tienen los pies de barro?... Lo que forma parte de nuestra vida no se puede derrocar; esa es la clave. No es lo que nos cuentan, lo que otros dicen, ni siquiera lo que hacen. Cuando la fe está anclada en el corazón de cada cual, y sigue cultivándola con la gracia de Cristo, no hay quien la derroque. Lo único preciso es tener la mente y el corazón abierto de par en par.

Quien se declara ateo ha echado sobre sí todos los cerrojos, o, al menos, así lo cree. Por eso no llega el “elemento mágico” que espera pueda dar sentido a la vida, como por ejemplo, asevera Woody Allen, con su sempiterno pesimismo, tras la presentación en Cannes de su último film Medianoche en París. El cineasta considera que ha captado ese “elemento mágico” en la película: “Es lo único que puede salvarnos –dice–. Estamos condenados a un final trágico del que no podemos escapar. Es el mismo final para todos. El único camino sería que algo mágico sucediese... pero no veo que ocurra. Si Dios existe y puede hacer algo, me sería de gran ayuda”. Lo está haciendo, Mr. Allen. Deténgase y no tenga miedo a mirarlo. Es lo que me gustaría decir también a esas personas que se lamentan de no tener fe, o que alardean de vivir sin ella. Entre otras cosas, comenzarán a entender por qué no queremos que nos apunten como ateos…

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